Segunda Parte
V
"Darya le apretó la mano, sonrió, y meneó la cabeza.
-Entonces no hablaremos. Come este melón fresco; en verano es bueno para los riñones.
David comió y bebió lo que le ordenaba Darya. Hacía varias semanas que le faltaba el apetito y el agua de la misión era tibia y muerta.
Después, agradecido porque Darya no se mostraba tan insistente como de costumbre, le dio conversación:
-¿Hay muchas casas como ésta en la India?
-No muchas -confesó Darya-, pero unas cuantas, sí. Me estás preguntando por qué no renunciamos a nuestras riquezas cuando hay tantos pobres. Yo mismo me lo he preguntado muchas veces y me preocupa, y sin embargo no acepto la renunciación. Aunque sé que es la forma más elevada de la dicha espiritual, mis padres son viejos, yo soy el hijo mayor, tengo mujer e hijos y mi familia depende de mí. Mi padre dice que los ricos desempeñamos una función útil. Está bien -dice- que la gente sepa que puede haber casas como la nuestra, para que también tengan esperanzas de mejorar su situación. No sé si así consigue tranquilizarse a sí mismo. Pero tú eres hijo de un hombre rico, David, y vuestras Escrituras también dicen que es difícil que un rico entre en el reino de los cielos. Las nuestras dicen lo mismo con otras palabras.
Esta era la ocasión propicia para hablar a Dayra de los planes de vida que David había trazado, y le describió el porvenir tal como él lo veía, la gran escuela que atraería a la mejor juventud hindú y la llenaría de fuerza y conocimientos. Para ello reuniría los mejores maestros y los más creyentes de todas partes. Lo que su padre no había hecho lo haría él.
Darya le escuchó con ojos relampagueantes, escéptico, cariñoso, un poco burlón, pero David siguió hablando con insistencia.
-¿Y a todos esos jóvenes hindúes los vas a hacer cristianos? -preguntó Darya al fin.
-No contra su voluntad -contestó David.
-Ah, los seducirás -protestó Darya-. Yo sé cómo actuáis los occidentales. Los rodearás de comodidades y les harás creer que tu agua corriente, tus habitaciones limpias y tus camas blandas, tus grandes bibliotecas y la comida sana son resultado de tu religión y los harás cristianos. Luego todos los jóvenes médicos querrán tener grandes hospitales y aparatos eléctricos y no querrán vivir en aldeas, y los maestros no querrán enseñar en aldeas, y las chicas querrán casarse con hombres que puedan darles casas como la tuya y creerán que eso es cristianismo.
-¿Hay alguna razón por la que un hombre no pueda ser cristiano y vivir en una casa limpia alumbrada con electricidad en vez de una lámpara humeante? -preguntó David.
-Tiene que andar su camino -contestó Darya-. No puede ir directamente de la aldea a tus Estados Unidos cristianos. Tiene que volver a la aldea que dejó y transformarla con sus propias manos, amigo mío.
-¡Como haces tú, sin duda! -dijo David con una ironía no cristiana.
-Yo no soy un aldeano. En mí sería una falsedad fingir que debo hacer algo que no he nacido para hacer.
-Sin embargo, también yo debo hacer lo que no he nacido para hacer -insistió David-. Bajo la guía de Dios -añadió.
-Hazlo -asintió Dayra-. No discutamos. Construye tu escuela y yo mandaré a ella a mis hijos. Pero no esperes que vayan a las aldeas. Volverán aquí y me pedirán que ponga electricidad y yo rehusaré porque no me gusta la electricidad.
-¿Quién dice que deben tener electricidad? -preguntó David.
-Es el resultado inevitable de tu cristianismo -dijo Darya, quien de pronto cambió de estado de ánimo y se mostró otra vez persuasivo-. Sé feliz, David. Es lo único que pido".
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