sábado, 3 de abril de 2021

La vida difícil.- Andrés Carranque de Ríos (1902-1936)


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Terceras escenas

II.-El mundo de Marcel
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  «La presentación de Rose se efectuó en un bar cercano a la plaza de la República. A Julio le habían destinado una mujer excesivamente delgada. En esta primera entrevista sólo se trataba de simpatizar el uno con el otro, con el detalle importante de que ella debía aceptar lo que le fuera presentado.
 De todas formas, la francesa acogió con agrado a Julio, al ver el pelo abundante que cubría la cabeza del español.
 Marcel tardó menos tiempo en dejar solucionado su caso. Aquella misma madrugada tendría que dormir con Suzi. Julio lo haría a la noche siguiente. Rose le explicó que había que arreglar lo de la habitación.
 Al salir del café las dos mujeres, Julio formuló esta protesta:
 -¡No me agrada esa mujer! Está muy flaca.
 -Eso no es un inconveniente –arguyó Marcel-. Lo interesante es que te lleve a casa muchos francos.
 Unos minutos más tarde, y a propósito de mujeres, Marcel dio una serie de consejos.
 -No olvides esto –y Marcel apagó su sonrisa-: Rose es una mujer parecida a las demás mujeres. Quiero decir que tendrás que golpearla de vez en cuando. Sobre todo, procura ser tú el que diga siempre la última palabra.
 En general, la mujer sólo tiene un deseo y es que la sepan encarrilar convenientemente. En cuanto a las bofetadas, repártelas en el instante en que tú tengas razón. Jamás perdona una mujer que se la golpee sin que exista un motivo –y sin que para Julio fuera muy clara esta definición, Marcel terminó friamente-: En estos aspectos, las mujeres son iguales a los elefantes.

6

 Marcel se separó de sus amigos dejando una deuda de cuarenta francos. De no haber tenido que marchar en busca de Suzi, aún hubiera podido quedar en paz. Pero Suzi estaba en casa consumiéndose de impaciencia. Hacía veinte minutos que ella se había contemplado en la luna del armario, viendo su cuerpo grácil y su rostro exangüe rodeado por una melena dorada. Todos los muebles de la alcoba conocían los círculos morados que rodeaban los ojos de Suzi y en un mudo lenguaje se decían una y otra vez: “Esta es Suzi, la de las poesías”.
 Marcel hizo una entrada discretamente estudiada. Apareció con un gesto melancólico, la besó sin apretar demasiado y tiró sobre la cama un objeto pequeño. Suzi descubrió que era un libro de versos.
 Ahora fue Suzi quien besó a Marcel y dispuso unos bocadillos de jamón cocido y cerveza. Sentada sobre la cama, ella mordía el pan y el jamón, y sus piernas movíanse nerviosas enseñando una blancura de cera. Marcel terminó en seguida con su bocadillo y comenzó a desnudarse. Al ir a guardar su traje, descubrió en el armario unos billetes. Sonrió lleno de orgullo y se quitó la camisa y los calzoncillos. Suzi contempló el cuerpo atlético de Marcel y, por efecto de unas comparaciones, resultó que su nuevo amante era una verdadera alhaja, muy superior a todo lo que ella había conocido.
 Suzi explicó con una voz dulzona que en el armario estaba la colonia, y que el agua del lavabo quemaba, de caliente que corría.
 Esto fue lo más vulgar que Suzi dijo aquella noche. Todo lo que habló después correspondió a cosas espirituales y bellas. Marcel recitó versos, la amó pasionalmente, y, por último, volvió a la declamación. Y Suzi fue feliz. Tenía en sus ojos adormecidos un brillo triste que no engañaba. Este débil fulgor decía en un lenguaje de sueño: “Tú eres Suzi, la de las poesías”.      

