Una perspectiva sobre la vida
I
«He tenido una vida feliz y no cambiaría gran
cosa si pudiera volver a vivirla de nuevo. Creo que nací bajo el signo de una
buena estrella, con una fina capacidad de asombro que nunca me ha abandonado y
que sólo se cansa un poco de vez en cuando y sin una atención exagerada sobre
mis propios actos. He compartido la suerte común y he descubierto que con eso
me basta. Desafortunado es el hombre que nace con grandes expectativas y que no
encuentra nada en la vida que las cumpla.
Una de las mejores cosas que el hombre puede
traer al mundo consigo es la humildad natural del espíritu. Lo siguiente mejor
que puede traer, y suelen ir juntos, es un espíritu apreciativo –un corazón
amoroso y sensible-. Si va a ser reformador y va a revolver las cosas y a matar
dragones, necesitará además otras cualidades. Pero si va a aprovechar la vida
al máximo, de forma que merezca la pena, si va a disfrutar del gran espectáculo
del mundo de principio a fin, entonces
necesita entonar su vida en una clave sencilla y estar en buena sintonía con
las cosas comunes y universales. La tensión, el estruendo, la inverosimilitud,
la extravagancia, el frenesí… ¡cuánta suerte tenemos de escapar de ellos y de
haber nacido con un temperamento que nos hace rehuirlos!
Encantado entonaría un panegírico del mundo
tal cual lo encuentro. ¡Qué interesantísimo lugar para vivir! Si pudiera
renacer y elegir entre diversas moradas celestiales, estoy seguro de que me
decidiría por este planeta y escogería a estos hombres y mujeres como amigos y
compañeros. Este gran orbe rotatorio con su cielo, sus estrellas, sus
amaneceres y sus atardeceres, y con sus vistas al infinito, ¿qué más se puede
desear? ¿Qué es más gratificante? Engalanado con las estaciones, arropado por
influencias siderales, bullente de vida, con un corazón de fuego y un atuendo
de mares cerúleos y fructíferos continentes –uno podría registrar los cielos en
vano en busca de una morada mejor o más pintoresca-. Como dice Emerson, “vale
la pena que los grandes hombres empeñen su corazón y su alma en domarlo y gozar
de él”.
¡Oh, compartir la gran vida soleada y dichosa
de la Tierra!, ¡ser tan feliz como lo son los pájaros!, ¡estar tan contento
como el ganado en las colinas!, ¡como las hojas de los árboles que bailan y
susurran en el viento!, ¡como las aguas que murmuran y centellean en el mar!,
¡ser capaz de ver que la falta, el pesar y el sufrimiento del mundo son una
parte necesaria del curso natural, una fase de la ley de crecimiento y
desarrollo que recorre el universo, amarga en su aplicación personal, pero
iluminadora desde la perspectiva de la vida en su conjunto! Sin muerte y
decadencia, ¿cómo iba a continuar la vida? Sin lo que nosotros llamamos pecado
(que es otro nombre para la imperfección) y su lucha consiguiente, ¿cómo iba a
proseguir nuestro desarrollo? Sé que la pérdida, la demora y el sufrimiento en
la historia de la humanidad son espantosos, pero sólo repiten la pérdida, la
demora y el conflicto por los que la propia Tierra ha pasado y sigue pasando y
que al final derivan en paz y tranquilidad. Mira la hierba, las flores, la
dulce serenidad y el reposo de los campos, ¡a qué precio se ha comprado todo,
de qué elementos enfrentados, de qué virajes y pulverizaciones y cambios en
tierra y mar, y de qué lenta molienda en los molinos de los dioses de un mundo
previo es todo ello el resultado!
La agonía de Rusia hoy en día [1904] –la sangre
y el fuego, el quebranto de las ataduras sociales y políticas, el caos y la
destrucción que parecen inminentes-, ¿qué es sino un levantamiento geológico,
el precio que ha de pagarse por un orden general permanente? Deploramos la pérdida
y el sufrimiento, pero no se pueden eliminar de los procesos de evolución. Como
individuos podemos mitigarlos; como pueblos y naciones tenemos que soportarlos.
