Accidentes de tráfico
"-Profesor, qué bonito es oírte contar historias de la carretera. Anda, sé bueno, cuéntanos otra.
-Bien, entonces os contaré la de la juventud. Era en América, una noche de mayo, del mayo pasado para ser exactos. Cinco estudiantes, tres chicos y dos chicas, y al volante un tal Danilo, los demás no sé cómo se llamaban. Y este Danilo era hijo de unos ricos industriales, era un chico muy guapo, en la escuela siempre había sido el primero de la clase, en los deportes ganaba todas las competiciones, era una especie de pequeño Dios y por eso los demás chicos le odiaban. Aquella noche iban en coche a gran velocidad porque eran jóvenes, sencillamente. Probablemente habrían ido a hacer el amor. Las dos chicas eran tipas salvajes y decididas a todo, y en un momento dado una de las dos le dice a Danilo: "Oye, tío, ¿te atreves a lanzarte contra los coches que vienen en dirección contraria y luego desviarte en el último momento? Nosotros lo llamamos el juego de las palomas, también las palomas por las calles parece que tengan que ser aplastadas y en cambio se escabullen en el último momento. ¿Te atreves, tío?" "En primer lugar, yo no me llamo tío", responde él "y luego ese juego que tú dices lo conozco de sobras, sólo que no me gusta, porque tú sabes perfectamente lo que haces tú, pero no sabes lo que pasa por la cabeza del otro que viene en dirección contraria y a lo mejor en el último momento también él se aparta por el mismo lado y entonces nos hacemos papilla". "Si uno se atreve pero luego no se fía es como si no se atreviese" dice uno de los chicos. "Desde luego hay que tener hígado" dice el otro. En fin empiezan a pincharle, mejor dicho continúan durante kilómetros y kilómetros hasta que él pierde la paciencia y dice: "Muy bien, oídme con atención, mocosos. ¿Veis esos dos faros que se acercan, de color azul?, debe ser un Continental último modelo, un coche sólido. Voy a lanzarme contra él y cuando esté a punto de darle, oídme bien, no me aparto ni un centímetro, me lanzo de lleno a toda velocidad, así vemos qué es lo que pasa. ¿Me he explicado bien?" "Tú, tío, eres el bocazas de turno", responde una de las chicas ye-yé. "Tú sencillamente me das risa, nunca te atreverás a nada parecido." "¿Ah, no?" Mientras tanto, a aquella velocidad vertiginosa, los dos faros azules se habían ido acercando, no faltarían más de doscientos o trescientos metros. "¿Ah, no?" repitió Danilo. Sólo en el último momento, en el ultimísimo, los cuatro compañeros entienden la horrible broma y se ponen a chillar. En el coche de los faros azules hubo tres muertos; del coche de los estudiantes sólo se salvó uno: el que luego ha contado la historia.
-Ah, es magnífico profesor, oír cómo cuentas estas preciosas historias de la carretera. Anda, sé bueno, todavía es pronto, ¿por qué no nos cuentas otra?
-Bien, entonces os contaré la del amor materno. Pues bien, había, mejor dicho hay, porque todavía existe, una vieja madre que desde hace más de veinte años espera que su hijo vuelva de Rusia. El hijo había desaparecido durante la gran retirada, alguien dijo que le habían hecho prisionero, pero no es seguro. Ahora bien, ya sabemos lo que es la esperanza de una madre. Un bulldozer, de esos que socavan las montañas, es una hormiga en comparación. Bueno, al cabo de veinte años esa vieja señora espera todavía, y como vive en las afueras de la ciudad, junto a la carretera que viene del norte, se pasa todo el día en la ventana mirando los coches y los camiones que llegan del norte; en alguno de ellos podría estar su hijo. Y con cada coche que aparece en el horizonte y va acercándose, su corazón empieza a latir y como es un continuo desfile, ella está siempre sobresaltada, no tiene un minuto de sosiego y todo esto es tremendo, pero a la vez es lo único que la mantiene viva. Pero precisamente debajo de su casa, que es un enorme edificio de diez pisos, justo debajo hay un cruce tristemente célebre por los terribles choques que se producen. Que se deba a indisciplina, o a que los semáforos no estén bien sincronizados, o que sea uno de esos cruces embrujados donde señales, guardias y controles de nada sirven porque actúa una misteriosa maldición, el hecho es que no hay día en que no se produzca uno de esos atroces accidentes. La vieja señora está en la ventana y ve. ¿Y si a bordo de uno de esos dos coches estaba su hijo que volvía de Rusia? Con el corazón en la garganta, baja precipitadamente a la calle, corre a ver quiénes son los muertos y los heridos. Qué alivio, cada vez. En ese coche nunca está su hijo. ¡Qué suerte! La vieja señora se santigua, lanza una mirada en derredor, radiante: "Bendito sea Dios, demos gracias a Dios." Durante unos instantes es una mujer feliz. Una vez más, casi por milagro, su hijo está a salvo. Naturalmente todos piensan que está loca".
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