7

 Las cosas empezaron a tomar grandes proporciones en cuanto el reloj del bar indicó que Julio tenía que marchar a casa de “ella”. En el trayecto se le cruzó el disgusto que le producía la delgadez de Rose. Con una desgana que hubiera escandalizado a Marcel, subió la escalera y entró en la habitación. Era la primera noche y Rose no había llegado aún.
 Después de pasear, de sentarse sobre las dos sillas y de observar el bidé –éste era portátil y enseñaba dos desconchaduras- decidió desnudarse y meterse en la cama.
 En vano esperó la llegada de Rose. No encontró otra solución que apagar la luz, lo que originó que se durmiera, a pesar de los esfuerzos que hizo por estar alerta. En pleno sueño le despertó un doble ruido; Rose acababa de dar al interruptor de la luz.
 -He venido más tarde de lo que pensaba –empezó Rose, mientras se desnudaba rápidamente-, por causa de un pelma que no ha querido dejarme hasta el último momento. Ya habrá tomado el tren de Bayona… Creo que es un viajante.
 Antes de entrar en la cama, Rose manipuló con un irrigador. Julio procuró no escuchar los ruidos que hacía ella. Aquel jaleo explicaba con demasiada claridad lo que sucedía en la habitación.
 Cuando Rose acabó sus lavados, se acercó a la cama con el bolso de calle, lo abrió y sacó unos billetes que puso encima de la mesilla de noche. Tocó en un hombro de Julio para que volviera la cabeza y observara el dinero.
 -Está bien –dijo sin interés, y añadió-: Acuéstate, tendrás mucho sueño.
 -¡Ojalá pudiera dormirme en seguida! Todavía tardaré en cerrar los ojos.
 Rose llenó un vaso de agua, se tomó dos píldoras blancas y bebió un sorbo.
 -Si no fuera por esto –Rose se refería a las píldoras- no podría dormir.
 Se acostó pegada a Julio y respiró como si se hallara cansada.
 -¡Qué hombre ese! –se trataba del viajante-, no ha parado en toda la noche. Y tú esperando, ¿verdad, niño mío?
Resultado de imagen de andrés carranque la vida difícil Rose dio unos besos en la cara de Julio. Aunque la alcoba estaba caliente por la calefacción, el rostro de Rose parecía helado.
 -Pégate a mí –pidió ella-. ¿No sientes? Tengo frío.
 Como si el viajante fuera para Rose una obsesión, volvió a sacarlo en sus palabras.
 -Todavía quería que le acompañara a la estación.
 -¿Por qué me hablas de ese hombre? –y Julio no ocultó su irritación.
 -¿Te molesta que hable del viajante?
 -¡Naturalmente que me molesta! ¿Acaso necesito saber lo que has hecho durante la noche?
 -Sin embargo, bien esperabas mi dinero –confesó Rose casi alterada.
 -¿Tu dinero? ¿Quién te ha dicho que yo espero tu dinero?
 -Entonces, ¿por qué estás conmigo?
 -Bien… bien… -Julio estaba próximo a gritar-. Estoy por tu dinero, pero ahora déjame dormir.
 Julio se separó, buscando un extremo de la cama. Rose se descompuso al notar el movimiento.
 -¿Por qué me tratas así? –gritó con la voz rota.
 -Si te dijera la verdad no ibas a entenderme… Es preferible que durmamos.
 -¿Pero qué es lo que yo he hecho? –clamó Rose llena de indignación-. ¿Es que te doy asco?
 -No, no me das asco; pero prefiero que me dejes dormir. Además, ya es de día – y señaló la vaga claridad que venía de fuera.
 -Hace falta ser tonto para decirme eso –aclaró Rose con ánimo de arreglar la cosa-. Tú no necesitas madrugar… Ahí tienes mi dinero.
 Julio guardó silencio, pero un silencio mortificante.
 -¿Por qué callas? ¿Te has vuelto bobo? Necesito que hables, ¿o creerás que voy a quedarme conforme con esta manera de portarte conmigo? –terminó a punto de llorar.
 Julio siguió sin responder; pero no transcurrió mucho tiempo cuando Rose volvió a la carga:
 -Al fin y al cabo, estoy en mi casa.
 Y antes de que añadiera otra cosa observó cómo Julio se levantaba todo alterado. Cogió su ropa y empezó a vestirse con una nerviosa rapidez.
 -Supongo que lo de vestirte es una broma –dijo Rose viendo que él ya se había puesto el chaleco y la americana.
 Julio no respondió. Se puso el abrigo y alcanzó la puerta.
 Rose recibió la marcha verdaderamente sorprendida. ¡Todo era tan extraño! Lo que más le llenaba de confusión era que Julio no la había golpeado. Toda aturdida, abandonó la cama y abrió el balconcillo en el justo instante que Julio salía del portal y marchaba calle adelante. Rose lo llamó una vez, dos veces; pero Julio no volvió la cabeza. Rose no tuvo otro remedio que regresar a la cama. Ya acostada, volvió a levantarse para cerrar el balconcillo; pero antes miró la calle por donde Julio había pasado. La calle estaba desierta y un sol amarillo sacaba reflejos a multitud de cosas que en aquel momento no tenían para Rose el más mínimo interés.»
     
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Cátedra, en edición de Blanca Bravo, 2005, pp. 287-291. ISBN: 84-376-2253-0.]

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