La avería. Una historia aún posible
(1955). 2ª parte
"Traps, perplejo, tuvo de pronto un
acceso de cólera:
-¿Que yo he cometido un asesinato? -protestó-.
Oiga, esto empieza a pasarse de castaño oscuro, el defensor ya me vino antes
con la misma historia turbia.
Pero luego pensó y se echó a reír a mandíbula
batiente, sin poder apenas contenerse, una broma estupenda, ahora comprendía,
querían meterle en la cabeza que había cometido un crimen, para troncharse de
risa, simple y llanamente.
El
fiscal miró a Traps con aire digno, limpió su monóculo y volvió a ponérselo.
-El acusado -dijo- duda de su culpa. Muy
humano. ¿Quién de nosotros se conoce? ¿Quién de nosotros conoce sus propios
delitos y secretas fechorías? Pero algo podemos afirmar ya desde ahora, antes
de que vuelvan a encenderse las pasiones de nuestro juego: si Traps es un
asesino, cosa que afirmo y deseo en mi fuero íntimo, nos hallamos ante un
momento particularmente solemne. Y con razón. Descubrir un homicidio es un
acontecimiento grato, un acontecimiento que hace latir con más fuerza nuestros
corazones y nos enfrenta a tareas, decisiones y obligaciones nuevas, por eso
permítanme felicitar antes que nada a nuestro presunto homicida, ya que sin
asesino es imposible descubrir un crimen o administrar justicia. ¡A la salud
especial, pues, de nuestro amigo, de nuestro modesto Alfredo Traps, al que un
hado favorable condujo hasta nosotros!
Júbilo general, todos se levantaron y
brindaron a la salud del representante general, que con lágrimas en los ojos,
agradeció y aseguró que aquélla era la velada más hermosa de su vida.
Y
el fiscal, también con lágrimas en los ojos, prosiguió:
-La velada más hermosa de su vida, ha dicho
nuestro venerado amigo: ¡qué frase tan conmovedora! Recordemos los tiempos en
que nos tocaba desempeñar un triste oficio al servicio del Estado. El acusado
no estaba entonces frente a nosotros como amigo, sino como enemigo, y teníamos
que rechazar a quien ahora podemos estrechar contra nuestro pecho. ¡Permítame
que lo abrace!
Y
diciendo esto, se incorporó de un salto, levantó con fuerza a Traps y lo abrazó
impetuosamente.
-Señor fiscal, queridísimo amigo -balbuceó el
representante general.
-¡Mi querido acusado, Herr Traps!
-sollozó el fiscal-. Tuteémonos, por favor. Me llamo Kurt. ¡A tu salud,
Alfredo!
-¡A tu salud, Kurt!
Se
besaron, se abrazaron, se acariciaron, brindaron el uno por el otro mientras se
contagiaba la emoción, la unción que presidía esa incipiente amistad.
-¡Cómo ha cambiado todo! -exclamó el fiscal,
jubiloso-. Si antes nos afanábamos desesperados de caso en caso, de delito en delito,
de fallo en fallo, ahora fundamentamos, replicamos, referimos, disputamos,
hablamos y respondemos con calma, con cordialidad, con alegría, aprendemos a
querer y valorar al acusado, cuya respuesta es la simpatía, y así quedamos
ambos hermanados. Una vez instaurada esta cordialidad, todo resulta fácil, el
delito se torna ligero y la sentencia, agradable. Permitidme pronunciar, pues,
unas palabras de reconocimiento ante este homicidio consumado -(Interrupción de
Traps, otra vez de excelente humor: "¡Pruebas, mi querido Kurt,
pruebas!")-. Y muy justificadamente, pues se trata de un asesinato
perfecto, hermoso. Nuestro entrañable homicida podría descubrir en mis palabras
un cinismo descarado; nada más ajeno a mí; su acto puede calificarse de "hermoso"
en dos sentidos: uno filosófico y otro virtuoso-técnico. Pues nuestros
contertulios, querido amigo Alfredo, han renunciado ya al prejuicio de ver en
el delito algo horrible, repulsivo, y en la justicia, en cambio, algo bello, o
más bien atrozmente bello. No, también en el delito consideramos nosotros la
belleza como condición previa e ineludible de la justicia. Este es el aspecto
filosófico. Y ahora rindamos homenaje a la belleza técnica del acto delictivo.
Sí, homenaje. Creo haber dado con la palabra exacta, pues mi requisitoria no
quiere ser un discurso intimidatorio capaz de molestar o confundir a nuestro
amigo, sino un homenaje que le haga ver su crimen, permitiendo que florezca y
acercándolo a su conciencia. Tan sólo sobre el pedestal puro del conocimiento se
podrá erigir el monumento sin fisuras de la justicia.
El anciano fiscal de ochenta y seis años hizo una pausa, exhausto. Pese
a su edad, había hablado con voz fuerte y estridente, gesticulando muchísimo.
Se enjugó el sudor de la frente con la servilleta manchada que llevaba al
cuello, y secó luego su arrugada nuca. Traps estaba conmovido. Permaneció
repantigado en su silla, torpe y pesado por la comida. Estaba satisfecho, pero
no quería ser menos que esos cuatro ancianos; aunque se confesó a sí mismo que
el insaciable apetito y la sed desmesurada de esos viejos lo traían de cabeza.
Él tenía buen diente, pero jamás había visto tanta vitalidad y glotonería
juntas. Asombrado, paseó una mirada perezosa sobre la mesa, halagado por la
cordialidad con que lo trataba el fiscal, oyó las doce solemnes campanadas de
la iglesia y luego, a lo lejos, el coro de los criadores de ganado menor:
"Como un viaje es nuestra vida..."
-Como en un cuento -repetía alelado el
representante general-, como en un cuento. -Y luego dijo-: ¿Así que yo he
cometido un asesinato? ¿Justamente yo? Quisiera que me dijerais cómo.
Mientras, el juez había descorchado otra
botella de Château Margaux del 14, y el fiscal, recuperado, empezó a hablar
nuevamente.
-¿Qué ha ocurrido, pues? -dijo-. ¿Cómo
descubrí que nuestro querido amigo merece ser elogiado por un crimen, y no sólo
por un crimen común, no, sino por uno cometido con gran virtuosismo, consumado
sin derramamiento de sangre, sin recurrir a medios como el veneno, el revólver
u otros similares?".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: