martes, 6 de octubre de 2015

"Corazón".- Edmundo de Amicis (1846-1908)

 
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El primero de la clase. (Viernes, 25)
  "Garrón conquista el afecto de todos; Derosi, la admiración. Ha obtenido la primera medalla; también este año será el primero; nadie puede competir con él; todos le reconocen su superioridad en todas las asignaturas. Es el primero en aritmética, en gramática, en redacción, en dibujo; todo lo coge al vuelo; tiene una memoria prodigiosa, todo lo hace sin esfuerzo; parece que el estudio es para él un simple juego. El maestro le dijo ayer:
 -Has recibido grandes dones de Dios; procura no malgastarlos.
 Además, es alto y guapo, con abundantes rizos rubios como una corona; tan ágil, que salta sobre un banco, apoyando en él un mano; y ya sabe esgrima. Tiene doce años, es hijo de un comerciante, va siempre vestido de azul con botones dorados, siempre vivo, alegre y afable con todos, ayuda a cuantos puede en el examen y jamás nadie se ha atrevido nunca a hacerle un desaire o decirle una palabra inconveniente. Solamente Nobis y Franti no lo miran bien, y Votini rebosa envidia por los ojos; pero él ni siquiera cae en la cuenta. Todos le sonríen o lo cogen de la mano o de un brazo, cuando da la vuelta recogiendo los trabajos con aquella gracia tan suya. Regala periódicos ilustrados, dibujo, todo lo que en casa le regalan a él; ha hecho para el calabrés un pequeño mapa de Calabria; todo lo da riendo, sin pretensiones, como un gran señor, sin mostrar predilección por ninguno. Es imposible no envidiarlo, no reconocer su superioridad en todo. También yo, como Votini, lo envidio. Experimento un pesar, una especie de despecho hacia él alguna vez, cuando me resulta difícil el trabajo en casa y pienso que a aquellas horas él ya lo ha terminado perfectamente y sin esfuerzo alguno. Pero luego, cuando vuelvo a la escuela y lo veo tan guapo, sonriente y brillante, al oír cómo responde con toda seguridad a las preguntas del maestro, y qué amable es, y cuánto lo quieren todos, entonces todo el pesar, todo el despecho se derrite en mi corazón y me avergüenzo de haber experimentado aquellos sentimientos. Querría entonces estar siempre a su lado, poder seguir todos los estudios con él; su presencia, su voz, me infunden valor, deseo de trabajar, alegría y placer. El maestro le ha dado a copiar el cuento mensual que leerá mañana: "El pequeño vigía lombardo"; lo estaba copiando esta mañana, y se sentía lleno de emoción por aquel hecho heroico, con el rostro encendido, los ojos húmedos y los labios temblorosos. ¡Qué bello y noble parecía! ¡Con qué placer le hubiera dicho francamente a su misma cara: "Derosi, ¡en todo vales tú inmensamente más que yo! ¡Tú eres un hombre a mi lado1 ¡Te respeto y te admiro!"
 
 
La biblioteca de Estardi. (Viernes, 6)
 
 He ido a casa de Estardi, que vive enfrente de la escuela, y he sentido verdadera envidia al ver su biblioteca. No es ningún rico y no puede comprarse muchos libros; pero conserva cuidadosamente los de la escuela y los que le regalan sus padres, y todo el dinero que le dan lo guarda para gastarlo en la librería; de este modo ha reunido ya una pequeña biblioteca, y cuando su padre se ha dado cuenta de su afición le ha comprado un bonito estante de nogal con cortinas verdes, y le ha hecho encuadernar todos los volúmenes con los colores que más le gustan. De este modo, ahora tira de un cordoncito, la cortina verde se descorre y aparecen tres filas de libros de todos los colores, muy ordenaditos, limpios, con los títulos en letras doradas sobre el lomo; libros de cuentos, de viajes y de poesía; y también los hay con láminas. Sabe combinar perfectamente los colores, pone los volúmenes blancos al lado de los encarnados, los amarillos junto a los negros, los azules con los blancos, para que se vean desde lejos y hagan buen juego; y luego se divierte variando las combinaciones. Ha hecho un catálogo y parece un bibliotecario. Siempre anda a vueltas con sus libros, limpiándolos, hojeándolos, examinando la encuadernación. Hay que ver con qué cuidado los abre con sus manos regordetas y chicas, soplando las hojas; parece que están todos nuevos aún. ¡Yo, que tengo los míos tan estropeados! Para él, cada vez que compra un libro nuevo, es un placer abrirlo, ponerlo en su sitio y volver a cogerlo para mirarlo por todos los lados y guardarlo como un tesoro. No hemos visto otra cosa en una hora. Tenía irritados los ojos de tanto leer. Una vez entró su padre en el cuarto; es gordo y tosco como él, con una cabeza grande como la suya, y le dio dos o tres pescozones, diciéndome con aquel vozarrón:
 -¿Qué me dices de esta cabeza de hierro? Es un testarudo que llegará a ser algo, te lo aseguro.
 Y Estardi entornaba los ojos al recibir aquellas rudas caricias, como un perro grande caza. no sé, no me atrevía a bromear con él; me parecía mentira que no fuese más que un año mayor que yo.
 -Hasta la vista -me dijo, ya en el umbral, con su cara que parece siempre bronceada. Me faltó poco para responderle: "Mucho gusto en saludarte", como a un hombre. Luego se lo dije a mi padre, en casa:
 -No lo comprendo; Estardi no es un genio, carece de modales distinguidos, su figura es casi ridícula, y sin embargo, me infunde respeto.
 Y mi padre respondió:
 -Es porque tiene carácter.
 Yo añadí:
 -En una hora que he pasado con él no ha pronunciado cincuenta palabras, no me ha enseñado un juguete, ni se ha reído una sola vez, sin embargo lo he pasado muy bien.
 Y mi padre respondió.
 -Es porque lo aprecias".

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