Para acabar con la filosofía
Mi filosofía
"La evolución de mi filosofía se dio de la siguiente manera: mi mujer, al invitarme a probar el primer soufflé que había hecho, dejó caer por accidente una cucharadita del mismo sobre mi pie, fracturándome varios huesos pequeños. Acudieron los médicos, tomaron y examinaron radiografías y me ordenaron un mes en cama. Durante la convalecencia, me concentré en las obras de algunos de los pensadores más formidables de Occidente -una pila de libros que yo había seleccionado para eventualidades como ésta. No presté atención al orden cronológico y empecé con Kierkegaard y Sartre, luego pasé rápidamente a Spinoza, Hume, Kafka y Camus. No me aburrí como me había temido; en cambio, me fascinó la energía con la que esas grandes mentes atacaban resueltamente la moral, el arte, la ética, la vida y la muerte. Recuerdo mi reacción a una observación típicamente luminosa de Kierkegaard: "Semejante relación, que se relaciona con su propio ser (es decir, un ser), debe haberse constituido a sí misma, o ha sido constituida por otra". El concepto me arrancó lágrimas de los ojos. ¡Dios santo, pensé, ser tan inteligente! (Soy un hombre con dificultades para escribir dos frases coherentes sobre "Un día en el zoo".) La verdad es que el pasaje me resultó totalmente incomprensible, pero ¿qué más da si Kierkegaard se lo había pasado bien? Súbitamente me convencí de que la metafísica era lo que siempre había querido hacer, tomé mi bolígrafo y empecé al acto a garabatear la primera de mis propias fantasías. La obra procedió aprisa y en sólo dos tardes (con tiempo para echarme una siesta), completé la obra filosófica que espero no será descubierta hasta después de mi muerte o hasta el año 3000 (lo que pase primero) y que modestamente creo que me asegurará un lugar privilegiado entre los pensadores de más peso en la historia. Aquí presento un breve ejemplo del cuerpo principal de tesoros intelectuales que lego a la posterioridad, o hasta que llegue la mujer de la limpieza.
I.-Crítica de la sinrazón pura
Al formular cualquier filosofía, la primera consideración siempre debe ser: ¿qué podemos saber? Es decir, de qué podemos estar seguros de saber, o seguros de que sabemos que sabíamos, si realmente es de algún modo "cognoscible". ¿O lo habremos olvidado todo y tenemos demasiada vergüenza de decir algo? Descartes insinuó el problema cuando escribió: "Mi mente jamás puede conocer mi cuerpo, aunque se ha hecho bastante amiga de mis piernas". Por "cognoscible", dicho sea de paso, no quiero decir aquello que puede ser conocido por medio de la percepción de los sentidos o que puede ser comprendido por la mente, sino más bien que puede decirse que es Conocido o que posee un Conocimiento o una Conocibilidad, o por lo menos algo que puedas mencionar a un amigo.
¿Podemos en realidad "conocer" el universo? Dios santo, no perderse en Chinatown es ya bastante difícil. Sin embargo, el asunto es el siguiente: ¿Habrá algo allá fuera? ¿Y por qué? ¿Por qué tendrán que hacer tanto ruido? Por último, no cabe duda de que la característica de la "realidad" es que carece de esencia. Esto no quiere decir que no tenga esencia, sino simplemente que carece de ella. (La realidad a la que me refiero es la misma que describió Hobbes, pero un poco más pequeña). Por lo tanto, el dictum cartesiano, "Pienso, luego soy", podría expresarse mejor por "¡Eh, allí va Edna con el saxofón!". Así pues, para conocer una substancia o una idea, debemos dudar de ella y así, al dudar, llegamos a percibir las cualidades que posee en su estado finito, que están, o son realmente, "en la misma cosa", o "de la cosa misma", o de algo, o de nada. Si esto está claro, podemos dejar por el momento la epistemología.
II.-La dialéctica escatológica como medio de lucha contra el zona
Podemos decir que el universo consiste en una sustancia y que a esta sustancia la llamamos "átomo", o también "mónada". Demócrito la denominó átomo. Leibniz la llamó mónada. Por fortuna, los dos hombres jamás se conocieron, de lo contrario se hubiera armado una discusión muy aburrida. Estas "partículas" fueron puestas en movimiento por alguna causa o principio fundamental, o quizás algo se cayó en algún lugar. El asunto es que ahora ya es demasiado tarde para remediarlo, salvo quizá comer mucho pescado crudo. Por supuesto, esto no explica por qué el alma es inmortal. Tampoco dice nada sobre una vida ultraterrena ni aclara la sensación que siente mi tío Sender de que lo persiguen los albanos. La relación causal entre el primer principio (es decir, Dios o viento fuerte) y cualquier concepción teológica del ser (Ser), según Pascal, es "tan ridícula que ni siquiera es graciosa (Graciosa)". Schopenhauer llamó a esto "voluntad", pero su médico la diagnosticó como fiebre del heno. En sus últimos años, se amargó por eso o, más aún, por la creciente sospecha de que él no era Mozart".
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