Amores de provincia
«-¿Y dónde está mi sobrino?
-Dice que no quiere comer -respondió Nanon-. Eso no es sano.
-Pero es económico -le replicó su amo.
-¡Ah, eso sí! -dijo ella.
-¡Bah! Ya dejará de llorar. El hambre hace salir al lobo del bosque.
La comida fue extrañamente silenciosa.
-Esposo mío -dijo la señora Grandet cuando hubieron quitado el mantel-, tendremos que ponernos luto.
-Desde luego, señora Grandet, no sabe usted qué inventar para gastar dinero. El luto está en el corazón y no en los vestidos.
-Pero el luto de un hermano es indispensable, y la Iglesia nos ordena que...
-Compra el luto con tus luises. A mí dame una tira de crespón, con eso tendré bastante.
Eugénie levantó los ojos al cielo sin decir una palabra. Por primera vez en su vida sus generosas inclinaciones, hasta entonces dormidas y reprimidas, pero súbitamente despiertas, se veían lastimadas a cada momento.
Aquella velada fue semejante en apariencia a mil veladas de su monótona existencia, pero fue sin duda la más horrible. Eugénie hacía la labor sin levantar la cabeza y no utilizó para nada el neceser que Charles había desdeñado la víspera. La señora Grandet tejía sus manguitos. Grandet estuvo girando sus pulgares durante cuatro horas, sumido en cálculos cuyos resultados iban a asombrar a Saumur al día siguiente.
Nadie fue aquel día a visitar a la familia. En aquel momento el pueblo entero se hallaba bajo la impresión del hábil negocio hecho por Grandet, de la quiebra de su hermano y de la llegada de su sobrino.
Para satisfacer la necesidad de charlar sobre sus intereses comunes, todos los propietarios de viñedos de la alta y media sociedad de Saumur estaban en casa del señor Des Grassins, donde se pronunciaron terribles imprecaciones contra el antiguo alcalde.
Nanon hilaba y el ruido de su rueca era el único sonido que se oía bajo las grisáceas vigas de la sala.
-Poco usamos la lengua -dijo, mostrando sus dientes blancos y gruesos como almendras peladas.
-No hay que usar nada -respondió Grandet, saliendo de sus meditaciones.
El avaro veía en perspectiva ocho millones en tres años y bogaba por aquel mar de oro.
-Vamos a acostarnos. Yo iré a dar las buenas noches a mi sobrino por todos y a ver si quiere tomar algo.
La señora Grandet se quedó en el descansillo del primer piso para oír la conversación que iba a tener lugar entre Charles y su marido. Eugénie, más atrevida que su madre, subió dos escalones más.
-Qué, sobrino, ¿está usted muy apenado? Sí, llore, es natural. Un padre es un padre. Pero hay que tomar las desgracias con paciencia. Mientras que usted llora, yo me ocupo de usted. Ya ve que soy un buen pariente. Vamos, valor. ¿Quiere un vaso de vino?
El vino no vale nada en Saumur; se ofrece vino como en las Indias una taza de té.
-Pero -continuó Grandet- está usted a oscuras. ¡Malo, malo! Hay que ver claro lo que se hace.
Y Grandet se encaminó hacia la chimenea.
-¡Vaya! -exclamó-. Una bujía aquí. ¿De dónde demonios habrán sacado esta bujía? Estas pécoras serían capaces de echar abajo las vigas para cocerle unos huevos al chico este.
Al oír aquellas palabras, la madre y la hija entraron en sus habitaciones y se metieron en la cama con la celeridad de ratones asustados que entran en sus agujeros.
-Señora Grandet, ¿es que tiene usted un tesoro? -dijo el hombre, entrando en la habitación de su mujer.
-Estoy rezando mis oraciones, espere un momento -respondió con voz alterada la pobre madre.
-¡Que el diablo se lleve a tu buen Dios! -replicó Grandet, gruñendo.
Los avaros no creen en una vida futura, el presente lo es todo para ellos. Esta reflexión arroja una horrible claridad sobre la época actual, en la cual, más que en ningún otro tiempo, el dinero domina las leyes, la política y las costumbres. Instituciones, libros, hombres y doctrinas, todo conspira para minar la creencia en una vida futura, sobre la cual se apoya el edificio social desde hace mil ochocientos años. Ahora la tumba es una transición poco temida. El porvenir que nos esperaba después del Réquiem ha sido trasladado al presente. Llegar per fas et nefas al paraíso terrestre del lujo y de los placeres vanos, petrificar el corazón y macerarse el cuerpo para obtener posiciones transitorias, igual que antes se sufría el martirio de la vida para obtener los bienes eternos, es el pensamiento general, pensamiento por lo demás escrito en todas partes, hasta en las leyes que preguntan al legislador: "Y tú, ¿qué pagas?", en lugar de decirle: "Y tú, ¿qué piensas?" Cuando esta doctrina haya pasado de la burguesía al pueblo, ¿qué será del país?
-Señora Grandet, ¿ha terminado usted? -dijo el viejo tonelero.
Ella respondió:
-Rezo por ti.
-Muy bien, buenas noches. Mañana por la mañana hablaremos.
La pobre mujer se durmió como el colegial que no ha estudiado sus lecciones y teme encontrarse al despertar el rostro irritado del maestro.»
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