martes, 2 de agosto de 2016

"El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción".-Vicente Verdú (1942)

 
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 Capitalismo de ficción

 "Desde el comienzo quise llamar a este trabajo "el estilo del mundo" sin que todavía hubiera encontrado la onda y la justificación completas. Podría haberlo llamado el espíritu del tiempo o el aire del tiempo (l'air du temps) al modo de Nina Ricci, pero supuse pronto que el estilo evocaba mejor la sinuosa apariencia a la que trataba de referirme. El estilo, además, que suele asociarse a una forma más ligera o venial, acaba siendo tan decisivo y moral como la sangre. Sin estilo no hay encantamientos, siendo él, a menudo, el modo más femenino de presentarse, según el espíritu del tiempo, Zeigeist.
 Efectivamente, la experiencia diaria de escribir algún libro se confunde con una obsesión o compota cerebral que acompaña noche y día. Nadie puede establecer la proporción de vida que se pierde en nombre de esa dedicación que no siempre paga con la misma moneda afectiva. Esta vez, no obstante, el cariño interior y exterior, así como el trabajo agradecido, han estado muy cerca de la escritura. Tan cerca que, como se verá, cada capítulo nace y se acuesta sobre el siguiente, y el siguiente sobre otros más, hacia delante y hacia atrás, de manera que interaccionan con sus vecinos y amantes. Resulta así, desde luego, porque las diversas intuiciones diagonales han bebido algún sorbo del mismo compuesto esencial y, en las cruces, copulan y se colorean. Como consecuencia, el producto copia, puede decirse, la sonora arborescencia de una música. No en balde el nombre de "capitalismo de ficción" lo obtuve durante la boda de Francis y Rita en los salones del Casino de La Vila Joiosa y cuando la orquesta atacaba la melodía de un vals.
 Después de esa fiesta, semana tras semana, la idea del capitalismo de ficción, heredera de las etapas de capitalismo de producción y de consumo que había descrito Jesús Ibáñez hace más de una década, fue alzándose como un diccionario de los más diversos aspectos. El capitalismo de producción definiría el período desde finales del siglo XVIII hasta la Segunda Guerra Mundial, en cuyo transcurso lo principal eran las mercancías. A continuación, el capitalismo de consumo, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín, destacaría la trascendencia de los signos, la significación de los artículos envueltos en el habla de la publicidad. Finalmente, el capitalismo de ficción, surgido a comienzos de los años noventa del siglo XX, vendría a cargar el énfasis en la importancia teatral de las personas.
 Los dos primeros capitalismos se ocuparían ante todo de los bienes del bienestar material; el tercero se encargaría de las sensaciones, del bienestar psíquico. La oferta de los dos anteriores era abastecer la realidad de artículos y servicios mientras la del tercero es articular y servir la misma realidad; producir una nueva realidad como máxima entrega. Es decir, una segunda realidad o realidad de ficción con la apariencia de una auténtica naturaleza mejorada, purificada, puerilizada. Esta segunda realidad gestada como un doble es la última prestación del sistema, tan definitiva que el mismo capitalismo desaparece como organización social y económica concreta para transformarse en civilización y se esfuma como artefacto de explotación para convertirse en mundo a secas. ¿El mejor de los mundos? Todo cuanto pueda ser mejor se encuentra incluido en sus potencialidades globalizadas, absorbentes, porque incluso la aventura extrema, la cara de la Revolución o el terrorismo, son asumidos como estímulos de su espectáculo.
 La guerra santa, la responsabilidad moral de las empresas, el comercio justo, el marketing con causa, la transparencia de la política, la estética de los injertos, la orgía futbolística y los reality show, la videovigilancia universal, la cultura del shopping, la ciudad como parque temático, la copia global, la democracia a granel, la clonación, la customización, los virus misteriosos o el gen suicida, son fenómenos del capitalismo de ficción, dentro de una esfera donde la representación ha ganado la batalla y lo real se convalida por la realidad del espectáculo. Para este cambio ha sido necesario, primero, convertir al ciudadano en espectador y, segundo, vender las entradas a un planeta homogeneizado, cada vez más susceptible de ser tratado como un territorio sin tropiezos. ¿Choque de civilizaciones? ¿Países por democratizar? ¿Clientes por occidentalizar? ¿Basuras por reciclar? Estos obstáculos se disuelven progresivamente en el capitalismo de ficción tan irresistible como un gas y tan fatal como el ímpetu de la naturaleza. Una naturaleza que ha ingresado también, desde el ecologismo empresarial a los derechos humanos de los animales, en la misma música de las simulaciones. Un universo, en fin, donde se puede ser destructor y reconstructor bélico al mismo tiempo, criminal y humanitario a la vez, obrero y capitalista, católico y budista, hombre y mujer. Todo ello sin que a nadie le importe si estás vivo o muerto. O, incluso, si la de-función posee sentido en medio de la incesante función continua, veinticuatro horas sobre veinticuatro, siete días sobre siete, que ha inaugurado el omnipresente sistema de ficciones".  

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