De la serenidad del alma
"V.-Pero, ante todo, debemos examinarnos
a nosotros mismos; después, los negocios a emprender y, finalmente, las
personas por las que o con las que hemos de trabajar. Y lo primero que debemos
hacer es tantear nuestra capacidad, pues con harta frecuencia, nos parece que
podemos más de lo que en realidad podemos. Uno, confiado en su elocuencia, se
despeña; otro graba su patrimonio más de lo que puede sufrir; otro aplasta su
cuerpo enfermizo con un trabajoso oficio. A otros la timidez les impide desarrollar
cargos públicos, que requieren un talante decidido. En cambio, la terquedad de
otros, les impide llevar las cosas de palacio. Otros no saben dominar su ira y
cualquier contrariedad les enfurece. Éstos no saben poner límite a su
causticidad, ni pueden contener sus chocarrerías. A todos éstos les será más
conveniente el ocio que la ocupación. Una persona altanera e impaciente por
naturaleza ha de evitar toda irritación que pueda dañar su libertad.
VI.-Después de esto hemos de ponderar las
cosas que emprendemos, cotejándolas con nuestras fuerzas. Porque han de ser
éstas siempre mayores en el trabajador que el trabajo a realizar, pues, por
fuerza, ha de oprimir al que las lleva, si son mayores que él. Además hay otros
negocios que no tienen tanto de grandes como de fecundos, porque generan otros
muchos, de los que surgen nuevas y múltiples ocupaciones de las que debemos
huir. Tampoco debemos acercarnos allí de donde no se puede salir libremente.
Hemos de poner las manos en aquellas obras que podemos llevar a cabo, o que
esperamos poder acabar con certeza. Y se han de abandonar aquellas que, a
medida que trabajas en ellas, adquieren mayor volumen y no acaban donde te
propusiste.
VII.-Se ha de hacer asimismo selección de los
hombres, para ver si son dignos de que les confiemos una parte de nuestra vida,
o si les alcanza algo la pérdida de nuestro tiempo. Hay quien nos imputa
nuestros favores como deudas. Dice Atenodoro: "Yo no iría a cenar a casa
de quien no se juzgase deudor de tenerme por invitado". Creo que iría
mucho menos a casa de aquéllos que recompensan con una cena los favores de sus
amigos, contando como dádivas los platos, como disculpando su destemplanza en honor de los invitados. Quita tú a los
testigos y espectadores y no les gustará la cocina secreta.
Has de considerar, también, si tu carácter se
adapta mejor a la gestión de los negocios o al estudio retirado o a la
contemplación, para después inclinarte hacia donde más tienda tu espíritu.
Sócrates sacó del foro a Eforo, agarrándole de la mano, porque le juzgó más
apto para escribir historias y anales. Porque los talentos coaccionados
responden mal y es inútil el trabajo cuando la naturaleza lo rechaza.
VIII.-Nada tan grato al espíritu como la fiel
y dulce amistad. ¡Qué bien tan grande el de los corazones cuando están
dispuestos para que se deposite en ellos cualquier secreto con toda seguridad!
Cuando los crees más seguros en su conciencia que en la tuya, cuyas palabras
mitigan tus cuidados, cuyo parecer aclara tus dudas, cuya alegría disipa tu
tristeza y, finalmente, cuya sola presencia te hace sentir feliz. En cuanto nos
sea posible, a estos amigos los elegiremos por su falta de codicia, pues los
vicios entran solapados y se transmiten hasta el prójimo, dañándole con su
contagio. Por tanto, se ha de procurar, como en tiempos de peste, y no
sentarnos cerca de los cuerpos infectos y tocados por la enfermedad, porque
atraeremos los peligros y con sólo respirar caeremos en la enfermedad.
Pondremos también gran diligencia a l hora de elegir los talentos de los
amigos, para no escoger a los contaminados. Inicio de enfermedad es mezclar los
sanos con los enfermos. Tampoco te mando que no elijas más que al sabio, o que
le hagas tu amigo. ¿Dónde hallar a quien tantos siglos ha que estamos buscando?
Por el mejor has de tener al que no es muy malo. Pues aunque buscaras los
buenos amigos entre los de Platón y Jenofonte, y entre aquella generación
nacida de Sócrates, apenas sí tendrías oportunidad de hacer otra mejor. O
aunque tuvieras la suerte de pertenecer a la época de Catón, que a pesar de
haber engendrado a muchos varones dignos, contemporáneos suyos, produjo también
a otros muchos, peores que en cualquier otro siglo, maquinadores de grandes
crímenes. Los dos bandos fueron necesarios para que Platón fuese conocido: los
buenos para que lo aprobaran, y los malos, en quienes experimentase toda su
virilidad. Pero ahora, con tanta carestía de hombres buenos, hágase la elección
menos peligrosa. Evítense, sobre todo, hombres tristes, que se lamentan de todo,
sin que haya cosa alguna de la que no hagan motivo de queja. Aunque te conste
de su fidelidad y buen corazón, es enemigo, sin embargo, de la tranquilidad el
compañero agriado y que se lamenta de todo".
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