jueves, 1 de octubre de 2015

"El asno de oro".- Lucio Apuleyo (125-180)


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Libro tercero
  "24.-Al tiempo que iba diciendo esto, entró en la habitación sumamente azorada y sacó el tarro de la arqueta. Yo, después de abrazarla y besarla y de rogarle que me augurara felices vuelos, despojándome rápidamente de todas mis ropas, introduje ansiosamente la mano en el frasco y, sacando un poco de ungüento, froté con él los miembros de mi cuerpo. Al momento, balanceando los brazos en sucesivos intentos, ardía ya en deseos de asemejarme a un ave; pero en parte alguna me surgían plumas ni alas. Únicamente se engrosaron mis pelos, transformándose en cerdas, y mi delicada piel se convirtió en duro cuero. En las extremidades, todos mis dedos, perdida su condición, se reúnen en una única pezuña y del extremo de mi espina dorsal surge una enorme cola. Ya tengo enorme el rostro, alargada la boca, abiertas las narices y colgantes los labios. También mis orejas se erizan con desmesurado tamaño y no veo consuelo alguno en mi desdichada metamorfosis, a no ser mi sexo, que me iba creciendo, cuando ya no podía poseer a Fotis. Y mientras, contemplando impotente el conjunto de mi cuerpo, me veo no ave, sino asno, lamentándome de la actuación de Fotis, pero privado ya, tanto de los ademanes como de la voz humana, dejando caer el labio inferior y mirándola de reojo con mis húmedos ojos -era lo único que podía hacer-, le suplicaba en silencio.
 
 25.-Ella, en cuanto me vio son semejante aspecto, se golpeó violentamente el rostro con sus manos y exclamó:
 -¡Desdichada de mí! ¡Estoy perdida! Mi azoramiento y mis prisas me han hecho equivocarme y el parecido de los tarros me ha confundido. Pero no importa, ya que el antídoto de esta transformación es más sencillo todavía: sólo con que mastiques unas rosas perderás la apariencia de asno y volverás a ser Lucio. Y ojalá esta noche, como es mi costumbre, hubiera preparado algunas guirnaldas de flores para nosotros, a fin de que no hubieras de soportar dilación alguna, ni de una sola noche siquiera. Pero así que amanezca, prepararé a toda prisa tu remedio.
 
 26.-Así se lamentaba ella. Yo, por mi parte, aunque era un perfecto asno y, en lugar de Lucio, jumento, mantenía, sin embargo, mi inteligencia humana. Así pues, estuve deliberando largo rato conmigo mismo si, hiriéndola con mis macizas pezuñas o atacándola a mordiscos, debería dar muerte a aquella pérfida y criminal mujer. Pero una más acertada decisión me hizo abandonar mi imprudente propósito: si castigaba a Fotis con la muerte, impediría también su ayuda, vital para mí. Por consiguiente, inclinando y sacudiendo la cabeza, soportando en silencio la momentánea afrenta y acomodándome a mi terrible desgracia, me retiro al establo, junto al caballo que había sido mi excelente montura. Allí encuentro alojado también a otro asno propiedad de Milón, mi antiguo anfitrión. Yo confiaba que, si entre los mudos animales existía algún  convenio tácito y natural, mi caballo, al reconocerme, me ofrecería, compadecido, hospitalidad y un sitio preferente. ¡Pero por Júpiter Hospitalario y las secretas divinidades de la Fidelidad! Aquella excelente montura mía y el asno aproximan sus cabezas, acuerdan al instante mi ruina y, temiendo sin duda por sus alimentos, así que ven que me acerco, llenos de rabia y con las orejas gachas, me persiguen a coces. Yo me aparto lo más lejos del grano que yo mismo, con mis manos, había preparado la noche anterior para ese queridísimo servidor mío.
 
 27.-Así pues, maltrecho y relegado a la soledad, me había refugiado en un rincón del establo. Y mientras reflexiono en mi interior sobre la insolencia de mis compañeros y planeo mi venganza contra mi pérfido caballo cuando el día próximo con ayuda de las rosas vuelva a ser Lucio otra vez, observo casi a mitad de la columna central, que sostenía el techo del establo, una estatua de la diosa Epona, situada en una hornacina, que había sido cuidadosamente engalanada con guirnaldas de lozanas rosas. Lleno de esperanza al reconocer mi vía de salvación, levantando las patas anteriores cuanto me era posible forzarlas, me alzo considerablemente y, alargando la cabeza y estirando mucho los labios, procuro con el máximo esfuerzo posible alcanzar las guirnaldas.
 A causa, sin duda, de mi malísima suerte, mi criado, al que siempre le había encargado el cuidado de mi caballo, aparece de repente y, observando indignado mis intentos, exclama:
 -¡Hasta cuándo vamos a soportar al castrado jamelgo este! ¡Hace poco era un peligro para el forraje de los animales y ahora lo es incluso para la estatua de los dioses! A fe mía que voy a dejar a ese sacrílego tullido y cojo.
 Y buscando al punto un arma cualquiera, tropieza, por casualidad, con un haz de leña que estaba en el suelo. Eligiendo una vara todavía verde, más gruesa que todas las demás, no paró de vapulearme, pobre de mí, hasta que al ser sacudidas las puertas por un intenso ruido y prolongado estrépito y advertida también la presencia de ladrones por las asustadas voces del vecindario, huyó aterrorizado.
 
 28.-Abiertas en seguida las puertas con violencia, la banda de ladrones invade todas las habitaciones de la casa, rodea con hombres armados cada una de ellas y su hostil despliegue hace frente a los socorros que, de aquí y de allí, se acercaban corriendo. Todos ellos, provistos de espadas y antorchas, llenan la noche de luz y, con el fuego, refulge el acero como el sol naciente. Golpeándolo con recias hachas, fuerzan después un almacén, cerrado y asegurado con muy fuertes cerrojos, que se alzaba en medio de la mansión y que estaba repleto con todos los tesoros de Milón. Tras abrirlo por completo, se llevan todas aquellas riquezas y, hacinándolas precipitadamente en sacos, se las reparten entre ellos. Pero la abundancia del botín excede al número de porteadores. Abocados, entonces, por el exceso de las cuantiosas riquezas, a soluciones extremas, después de sacarnos del establo a los dos asnos y a mi caballo, nos cargan a más no poder con los fardos más pesados y, amenazándonos con palos, nos hacen salir de la casa, ya vacía. Quedándose uno de ellos para vigilar a fin de mantenerles informados sobre las investigaciones de su delito, nos conducen a toda prisa, y sin dejar de fustigarnos, a través de ocultos senderos de montaña".
 

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