Séptima aventura por mar
"Todos ustedes desean oír -lo leo en sus ojos, señores míos- cómo llegué a la posesión de un tesoro tan grande como lo es la citada honda. Bien, la cuestión sucedió así. Desciendo, han de saber, de la mujer de Urías, con la que David, como es sabido, tenía muy estrechas relaciones. Pero con el tiempo, como suele ocurrir algunas veces se enfriaron sensiblemente las relaciones de su majestad para con la condesa, pues de tal dignidad fue investida en el primer trimestre que siguió a la muerte de su esposo. Disputaron en cierta ocasión por una cuestión muy importante, a saber: sobre el punto en que fue construida el arca de Noé y sobre dónde quedó después del diluvio. Mi antepasado quería hacerse valer como una gran autoridad en el estudio de la Antigüedad, y la condesa era presidenta de una sociedad de amigos de la historia. Poseía al respecto la debilidad de muchos grandes señores y de casi todas las gentes sencillas: no podía soportar que se le contradijera; y tenía ella el defecto propio de su sexo: quería tener razón en todas las cosas; resumiendo: vino la separación. Le había escuchado hablar con frecuencia de aquella honda como un gran tesoro y parecióle bien llevársela, probablemente de recuerdo. Pero antes de que hubiese atravesado las fronteras del reino fue echada de menos la honda, y nada menos que seis hombres de la escolta personal del rey salieron en su persecución. Sin embargo, hizo tan buen uso del incautado instrumento que a uno de sus perseguidores, que pretendía quizás distinguirse por sus servicios y se le había adelantado por eso algo a los otros, acertó precisamente en el sitio en que Goliat recibió su mortal herida. Cuando sus compañeros lo vieron caer muerto al suelo consideraron oportuno, tras larga y sabia reflexión, comunicar primero a la correspondiente instancia el nuevo cambio ocurrido, y la condesa consideró lo mejor proseguir su viaje, renovando en las postas los caballos, hasta Egipto, donde tenía muy respetables amigos en la corte. Tenía que haberles dicho ya antes que de varios niños que Su Majestad había tenido a bien engendrar con ella, llevó consigo al irse a un hijo, que era su favorito. Y como a éste le diera el fértil Egipto, también le cedió en artículo especial de su testamento, la famosa honda, y de él vino a parar a mí en línea, por lo general directa.
Uno de sus propietarios, mi tatarabuelo, que vivió hace unos doscientos cincuenta años, estuvo de visita en Inglaterra en cierta ocasión y se hizo muy amigo de un poeta, que si bien no era más que un plagiario, mayor era su fama como cazador furtivo: se llamaba Shakespeare. Ese poeta, en cuyos escritos, quizá por revancha, se suman inmundamente los casos de cazadores furtivos entre ingleses y alemanes, solía pedirle prestada esa honda, y dio muerte con ella a tanta caza mayor y menor en las tierras de Sir Thomas Lucy que a duras penas logró salvarse de la misma suerte a que estuvieron destinados mis dos amigos en Gibraltar. El pobre hombre fue enviado a presidio y mi tatarabuelo consiguió su libertad de una manera muy especial. La reina Isabel, que gobernaba entonces, se hartó de sí misma en los últimos años de su vida, como ustedes bien saben. Vestirse, desvestirse, comer, beber y algunas otras cosas que no necesito mencionar aquí hacían de su vida insostenible carga. Mi antepasado la puso en condiciones de hacer todo esto según su libre albedrío, bien con un representante o sin él. ¿Y qué creen ustedes que pidió por esa obra de magia sin par?: la libertad de Shakespeare. No logró la reina que aceptase nada más que esto. Aquel honrado hombre le había cobrado tanto cariño a ese gran poeta que gustoso hubiese dado algo de la suma de sus días con tal de alargar la vida de su amigo.
Por lo demás les puedo asegurar, señores míos, que el método de la reina Isabel de vivir completamente sin alimentos, por muy original que éste fuera, poca aceptación encontró entre sus súbditos, sobre todo entre los beefeaters, tal como se denomina aún hoy en día a la guardia real. Tampoco sobrevivió a su nueva costumbre más de los ocho años y medio".
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