viernes, 7 de febrero de 2020

Compendio de revelaciones.- Girolamo Savonarola (1452-1498)

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«Tras esta predicación, en el curso de otras predicaciones mías, a menudo he dicho y he confirmado públicamente que el rey de Francia [Carlos VIII] ha sido elegido en ministro de la justicia divina por Dios, y que prosperará y alcanzará la victoria por más que se le oponga todo el mundo. Cierto es que tal como ya le escribí a él personalmente, para mantenerlo en la humildad, se sucederán muchas tribulaciones; sobre todo si él no se preocupa de corregir los males que cometen aquellos que le sirven, y en particular, si no tratara bien a la ciudad de Florencia. Puesto que Dios inducirá a los pueblos de éste a la rebelión, y permitirá que surjan numerosos adversarios y graves dificultades: y Dios quiere que éste sea amigo y protector de la ciudad de Florencia, la cual ha sido elegida para iniciar la reforma de Italia y de la Iglesia. Así que si él no querrá ser amigo de los Florentinos por propia voluntad, Dios le hará serlo a la fuerza. Además, puesto que ha sido designado ministro de la justicia divina, si se humilla y asume su condición de elegido, no se hundirá ante las tribulaciones; por el contrario, una vez humillado y purgado, resurgirá victorioso, y cuando los hombres le juzguen ya vencido, entonces se alzará triunfante, y observando lo que Dios le ha anunciado, conquistará un enorme reino. De otro modo, si se conduce por aquella vía que no es del agrado de Dios, podrá ser reprobado, tal y como el primer rey de Israel, Saúl; y podría ser elegido otro en su lugar, tal y como David fue elegido en el lugar de Saúl. En efecto, estas promesas y gracias concedidas personalmente al rey de Francia son condicionadas y no absolutas; absolutas son, en cambio, las profecías referidas a la reforma de la Iglesia y las gracias prometidas a los florentinos. Y para que todo el mundo entienda qué significa una profecía condicionada y qué una absoluta, debe tenerse presente que Dios conoce las cosas futuras de dos maneras: por un lado, en cuanto que están siempre presentes ante su eternidad; por otro lado, porque ellas mismas proceden del orden de sus causas. Y aunque Dios conozca estas cosas siempre simultáneamente en estos dos modos, sin embargo (porque el efecto no recibe toda la virtud de su causa, particularmente cuando la causa es de una excelencia extraordinaria, como en el caso de Dios), no siempre los profetas reciben de Dios juntamente la cognición de las cosas futuras en estos dos modos citados: sino que algunas veces la reciben en el primer modo, y entonces esta cognición se dice profecía de presciencia o de lo predestinado; otras veces en el segundo modo, y entonces a tal cognición se la llama profecía condicionada por conminación o promisión: puesto que es necesario entender que estas cosas anunciadas vendrán a ser solamente si no varía el orden de las causas, de las cuales rigurosamente dependen. Así que Jonás dijo: adhuc quadraginta dies et Ninive subvertetur [de aquí a cuarenta días, Nínive será destruida], que ciertamente no eran falsas palabras, puesto que eran entendidas de este modo: que los pecados de Nínive eran merecedores de que tras cuarenta días ésta fuera destruida. Similarmente Isaías dijo a Ezequiel, rey de Jerusalén: “Dispone domui tuae, quia morieris tu, et non vives” [Dispón de tu hacienda, porque morirás y no has de vivir]. Y estas palabras eran entendidas así: que la disposición de su cuerpo era tal, que estaba condenado a la muerte, a la cual no podía eludir por vía natural. Por tanto, el profeta, que es instruido por Dios, y que debe obedecer a Dios con simplicidad, debe asimismo anunciar las cosas futuras tal y como le han sido comunicadas por Dios; de otra manera incurriría en pecado, como sucedió con Jonás, que después fue castigado por su desobediencia, tal y como viene escrito en el relato de su profecía. Así pues, por inspiración divina, digo que si el rey de Francia observará lo que dijimos anteriormente, sin ninguna duda se alzará con la victoria y adquirirá un enorme reino; y si no lo observará, su causa correrá un enorme riesgo; y si no es ayudado por las plegarias de los justos, será reprobado por Dios, como ya dijimos precedentemente.
