miércoles, 14 de octubre de 2015

"La muerte de la Pitia".- Friedrich Dürrenmatt (1921-1990)

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La avería. Una historia aún posible (1955). 2ª parte
 
 
 "Traps, perplejo, tuvo de pronto un acceso de cólera:
 
 -¿Que yo he cometido un asesinato? -protestó-. Oiga, esto empieza a pasarse de castaño oscuro, el defensor ya me vino antes con la misma historia turbia.
 
 Pero luego pensó y se echó a reír a mandíbula batiente, sin poder apenas contenerse, una broma estupenda, ahora comprendía, querían meterle en la cabeza que había cometido un crimen, para troncharse de risa, simple y llanamente.
 
 El fiscal miró a Traps con aire digno, limpió su monóculo y volvió a ponérselo.
 
 -El acusado -dijo- duda de su culpa. Muy humano. ¿Quién de nosotros se conoce? ¿Quién de nosotros conoce sus propios delitos y secretas fechorías? Pero algo podemos afirmar ya desde ahora, antes de que vuelvan a encenderse las pasiones de nuestro juego: si Traps es un asesino, cosa que afirmo y deseo en mi fuero íntimo, nos hallamos ante un momento particularmente solemne. Y con razón. Descubrir un homicidio es un acontecimiento grato, un acontecimiento que hace latir con más fuerza nuestros corazones y nos enfrenta a tareas, decisiones y obligaciones nuevas, por eso permítanme felicitar antes que nada a nuestro presunto homicida, ya que sin asesino es imposible descubrir un crimen o administrar justicia. ¡A la salud especial, pues, de nuestro amigo, de nuestro modesto Alfredo Traps, al que un hado favorable condujo hasta nosotros!
 
 Júbilo general, todos se levantaron y brindaron a la salud del representante general, que con lágrimas en los ojos, agradeció y aseguró que aquélla era la velada más hermosa de su vida.
 
 Y el fiscal, también con lágrimas en los ojos, prosiguió:
 
 -La velada más hermosa de su vida, ha dicho nuestro venerado amigo: ¡qué frase tan conmovedora! Recordemos los tiempos en que nos tocaba desempeñar un triste oficio al servicio del Estado. El acusado no estaba entonces frente a nosotros como amigo, sino como enemigo, y teníamos que rechazar a quien ahora podemos estrechar contra nuestro pecho. ¡Permítame que lo abrace!
 
 Y diciendo esto, se incorporó de un salto, levantó con fuerza a Traps y lo abrazó impetuosamente.
 
 -Señor fiscal, queridísimo amigo -balbuceó el representante general.
 
-¡Mi querido acusado, Herr Traps! -sollozó el fiscal-. Tuteémonos, por favor. Me llamo Kurt. ¡A tu salud, Alfredo!
 
 -¡A tu salud, Kurt!
 
 Se besaron, se abrazaron, se acariciaron, brindaron el uno por el otro mientras se contagiaba la emoción, la unción que presidía esa incipiente amistad.
 
 -¡Cómo ha cambiado todo! -exclamó el fiscal, jubiloso-. Si antes nos afanábamos desesperados de caso en caso, de delito en delito, de fallo en fallo, ahora fundamentamos, replicamos, referimos, disputamos, hablamos y respondemos con calma, con cordialidad, con alegría, aprendemos a querer y valorar al acusado, cuya respuesta es la simpatía, y así quedamos ambos hermanados. Una vez instaurada esta cordialidad, todo resulta fácil, el delito se torna ligero y la sentencia, agradable. Permitidme pronunciar, pues, unas palabras de reconocimiento ante este homicidio consumado -(Interrupción de Traps, otra vez de excelente humor: "¡Pruebas, mi querido Kurt, pruebas!")-. Y muy justificadamente, pues se trata de un asesinato perfecto, hermoso. Nuestro entrañable homicida podría descubrir en mis palabras un cinismo descarado; nada más ajeno a mí; su acto puede calificarse de "hermoso" en dos sentidos: uno filosófico y otro virtuoso-técnico. Pues nuestros contertulios, querido amigo Alfredo, han renunciado ya al prejuicio de ver en el delito algo horrible, repulsivo, y en la justicia, en cambio, algo bello, o más bien atrozmente bello. No, también en el delito consideramos nosotros la belleza como condición previa e ineludible de la justicia. Este es el aspecto filosófico. Y ahora rindamos homenaje a la belleza técnica del acto delictivo. Sí, homenaje. Creo haber dado con la palabra exacta, pues mi requisitoria no quiere ser un discurso intimidatorio capaz de molestar o confundir a nuestro amigo, sino un homenaje que le haga ver su crimen, permitiendo que florezca y acercándolo a su conciencia. Tan sólo sobre el pedestal puro del conocimiento se podrá erigir el monumento sin fisuras de la justicia.
 
    El anciano fiscal de ochenta y seis años hizo una pausa, exhausto. Pese a su edad, había hablado con voz fuerte y estridente, gesticulando muchísimo. Se enjugó el sudor de la frente con la servilleta manchada que llevaba al cuello, y secó luego su arrugada nuca. Traps estaba conmovido. Permaneció repantigado en su silla, torpe y pesado por la comida. Estaba satisfecho, pero no quería ser menos que esos cuatro ancianos; aunque se confesó a sí mismo que el insaciable apetito y la sed desmesurada de esos viejos lo traían de cabeza. Él tenía buen diente, pero jamás había visto tanta vitalidad y glotonería juntas. Asombrado, paseó una mirada perezosa sobre la mesa, halagado por la cordialidad con que lo trataba el fiscal, oyó las doce solemnes campanadas de la iglesia y luego, a lo lejos, el coro de los criadores de ganado menor: "Como un viaje es nuestra vida..."
 
 -Como en un cuento -repetía alelado el representante general-, como en un cuento. -Y luego dijo-: ¿Así que yo he cometido un asesinato? ¿Justamente yo? Quisiera que me dijerais cómo.
 
 Mientras, el juez había descorchado otra botella de Château Margaux del 14, y el fiscal, recuperado, empezó a hablar nuevamente.
 
 -¿Qué ha ocurrido, pues? -dijo-. ¿Cómo descubrí que nuestro querido amigo merece ser elogiado por un crimen, y no sólo por un crimen común, no, sino por uno cometido con gran virtuosismo, consumado sin derramamiento de sangre, sin recurrir a medios como el veneno, el revólver u otros similares?".

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