Pérdida, dolor, demora… los dioses sonríen ante ellos; así el juego continúa,
con eso basta. ¡Cuántos miles de siglos de oscuridad y horror se extienden
entre el hombre de hoy y el antepasado animal inferior del que surgió! ¡Quién
se imagina el sufrimiento y las derrotas! Sin embargo, aquí estamos y todo ese
terrible pasado está olvidado –es, por así decirlo, la tierra que queda bajo
nuestros pies-.
Nuestros padres se sentían reconfortados y
respaldados por una fe en ciertas providencias especiales –había un Poder
Superior que mostraba un interés especial en el hombre y sus quehaceres y que a
lo largo de la historia había reorientado las corrientes adversas en su favor-.
Es cierto que todas las fuerzas han actuado juntas para el bien final de la
humanidad en su conjunto, de lo contrario habría desaparecido de la faz de la Tierra.
Pero la Providencia hace las cosas al por mayor. Es como la lluvia que cae
sobre el mar y la tierra por igual, sobre los justos y los injustos, donde se
la necesita y donde no se la necesita; y la evolución de la vida en el globo,
incluida la vida del hombre, ha continuado y aún continúa porque, en el
conflicto de esas fuerzas, las influencias que favorecieron la vida y la
impulsaron al final han triunfado.
Nuestra buena fortuna no consiste en que haya
o pueda haber providencias y dispensas esenciales, como creían nuestros padres,
mediante las cuales podamos escapar de este o aquel mar. Nuestra buena fortuna
consiste en que somos parte del plan general, que participamos de la lenta y
optimista tendencia del universo, que tenemos vida y salud e integridad en los
mismos términos en que las tienen los árboles, las flores, la hierba y los
animales, y pagamos el mismo precio por nuestro bienestar, en lucha y esfuerzo,
que pagan ellos. Ésa y no otra es nuestra buena fortuna. No hay nada fortuito ni
excepcional en ello. No es por la gracia o desgracia de ningún dios por lo que
las cosas nos van bien o mal, sino por la autoridad del universo entero, por el
consentimiento y la cooperación de cada una de sus fuerzas sobre nosotros y
bajo nosotros. Las fuerzas naturales aplastan y destruyen al hombre cuando éste
las transgrede, igual que se destrozan y neutralizan las unas a las otras. Él
es parte del sistema y tiene intereses en cada viento que sopla y cada nube que
cruza. Al final le conviene, lo vea o no, que el agua siempre haga la función
del agua y que el fuego haga la función del fuego y que la helada haga la función
de la helada y que la gravedad haga la función de la gravedad, aunque lo
despedacen (“Aunque Él me matara, no me dolería”*), y no que en algún momento
fallen. De hecho, él posee su vida y la conserva sólo porque las fuerzas y
elementos naturales son siempre fieles a sí mismos y no hacen distinción entre
las personas.
No estaríamos aquí bravuconeando y juzgando
las maneras del Eterno de no ser porque a las maneras del Eterno no le han
faltado mudanza ni sombra de variación. Si nosotros o nuestras fortunas nos
hundimos antes de tiempo bajo las corrientes es porque las corrientes son
vitales y nunca se detienen ni se desvían ni podrían hacerlo. La fuerza más
débil debe ceder el paso y la madera podrida, quebrarse antes que la sana. Podemos
fantasear con la posibilidad de que haya un universo mejor, pero en realidad no
lo concebimos porque nuestras mentes son el resultado de las cosas tal como son
y todas nuestras ideas y valores están basados en lecciones que aprendemos en
este mundo.
