4.-La medicina científica contemporánea durante los siglos XIX y XX
La cirugía
«Durante la primera mitad del siglo XIX, la mentalidad anatomoclínica estimuló de forma decisiva el desarrollo de la patología y la clínica quirúrgicas. Guillaume Dupuytren (1777-1835), gran figura de la escuela de París, aplicó con rigor en este terreno el programa de Bichat de asociar sistemáticamente la práctica clínica y las lesiones observadas en la sala de autopsias mediante los signos anatomopatológicos. Resulta muy significativo que legara parte de la fortuna que había reunido con su extraordinario éxito profesional para la creación de una cátedra de anatomía patológica y un museo de la nueva disciplina básica.
Al progreso del diagnóstico se unió el de la técnica quirúrgica en la línea iniciada el siglo anterior. Sin embargo, los resultados prácticos distaban mucho de ser satisfactorios. Las tasas de mortalidad postoperatoria se elevaron de forma aparentemente paradójica, porque los cirujanos del período anatomoclínico, como los de todas las épocas, tenían que enfrentarse con las tres barreras que superó más tarde la llamada revolución quirúrgica: el dolor, la hemorragia y la infección.
La primera de estas barreras fue superada, a mediados de la pasada centuria, con la invención de la anestesia quirúrgica. Comenzaron utilizándose como anestésicos generales por inhalación sustancias volátiles como el éter etílico, el cloroformo y el óxido nitroso que a dosis adecuadas producen un estado de inconsciencia reversible acompañado de relajación muscular. Los químicos señalaron los efectos de estas sustancias, algunas de las cuales, sobre todo el éter y el óxido nitroso o gas hilarante, alcanzaron popularidad en manos de charlatanes y en irresponsables fiestas juveniles. Entre los numerosos autores que iniciaron su utilización como anestésicos cabe destacar el dentista norteamericano William T.G. Morton (1819-1868). En 1844 comenzó a usar éter en su práctica odontológica y dos años más tarde anestesió con la misma sustancia a un enfermo al que le fue extirpado un tumor del cuello en el Hospital General de Boston. La nueva técnica alcanzó rápida difusión en todo el mundo. Uno de los primeros en utilizarla en Gran Bretaña fue James Y. Simpson, catedrático de obstetricia en Edimburgo, quien además introdujo el cloroformo como anestésico en 1847. Más tarde, se incorporaron otros anestésicos generales administrados por inhalación o por otras vías (intravenosa, intrarraquídea, intrarrectal, etc.), así como anestésicos locales, el primero de los cuales fue la cocaína, que el alemán Carl Koller empezó a usar en oftalmología el año 1884.
La hemorragia operatoria pudo ser vencida gracias a la invención, a lo largo del siglo XIX, de una heterogénea serie de técnicas de hemostasia: pinzamiento o presión sobre los vasos sanguíneos que irrigan la zona operatoria, ligadura o sutura de los mismos, aplicación de sustancias que favorecen la formación del coágulo sanguíneo, etc. La transfusión sanguínea, quizá el arma más eficaz contra la hemorragia quirúrgica, se había intentado ya en el siglo XVII, pero sólo fue posible técnicamente tras el descubrimiento por el austríaco Karl Landsteiner, a partir de 1901, de diferentes grupos sanguíneos.
La infección subsiguiente a las intervenciones quirúrgicas impidió el abordaje operatorio del abdomen, el tórax, la cavidad craneal y las demás cavidades somáticas hasta la introducción de la antisepsia primero y de la asepsia más tarde. Pueden citarse muchos precursores, algunos lejanos como Paré, Hidalgo de Agüero y los demás defensores de la "cirugía limpia" en el siglo XVI; otros, más cercanos, como el húngaro Ignaz Philipp Semmelweiss, quien en 1846 consiguió bajar drásticamente la mortalidad por fiebre puerperal de las parturientas, haciendo que el personal que las asistía se lavara antes las manos con la solución de cloruro cálcico. Sin embargo, la infección quirúrgica no fue vencida hasta que se dispuso de una explicación científica acerca de la misma. Por ello, la doctrina microbiana de Pasteur fue el fundamento inmediato de la obra del cirujano británico Joseph Lister (1827-1912), iniciador de la era de la antisepsia. Tras usar otras sustancias, Lister recurrió al ácido fénico, pulverizándolo en la sala de operaciones y aplicando curas de pomada fenicada, con el fin de destruir los microorganismos que infectaban el campo operatorio. Con ello consiguió reducir la mortalidad operatoria de casi el cincuenta por ciento a sólo un seis por ciento. Expuso la técnica, sus fundamentos y sus resultados en la monografía titulada On the Antiseptic Principle in the Practice of Surgery (Sobre el principio antiséptico en la práctica de la cirugía), que apareció en 1867. Entre los más tempranos seguidores del "listerismo" figuraron los cirujanos alemanes, entre ellos Ernst von Bergmann (1836-1907), principal creador más tarde de la asepsia quirúrgica. A diferencia de la antisepsia, la asepsia se basó en un planteamiento preventivo, no intentando destruir los gérmenes durante el acto quirúrgico, sino evitar su aparición en el mismo, operando en un ambiente estéril. En 1886, Bergmann utilizó por vez primera la esterilización por el vapor de los guantes y las ropas del cirujano y sus ayudantes y de todos los instrumentos. El acto quirúrgico no tardó en adquirir el aspecto que le caracteriza desde entonces.
Vencidos el dolor, la hemorragia y la infección, pudo hacerse realidad la cirugía abdominal, la torácica, la neurocirugía y todas las demás vertientes del panorama quirúrgico actual. De acuerdo con la mentalidad anatomoclínica, el objetivo fundamental de la cirugía consistía en extirpar lesiones anatómicas. Más tarde, bajo el influjo de la fisiopatológica, sus metas se hicieron más ambiciosas, ya que aspiró a corregir disfunciones y a devolver al cuerpo humano su integridad original. El punto de partida de esta moderna cirugía restauradora y funcional puede personificarse en la obra del suizo Theodor Kocher (1841-1917), en especial por sus investigaciones experimentales y quirúrgicas acerca del bocio, que sirvieron de base para la constitución de la cirugía de la glándula tiroides y, en general, del sistema endocrino.»
[El fragmento pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 2005. ISBN: 84-206-3953-2.]
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