  A menudo aseguré también que todos los que atribulan a los florentinos sufrirán la tribulación de Dios. Y de esto, aparte de la autoridad de la luz divina, ya he alegado alguna razón: porque, transformado el régimen, el gobierno y las anteriores formas, este nuevo Estado y este pueblo, que reconquistó su libertad recientemente, a ningún pueblo o señor hasta ahora ha causado daño o injusticia. Así pues, quien atribula ahora a éstos, injustamente los ofende, y se hace acreedor de un castigo de parte de la justicia divina.
  Igualmente, prediqué públicamente, y reafirmo nuevamente por divina inspiración, que cualquier ciudadano florentino, de dentro o de fuera, que intente usurpar el poder de esta ciudad o violentar el novísimo régimen, a éste Dios le castigará gravemente con toda su casa y con todos sus seguidores, y finalmente, hará que terminen todos mal.
  Asimismo, ratificado por la luz divina, abiertamente ante todo el pueblo, vuelvo a confirmar que lo que ha sido prometido a Florencia se verificará ineludiblemente, incluso si todo el mundo se le pone en contra. Y que si los florentinos, que ya se han iniciado en la vida honrada, continúan y van mejorando en ella, en primer lugar disminuirían mucho sus tribulaciones antes de la prosperidad futura; segundo, de esta manera conseguirán que se cumplan rápidamente las promesas de la gracia; tercero, participarán de esto tanto ellos como su descendencia, aunque mucho más los hijos que los padres. Pero si las gracias anteriormente descritas ha sido prometidas en sentido absoluto a la ciudad de Florencia, no han sido prometidas a ninguna persona en particular. Por tanto, a muchos hombres malvados no se les hará partícipes de éstas, al menos si éstos no se enmiendan. Y en relación con esto dije alguna vez al pueblo que en un libro anoten de una parte a todos los que no creen y contradicen, y de otra parte a todos los que creen y siguen esta doctrina: prontamente verán que siete octavas partes de las tribulaciones concernirán a los descreídos y hostigadores. Conforto, pues, a todos a creer y a demostrar su fe con las obras. Porque esto no podrá dañar a nadie, sino sólo ser fuente de disfrute y de laude y gloria de nuestro Salvador Jesucristo qui cum Patre et Spiritu Sancto est Deus benedictus in saecula saeculorum. Amen.
  Yo sé que muchos hombres bestiales e inexpertos en estas cosas se harán befa de mí y dirán que estas cosas han sido halladas y dispuestas por la invención humana, y que son más bien ficciones poéticas que visiones o profecías. Vuélvanse éstos a leer a los profetas, sobre todo a Ezequiel, a Daniel y Zacarías y encontrarán cosas similares actuadas en ellos por el Espíritu Santo, las cuales ellos escribieron sin declarar su misterio, el cual dejaron a la discreción de los santos doctores. Y pueden creer éstos que los profetas vieron muchas cosas con innumerables particulares que no escribieron. Pero yo he querido extender esta visión y su revelación para consolar a los elegidos y para quitar de en medio tantas calumnias de los adversarios y todo pese a que, en realidad, mi intención era ocultarla. Pero, como ya he dicho, me he visto obligado a escribirla. Y todo lo que yo he escrito es cierto, y no sucederá la más mínima cosa en la tierra que no se ajuste a ello. Y si bien yo me he esforzado por escribir todo claramente, con todo creo que muchos tendrán diversas dificultades, como también los Evangelios, aunque parecen muy claros, presentan en realidad muchas dudas; y mucho más en el caso de los escritos de los profetas, que presentan múltiples contradicciones, a las cuales los santos doctores sólo tras un gran esfuerzo consiguen darles coherencia.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Los Libros de la Catarata, 2000, en traducción de Juan Manuel Forte. ISBN: 84-8319-091-5.]            
    

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