La naturaleza es tan indiferente hacia un
planeta o un sol como hacia una burbuja sobre la superficie de un riachuelo, no
tiene a uno más presente que a otro. ¿Cuántos soles se han apagado? ¿Cuántos
planetas han perecido? Si la Tierra colisionase con algún cuerpo celestial hoy
y toda su vida se extinguiera, ¿no sería esto muy propio del carácter
derrochador de la naturaleza? Le quedan infinitos mundos y de los viejos hace
nuevos. No puedes perder o destruir el calor o la fuerza, ni incrementarlos,
aunque parezca que lo haces. La naturaleza gana todos los partidos porque
apuesta por ambas partes. Si fallan sus soles, o sistemas, son sus leyes, después
de todo, las que triunfan. Un sol apagado ratifica la constancia de sus
fuerzas.
Como individuos, sufrimos derrotas,
injusticia, dolor, pesar, muertes prematuras; perecen multitudes para
fertilizar el suelo que ha de hacer crecer el pan de otras multitudes; miles no
hacen más que un puente con sus cuerpos muertos por el que otros miles cruzarán
seguros a alguna tierra prometida. Los débiles, los idiotas, los deformes
parecen sufrir la injusticia a manos de su creador; no hay resarcimiento, no
hay tribunal de apelación para ellos; el veredicto de la ley natural no es
revocable. Cuando la corriente de la vida se encoge en su cauce, hay motivos
para ello, y si estos motivos dejasen de operar, el universo se haría pedazos.
Sin embargo, el individuo cuya medida, a razón de estos motivos, está sólo
medio llena paga el precio de los pecados o los defectos de otros; su
infortunio no hace más que ratificar la ley en la que nuestras vidas están
todas enhebradas como cuentas en un hilo.
En una pomarada hay fruta con gusanos, la hay
con sarna, la hay enana, por un motivo u otro. Pero a la naturaleza le parecen
bien el gusano y el hongo que causa la sarna y el pulgón que causa el enanismo,
con la misma sinceridad con la que le parece bien la fruta perfecta. Tiene
intereses en ambas partes; ella gana siempre, pierda quien pierda. Un insecto
pica una hoja o un tallo e inmediatamente todas las fuerzas y fluidos que estaban
construyendo la hoja se ponen a construir un hogar para la prole del insecto; la
hoja se olvida y sólo se recuerdan las necesidades del insecto y así tenemos la
agalla del roble y la agalla del nogal americano y otras anomalías semejantes.
El cáncer que consume despacio a un hombre… también es el resultado de un
proceso vital, exactamente igual que la vida que destroza. Plagas, infecciones,
pestilencias ilustran las leyes de la vida. Una cosa devora o destruye a otra:
el parásito aniquila al huésped, la roya arruina el trigo y la avena, las
alimañas matan a las aves de corral, y así todo; y de todos modos el partido de
la vida continúa y gana el mejor, si no es hoy, será mañana, o en diez mil
años. Mientras tanto, la lucha, el dolor, la derrota, la muerte intervienen;
sufrimos, penamos, rogamos a los dioses. Pero los dioses sonríen y siguen
distantes y el mundo continúa a trancas y barrancas porque no hay otras
condiciones de progreso.
Tamiza la imagen, ofrece contraste,
aporta el estímulo. Lo bueno, lo mejor, lo superior… los tenemos definidos y
están hechos para tentarnos con sus contrarios. Nunca llegamos a lograrlos del
todo porque nuestros niveles se elevan con nosotros; lo que nos satisfizo ayer
no nos satisface hoy. La paz, la satisfacción, el verdadero reposo sólo llegan
a través del esfuerzo y no se quedan mucho tiempo. Me encanta recordar las
palabras de Whitman y pensar lo ciertas que son tanto para naciones como para individuos:
Escuchadme
bien: está previsto en la esencia de las cosas que de todo éxito logrado, sea
cual fuere, ha de surgir otra cosa que engendre un esfuerzo mayor.**»
*Job 13:15
** Walt Whitman, “Canto del
camino público”.
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