martes, 28 de marzo de 2017

Fabliaux: cuentos franceses medievales.- Rutebeuf (c. 1230 - c.1285)


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   El testamento del asno
 
  «El que quiere vivir con honores y seguir los pasos de los que aspiran a tener fortuna, encuentra numerosas dificultades. Hay muchos chismosos que lo perjudican con su ligereza y también muchos envidiosos. Por amable y noble que sea, si tiene diez personas sentadas  a su mesa, seis serán maldicientes y nueve envidiosas. Cuando los tiene delante, todos lo festejan y aprueban con la cabeza pero, a sus espaldas, hablan de él como si lo apreciaran menos que a un huevo. Si los que comen a su mesa son tan poco de fiar ¿cómo no lo envidiarán los que de él en nada se aprovechan? Parece inevitable, ésa es la verdad.
 Os digo todo esto, a propósito de un prebendado que tenía una buena iglesia. Había dedicado todos sus esfuerzos en lograr enriquecerse, en eso había empleado su saber. Tenía muchos trajes y dinero, y de trigo llenos sus graneros. Sabía vender en el momento oportuno y esperar de Pascua a San Remigio. No había nadie, por amigo que fuese, que lograra sacarle algo si no era a la fuerza.
 Tenía un asno en su casa, como nunca se vio asno alguno, que le sirvió durante veinte años y no sé si alguna vez se vio otro servidor igual. El asno que tanto le ayudó a enriquecerse, murió de vejez. El preste lo tenía en tal estima que no permitió que lo desollaran y lo enterró en el cementerio. Pero dejemos esto.
 El obispo era muy diferente, ni avaro ni codicioso sino cortés y hombre de mundo. Por muy enfermo que estuviera, si veía acercarse a un hombre de pro, no había forma de retenerlo en la cama. Compañía de buenos cristianos era su mejor médico. Siempre estaba su sala llena. Su gente no era mala y todos sus criados se esforzaban en hacer lo que su señor deseaba. Tenía grandes bienes, pero en deudas, porque el que mucho gasta, mucho debe.
 Cierto día en que este noble señor, tan lleno de cualidades, se hallaba rodeado de gran compañía, se habló de esos clérigos ricos y de esos prestes avaros y tacaños que no hacían bondad ni prodigaban honor ni a obispo ni a señor. Se hizo mención de aquel prebendado tan rico y crecido. Contaron su vida como si la leyesen en un libro, atribuyéndole más riquezas de las que pudieran tener tres hombres juntos. Siempre se dice más de lo que hay realmente. -"Además, dijo uno que quería quedar bien, ha hecho algo que podría costarle muy caro si hubiera alguien que lo denunciara y, quien lo hiciera, merecería una recompensa" -"¿Qué ha hecho?", preguntó el noble señor. -"Se ha portado peor que un beduino. A su asno Balduino ha dado sepultura en tierra bendita". -"¡Que su vida se vea maldita!, dijo el obispo. Si eso es cierto, malditos sean él y su riqueza. Gualterio, convócalo a mi presencia: veremos qué alega el preste a la acusación de Roberto y afirmo, así me socorra Dios, que si es verdad, me deberá enmienda". -"Que me cuelguen si no es cierto lo que he contado, tan cierto como que nunca os hizo bondad".
 El preste fue convocado y vino a presentarse. Debe responder ante su obispo de este caso, por el que los prestes pueden ver suspendidas sus prebendas. -"Falso y desleal, enemigo de Dios, ¿dónde habéis puesto a vuestro asno?, dijo el obispo. Habéis cometido una gran ofensa contra la santa Iglesia, nunca oí otra más grande; habéis enterrado vuestro asno en el lugar en el que se entierra a los cristianos. Por Santa María la Egipciaca, si hay gente honrada que pueda probarlo, os haré encerrar en la cárcel. Nunca oí falta semejante". Responde el preste: -"Noble y amable señor, hablar cuesta muy poco. Os pido un día de plazo, es justo que pida consejo para este caso, si os place. No deseo entablar pleito". -"Me parece bien que pidáis consejo, pero no os perdonaré si la cosa es cierta". -"Parece poco probable, señor". El obispo, muy indignado con este asunto, se separó del preste. Éste no desmaya, sabe que tiene una buena amiga: su bolsa que nunca le falla, ni por enmienda ni por falta.
 Durmió y llegó el plazo. Al concluirse, volvió el preste. Traía consigo veinte libras en una bolsa de cuero, bien acuñadas y con su peso. No hay riesgo de que padezca hambre o sed. Cuando el obispo lo ve llegar le pregunta rápidamente: -"Preste, ¿ya habéis pedido consejo? ¿Qué buena razón habéis encontrado?". -"Señor, consejo he tenido, sin lugar a dudas, pero un consejo no conduce a la guerra. No debe extrañaros que por consejo nos debamos conciliar. Quiero confesarme con vos y si mereciera penitencia, de dinero o de persona, no dudéis en imponérmela".
 El obispo se acerca, para que pueda hablarle al oído, y el preste levanta la cabeza. En ese momento no le importa el dinero. Tiene las monedas de plata debajo de la capa, no se atreve a mostrarlas, por la gente. En voz baja cuenta su historia: -"Señor, en pocas palabras, mi asno vivió muchos años y gracias a él gané buenos escudos. Me sirvió con lealtad, sin protestar, durante veinte años. Que Dios no me absuelva si cada año no apartaba veinte céntimos hasta que hubo ahorrado veinte libras. Para verse libre de las penas del infierno os las dejó en su testamento". Respondió el obispo: -"Dios se lo tenga en cuenta y perdone las faltas y pecados que haya cometido".
 Tal como habéis oído, del rico preste obtuvo satisfacción el obispo. Como aquel había obrado mal, le enseñó a obrar bien. Rutebeuf nos dice y enseña que quien acompaña con dinero su quehacer, no debe temer malas consecuencias. El asno se quedó entre cristianos y con esto acaba mi rima, porque pagó bien y puntualmente su testamento.»
 

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