viernes, 2 de octubre de 2015

"La educación sentimental".- Gustave Flaubert (1821-1880)

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Primera parte.- Capítulo V
 "Llegó el mes de agosto, época de su segundo examen. Según opinión corriente, bastaban quince días para preparar las materias. Fredéric, confiando en sus fuerzas, se empolló de golpe los cuatro primeros libros de la Ley de Enjuiciamiento Civil, los tres primeros del Código Penal, varios trozos de Procedimiento Criminal y una parte del Código Civil, con las notas del señor Poncelet. La víspera Deslauriers le obligó a dar un repaso que se prolongó hasta la mañana; y para aprovechar el último cuarto de hora continuó haciéndole preguntas por la acera mientras caminaban.

 Como se celebraban varios exámenes al mismo tiempo, había mucha gente en el patio, entre otros Hussonnet y Cisy; no faltaban a estas pruebas cuando se trataba de compañeros. Fréderic se puso la toga negra tradicional; después entró seguido del público, con otros tres estudiantes, en una gran sala, iluminada por ventanas sin cortinas y provista de banquetas a lo largo de las paredes. En el centro había unas sillas de cuero en torno a una mesa, adornada con un tapete verde. Servía para separar a los candidatos de los señores examinadores, que vestían toga roja, llevaban bandas de armiño sobre el hombro y se cubrían con birretes de galones dorados.

 Fréderic era el penúltimo de la lista, un puesto malo. A la primera pregunta sobre la diferencia entre un convenio y un contrato, definió el uno por el otro; y el profesor, una buena persona, le dijo:

 -No se ponga nervioso, señor, serénese.

 Después de dos preguntas fáciles, seguidas de respuestas mediocres, pasó al cuarto examinando. Fréderic se desmoralizó por este pobre comienzo. Deslauriers, enfrente, entre el público, le hacía señas de que todo no estaba todavía perdido; y a la segunda pregunta sobre Derecho Penal estuvo bastante bien. Pero, después de la tercera, relativa al testamento místico, como el examinador permaneció impasible todo el tiempo, su angustia se redobló; pues Hussonnet juntaba las manos como para aplaudir, mientras que Deslauriers no cesaba de encogerse de hombros. Por fin, llegó el momento en que hubo que contestar a las preguntas de Procesal. Se trataba de la oposición de tercer grado. El profesor, sorprendido de haber oído teorías contrarias a las suyas, le preguntó en tono brutal:

 -¿Y usted, señor, opina así? ¿Cómo concilia usted el principio del artículo 1351 del Código Civil con esta vía de recurso extraordinaria?

 Fréderic, que había pasado la noche en blanco, sentía un gran dolor de cabeza. Un rayo de sol, que entraba por la reja de una celosía, le daba en la cara. De pie, detrás de la silla, se contoneaba y se estiraba el bigote.

 -Sigo esperando su respuesta -replicó el hombre del birrete dorado.

 Y como el gesto de Fréderic le irritaba sin duda:

 -No es en su barba donde la encontrará.

 Este sarcasmo causó risa en el auditorio; el profesor, halagado, se ablandó. Le hizo dos preguntas más sobre la citación y el procedimiento sumario, después bajó la cabeza en señal de aprobación; el acto público había terminado. Fréderic volvió al vestíbulo.

 Mientras el bedel le quitaba la toga para ponérsela inmediatamente a otro, los amigos rodearon a Fréderic, acabando de atontarlo con sus opiniones contradictorias sobre el resultado del examen.

 Muy pronto, con una voz sonora, lo proclamaron a la entrada de la sala: "El tercero estaba... suspenso."

 Irritado, dijo Hussonnet: "¡Vámonos!"

 Delante de la conserjería encontraron a Martinon, rojo, emocionado, con una sonrisa en los ojos y la aureola del triunfo en la frente. Acababa de pasar sin dificultad su último examen. Sólo le faltaba la tesis. Antes de quince días sería licenciado. Su familia conocía a un ministro, tenía por delante "una buena carrera".

 -Ése te hunde a pesar de todo -dijo Deslauriers.

 Nada hay tan humillante como ver a los tontos triunfar en las empresas en que fracasamos. Fréderic, molesto, respondió que no le importaba. Sus aspiraciones eran más elevadas; y como Hussonnet se disponía a irse, lo tomó aparte para decirle:

 -Por supuesto, a ellos, ni una palabra de todo esto.

 El secreto era fácil, puesto que Arnoux, al día siguiente, salía de viaje para Alemania. Por la tarde, al volver a casa, el pasante encontró a su amigo extrañamente cambiado: hacía piruetas, silbaba, y como el otro se sorprendiese de tal humor, Fréderic dijo que no iría a ver a su madre; pasaría sus vacaciones estudiando.

[...] Algunos obstáculos se oponían. Él los salvó escribiendo a su madre; empezaba primero confesando su suspenso, que achacaba a los cambios efectuados en el programa, ¡un azar, una injusticia! Además, todos los grandes abogados (citaba sus nombres) habían sido suspendidos en los exámenes. Pero contaba presentarse de nuevo en el mes de noviembre. Ahora bien, no teniendo tiempo que perder, no iría a casa este año; y pedía, además del dinero de un trimestre, doscientos cincuenta francos para clases particulares de Derecho, que le serían muy útiles; todo ello adornado con expresiones de pesar, de condolencias, mimos y protestas de amor filial".

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