XI.-
Trappa
Todo lo que hacíamos estaba encaminado a
ejercitar la mente. Si aprendíamos el judo, era como ejercicio de autodominio.
El lama que nos enseñaba este método de lucha podía defenderse de diez ataques
a la vez y vencerlos. Sentía una gran afición por el judo y trataba de hacerlo
lo más interesante posible.
-Las llaves que estrangulan -solía decir-
pueden parecer salvajes y crueles a los occidentales, pero este punto de vista
es erróneo. Como ya he dicho, basta tocar ligeramente a una persona en el
cuello para dejarla sin conocimiento en una fracción de segundo. La leve
presión paraliza el cerebro sin dañarlo.
En
el Tíbet, donde no hay anestesia, utilizábamos con frecuencia esa presión para
las operaciones quirúrgicas e incluso para la extracción de dientes difíciles.
El paciente no se daba cuenta de nada. También se emplea en las iniciaciones
cuando se suelta el ego del cuerpo
para que emprenda un viaje astral.
Con este entrenamiento nos inmunizábamos contra las caídas. Una de las
finalidades del judo es aprender a caer sin hacerse daño; los chicos
acostumbrábamos a saltar desde lo alto de un muro de tres a cuatro metros para
divertirnos.
Un
día sí y otro no, antes de empezar los ejercicios de judo, teníamos que recitar
los Pasos del Camino de Enmedio, piedra angular del budismo.
Puntos de vista rectos: opiniones libres de toda ilusión y de
egoísmo.
Rectas aspiraciones: que nos conducen a
tener intenciones y opiniones elevadas y dignas.
Palabras rectas: las que usará toda
persona amable, considerada y verídica.
Recta conducta: que nos hace pacíficos,
honrados y desprendidos.
Vida recta: para obedecer este
mandamiento hay que evitar causar daño a hombres y animales y se dará a estos
últimos todos sus derechos como seres.
Esfuerzo recto: hay que tener autodominio y someterse a
una preparación constante.
Pensamiento recto: tener los
pensamientos adecuados y hacer siempre lo que está bien.
Visiones rectas: placer que se deriva de
la meditación sobre las realidades de la vida y sobre el Super-Ser.
Si
alguno de nosotros cometía alguna falta contra estos mandamientos, teníamos que
yacer cara al suelo a la entrada del templo para que todos los que entrasen
pasaran por encima de nuestro cuerpo. Allí había que permanecer desde el alba
hasta el anochecer sin moverse en absoluto, sin comer y sin beber. Además, se
consideraba como una gran vergüenza.
Ya
era lama, y uno de los distinguidos, uno de los superiores. Este título
resultaba muy halagüeño, pero era muy difícil mantenerse a la altura de la
situación. Antes tenía que obedecer las treinta y dos reglas de la conducta
sacerdotal. Una vez nombrado lama, me encontré, horrorizado, que debía obedecer
nada menos que doscientas cincuenta y tres reglas. Y en Chakpori el buen lama
no quebrantaba ni una sola de ellas. Me parecía que la cabeza acabaría
estallándome de tantas cosas como había que aprender en el mundo. [...]
¿Que si trabajábamos? A todas horas, aunque
también teníamos alguna distracción, ya que era un placer charlar con hombres
como el lama Mingyar Dondup. Para estos hombres sólo tenía un objetivo la vida:
la paz y ayudar al prójimo. Otra compensación era poder admirar aquel hermoso
valle tan verde y poblado de magníficos árboles. [...] La camaradería de los
otros monjes, la rudeza bien intencionada de los monjes menores, el familiar
olor a incienso que impregnaba los templos... Todas estas cosas que constituían
nuestra vida la hacían digna de vivirse. Desde luego, había que pasar malos ratos,
pero no importaba: en toda comunidad hay gente incomprensiva y de poca fe, pero
en Chakpori eran los menos".
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