viernes, 23 de abril de 2021

Libro de los Entretenimientos.- Yosef ben Meir ibn Zabarra (c. 1140 - 1194)


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Capítulo I

 «Había un hombre en el Condado de Barcelona, cuyo nombre era Yosef ben Zabarra, vivía tranquilo y sosegado con sus amigos y compañeros desde su adolescencia. Los que le conocían, se le acercaban, y los amigos le amaban y le consideraban como un príncipe y un noble. Todo el mundo quería cultivar su amistad. También él los honraba y asistía, los servía y cuidaba. Con la ayuda de su Hacedor, preparaba medicamentos que cicatrizan para curar al que de ellos estuviera enfermo, según su buen saber y entender. Se ocupaba de su enfermedad sirviéndole y dándole asistencia con amor y clemencia. Al primogénito según su primogenitura y al más joven con arreglo a su juventud. Todos le amaban mucho y deseaban su amistad. ¡Como siervo se vendió a José!
 Era de noche y yo, José, estaba durmiendo sobre mi lecho con dulce sueño, que era la única recompensa por mi fatiga. Hay cosas que suponen esfuerzo del alma y descanso del cuerpo, y otras que son esfuerzo del cuerpo y descanso del alma, pero el sueño es descanso del cuerpo y del alma juntamente. Este hecho no se le oculta a nadie.
 Preguntaron a Hipócrates, el piadoso: “¿Qué es el sueño?”
 Respondió: “La profundización de las fuerzas hasta el fondo del alma, para que el cuerpo pueda encontrar reposo y descanso”. Y ya dijo Aristóteles: “El sueño natural es el remedio para cualquier enfermedad”. Y Galeno afirmaba: “El sueño natural aumenta las fuerzas pero debilita los humores”.
 El sabio Yohani añadió: “El sueño a su debido tiempo lleva el cuerpo a la salud”.
 Cuando yo estaba durmiendo vi ante mí, en sueños, una persona de gran talla que tenía figura de hombre. El me despertó como se despierta a uno de su sueño y me dijo:
 -¡Levántate, hombre! ¿Cómo puedes dormir? ¡Despierta! Mira cómo rojea el vino. ¡Ea, incorpórate! Siéntate y come de la caza que te traigo, de lo que conseguí yo mismo. Como estaba amaneciendo, me levanté con precipitación y vi ante mí pan, vino y viandas. Entretanto tenía el hombre en la mano una lámpara encendida cuya luz se dispersaba por todos los rincones. Comencé yo a hablar diciendo:
 -¿Qué es esto, mi señor?
 Él contestó:
 -Mi vino, mi pan y mi comida. Siéntate a comer y beber conmigo, pues te amo como si fueras mi hermano.
 Pero yo, después de agradecerle su bondad y honor, su amistad y su generosidad, le repliqué:
 -No puedo, mi señor, comer ni beber sin haber rezado al que comprende mi camino y endereza mis pasos y mi caminar y el que hace por mí todo lo que necesito. Y Moisés, nuestro maestro, el elegido entre los profetas, el principal de todos los llamados, la paz sea con él, ha dicho: “no comeréis sangre, ni adivinaréis, ni haréis hechizos”. Advirtió así a los israelitas para que no comieran hasta haber rezado por su vida, porque la sangre es la vida. Saúl habló de esta manera: “Degolladlos aquí y comedlos, pero no pequéis contra Dios tomando la sangre”. Además, todo el que come antes de rezar y rogar es llamado amigo del diablo y hechicero. Le preguntaron a Aristóteles: “¿Qué tiene preferencia, la oración o la comida?” Respondió: “La oración, pues la oración es la vida del alma y la comida la vida del cuerpo. Además, plegaria y rezo no son posibles para una persona saciada y un vientre lleno”. Preguntaron a un filósofo: “¿Qué es mejor, comer o rezar?” Contestó: “El mucho rezar es provechoso, pero el mucho comer es nocivo”. Otro sabio dijo: “La oración introduce en la comida”. Uno de los sabios añadió: “La plegaria es como el viento que se eleva por las alturas y la comida como el cadáver que desciende bajo tierra”.
 (Mi interlocutor) dijo entonces:
 -Reza según tu voluntad y haz lo que mejor te parezca. Me lavé las manos y la cara, oré ante Dios y después comí de todo lo que puso ante mis ojos porque su persona me resultaba agradable. A media comida pedí agua de la fuente para beber, pero me dijo con reproche:
 -Bebe vino, pues todas las perlas no son nada comparadas con él, y es delicioso a la vista.
 Respondí:
 -No lo quiero, ni deseo beberlo, pues tengo miedo de él.
 Él me replicó:
 -¿Por qué me lo odias en tu corazón, si es el gozo y la alegría de todos los corazones?
 Le respondí de esta manera:
 -No puedo beberlo porque todo el que lo hace se embriaga y ni siquiera a su hermano reconoce. El vino nubla la vista y oscurece la blancura de los dientes. Engendra el olvido y embrutece el alma sabia. Quita el don del habla a los expertos y a los ancianos el buen sentido. Debilita las fuerzas del cuerpo y hace temblar los miembros con sus movimientos, porque debilita los tendones que los mueven y engendra muchas enfermedades como la hemiplejía, deterioro y torcedura de la boca y entumecimiento. Aplasta a todas las partes y a todas las fuerzas del cuerpo. Divulga los secretos de los amigos y compañeros, produce disputas entre hermanos. Es por tanto un traidor el vino, que quita la ropa en tiempo de frío.
 Y así habló el poeta para todo aquel en quien se despierte el deseo de beber:
 No se incline, amigo mío, tu corazón tras el vino
pues aunque endulce más que un panal de miel,
como las aguas de Mara es.
Conspira contra todos sus amigos,
traiciona a los que le aman,
incluso en tiempo de frío
Resultado de imagen de libro de los entretenimientosla ropa te quitará.

