viernes, 26 de octubre de 2018

La hija de Homero.- Robert Graves (1895-1985)


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1.-El collar de ámbar

«Una desdichada tarde, hace tres años, cuando hacía aún muy poco tiempo que mi hermano Laodamante estaba casado, comenzó a soplar el viento que llamamos siroco y una enorme nube se echó pesadamente sobre los hombros del monte Erix. Como de costumbre, se agostaron las plantas de mi jardín, mi cabello perdió sus rizos y todos se volvieron quisquillosos y pendencieros; mi cuñada Ctimene no menos que los demás. Esa noche, en cuanto se encontró a solas con Laodamante en el asfixiante dormitorio, que estaba en el piso superior y daba al patio de los banquetes, comenzó a reprocharle su pereza y falta de espíritu emprendedor. Ctimene habló en detalle sobre el valor de su dote y le preguntó si no le avergonzaba pasarse los días cazando o pescando, en lugar de conquistar riquezas mediante audaces aventuras al otro lado del mar.
 Laodamante rio y respondió, con tono ligero, que la única culpable era ella: su rozagante belleza era lo que lo retenía en el hogar.
 -En cuanto me canse de tu delicioso cuerpo, esposa mía, emprenderé viaje... Me iré tan lejos como pueda llevarme un barco, a la Tierra de Cólquida y a los Establos del Sol, si hace falta; pero ese momento no ha llegado aún.
 -Sí -respondió Ctimene, malhumorada-; pareces destinado a no cansarte de mis abrazos durante mucho tiempo, a juzgar por la forma en que me importunas con tus atenciones nocturnas. Pero en cuanto raya el alba sales corriendo, preocupado sólo por tus sabuesos, tu lanza de cazar jabalíes y tu arco. Y no vuelvo a verte hasta el anochecer y entonces comes como un lobo, bebes como una marsopa, juegas una o dos partidas de ajedrez, en las que empleas la astucia de un zorro, y te diriges una vez más, tambaleándote, a la cama, donde vuelves a ahogarme con tus calurosas caricias osunas.
 -No me tendrías en muy elevada opinión si no cumpliera con mis deberes maritales.
 -Los deberes de un esposo no se cumplen sólo entre las sábanas.
 Fue como si un pugilista de brazos largos tratase de mantener a distancia a su rival, pequeño y que golpeaba duro, sólo con algunos breves puñetazos de izquierda, hasta que al cabo el contricante se desliza bajo la guardia del hombre de más estatura y lo aporrea bajo el corazón. Laodamante se encolerizó, pero demostró que tampoco él era un novicio en materia de luchas cuerpo a cuerpo.
 -¿Pretendes que haraganee por la casa todo el día -preguntó-, que te narre historias mientras tú hilas la lana; que la enmadeje y lleve recados de tu parte? Pienso quedarme en Drépano hasta que me hayas complacido quedando embarazada (eso, siempre que no seas estéril, como tu tía y tu hermana mayor), pero mientras esté aquí considero que es más varonil cazar cabras salvajes o jabalíes que matar el tiempo entre el almuerzo y la cena como lo hacen la mayoría de los jóvenes de mi edad y rango: es decir, bebiendo, jugando a los dados, bailando, chismorreando en el mercado, pescando con línea, anzuelo y flotador desde el muelle y jugando al tejo en el patio. O quizá prefieras que yo mismo hile y teja, como lo hizo Hércules en Lidia, cuando la reina Onfalia lo hechizó...
 -Quiero un collar -dijo Ctimene de pronto-. Quiero un hermoso collar de ámbar hiperbóreo, con gruesas cuentas de oro entre las de ámbar, y un broche de oro en forma de dos serpientes entrelazadas por la cola.
 -Si, ¿eh? ¿Y dónde encontrar semejante tesoro?
 -La madre de Eurímaco ya tiene uno y el capitán Dimas le ha prometido otro a su hija Procne, la amiga de Nausícaa, cuando regrese de su próximo viaje a la arenosa Pilos.
 -¿Deseas que le tienda una emboscada al barco cuando pase ante Motia y le robe el collar para ti... al estilo de Bucinna?
 -Me niego a entender tu chiste sobre mi isla... si hay que considerarlo un chiste. ¡No, no te atrevas a besarme! El viento es tremendo y me duele la cabeza. Vete a dormir a otra parte. Espero que el alba te encuentre en un estado de ánimo más razonable.
 -No puedo darle las buenas noches a mi esposa con un beso: ¿es eso lo que quieres decir? ¡Ten cuidado, no sea que te devuelva a la casa de tus padres, con dote y todo!
 -¿Con dote y todo? Eso no sería fácil. De los doscientos lingotes de cobre y las veinte balas de lienzo rescatadas del barco sidonio que mi padre encontró a la deriva, sin tripulación, frente a Bucinna...
 -¿A la deriva, dices? Asesinó a toda la tripulación al estilo tradicional de Bucinna, como de sobra se sabe en todos los mercados de Sicilia.
 -... de los lingotes de cobre y balas de lienzo, repito, invertiste casi la mitad en una empresa comercial en Libia. Querías trocarlos por benjuí, polvo de oro y huevos de avestruz, pero dudo que alguna vez vuelvas a verlos.
 -Las mujeres jamás pueden creer que una vez que un barco ha levado anclas y enarbolado el velamen llega siempre a puerto.
 -No pongo en duda las condiciones marineras del barco, sino sólo la integridad de su capitán, en quien confiaste como un tonto, por consejo de tu amigo Eurímaco. No sería la primera vez que un libio delinquiera y si alguien me dice que Eurímaco exigió una comisión por su participación en el fraude, me sentiré dispuesta a creerle.
 -Mira, esta discusión no puede hacerle mucho bien a tu jaqueca -replicó Laodamante-. Deja que te traiga un cuenco de agua y una tela suave para humedecerte las sienes. El siroco nos está matando a todos.
 Ella tomó como una ironía lo que él había dicho por bondad. Se quedó echada, inmóvil y silenciosa, hasta que Laodamante le llevó el tazón de plata y entonces se incorporó de repente, se lo arrebató de las manos y le arrojó el agua.
 -¡Para refrescarte los acalorados muslos, Príapo! -exclamó.
 Laodamante no perdió los estribos ni la tomó del cuello, como habrían hecho muchos hombres más impetuosos. Nunca he sabido que tratase con violencia a mujer alguna, ni siquiera a una esclava descarada, para castigarla. No hizo más que lanzarle a Ctimene una mirada incendiaria y decirle:
 -Muy bien. Tendrás tu collar, no te aflijas, ¡y ojalá traiga a nuestra casa menos dolor que el de la tebana Erífile de la canción de Homero!»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones RBA, 2001,  en traducción de Floreal Mazia. Depósito legal: B-19672-2001.]

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