Y entonó este proverbio:
 Cuídate mucho, amigo mío, de no
Mirar al vino cuando rojea.
Pues cuando tu amigo clame por su subsistencia,
tú estarás durmiendo.

 Además añadió:
 Bebe, amigo mío, zumo de granadas,
para que no colme el corazón del hombre hasta embriagarlo.
Guárdate y no andes vacilando con el vino
como un ebrio que se tambalea vomitando.

 Moseh, nuestro maestro, sobre él sea la paz, prohibió al nazireo* cualquier vino o licor porque está consagrado durante su nazireato, para no pecar por ello y profanar su nazireato. También el sacerdote cuando iba a servir en el Santuario tenía prohibido el vino.
 Se encolerizó aquel hombre y dijo:
  -¿A qué viene que tú injuries el vino, lo desprecies y emitas contra él calumnias, no pocas sino muchas, y recuerdes lo malo y olvides lo bueno? ¿Es que no sabes, ni has oído que es quien engendra la alegría y expulsa la tristeza y la nostalgia? ¡Que beba y olvide su miseria todo el que esté atormentado! Además, el vino ayuda a hacer la digestión, es eficaz con el dolor que no se puede apaciguar, quita el catarro y es útil para los enfermos intestinales, pues si se rebaja con agua, es laxante. Fortalece el corazón agotado, expulsa los humores de venas y riñones, asegura el engendrar el apetito y despierta en el corazón mezquino la generosidad. Alarga la juventud, retrasa la vejez, aguza los pensamientos, alegra el rostro e ilumina las ideas. Ya dijeron nuestros rabinos, sean sobre ellos las bendiciones: “El vino y el perfume dan clarividencia”. Y por el pecado que por el vino cometiera el nazireo en su nazireato, ordena la Escritura ofrecer dos tórtolas o dos pichones para expiarlo del pecado cometido sobre el alma humillada.
 […]
 Pero yo le dije:
 -Después de que te me adelantaste con tu misericordia, señor mío, no se encienda tu cólera contra tu siervo, has de saber que los médicos de la antigüedad, que eran sabios y entendidos, ordenaron beber agua durante la comida porque es más pesada que el vino, y con su pesadez hace bajar el alimento a lo más recóndito del estómago, donde favorece su digestión con la ayuda del calor del hígado que está debajo. Una o dos horas después de la comida, prescribían beber un poco de vino sin agua para aumentar el calor natural y favorecer la fuerza de la digestión.
 Entonces me dijo:
 -Bien has hablado, también yo me reafirmo en tus palabras, porque un poco es provechoso pero mucho es nocivo.»
 
  *Nazireo: hombre que se consagra a Dios haciendo unos votos e imponiéndose abstinencias. Sobre este tema hay mucha literatura en la Misna, el Talmud y también algo en la Biblia. (N. del T.)
        
     [El texto pertenece a la edición en español de Editora Nacional, 1983, en edición de Marta Forteza Rey, pp. 65-70. ISBN: 84-276-0641-9.]

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