martes, 13 de abril de 2021

El arte de ver las cosas.- John Burroughs (1837-1921)


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Una perspectiva sobre la vida

I

 «He tenido una vida feliz y no cambiaría gran cosa si pudiera volver a vivirla de nuevo. Creo que nací bajo el signo de una buena estrella, con una fina capacidad de asombro que nunca me ha abandonado y que sólo se cansa un poco de vez en cuando y sin una atención exagerada sobre mis propios actos. He compartido la suerte común y he descubierto que con eso me basta. Desafortunado es el hombre que nace con grandes expectativas y que no encuentra nada en la vida que las cumpla.
 Una de las mejores cosas que el hombre puede traer al mundo consigo es la humildad natural del espíritu. Lo siguiente mejor que puede traer, y suelen ir juntos, es un espíritu apreciativo –un corazón amoroso y sensible-. Si va a ser reformador y va a revolver las cosas y a matar dragones, necesitará además otras cualidades. Pero si va a aprovechar la vida al máximo, de forma que merezca la pena, si va a disfrutar del gran espectáculo del mundo  de principio a fin, entonces necesita entonar su vida en una clave sencilla y estar en buena sintonía con las cosas comunes y universales. La tensión, el estruendo, la inverosimilitud, la extravagancia, el frenesí… ¡cuánta suerte tenemos de escapar de ellos y de haber nacido con un temperamento que nos hace rehuirlos!
 Encantado entonaría un panegírico del mundo tal cual lo encuentro. ¡Qué interesantísimo lugar para vivir! Si pudiera renacer y elegir entre diversas moradas celestiales, estoy seguro de que me decidiría por este planeta y escogería a estos hombres y mujeres como amigos y compañeros. Este gran orbe rotatorio con su cielo, sus estrellas, sus amaneceres y sus atardeceres, y con sus vistas al infinito, ¿qué más se puede desear? ¿Qué es más gratificante? Engalanado con las estaciones, arropado por influencias siderales, bullente de vida, con un corazón de fuego y un atuendo de mares cerúleos y fructíferos continentes –uno podría registrar los cielos en vano en busca de una morada mejor o más pintoresca-. Como dice Emerson, “vale la pena que los grandes hombres empeñen su corazón y su alma en domarlo y gozar de él”.
 ¡Oh, compartir la gran vida soleada y dichosa de la Tierra!, ¡ser tan feliz como lo son los pájaros!, ¡estar tan contento como el ganado en las colinas!, ¡como las hojas de los árboles que bailan y susurran en el viento!, ¡como las aguas que murmuran y centellean en el mar!, ¡ser capaz de ver que la falta, el pesar y el sufrimiento del mundo son una parte necesaria del curso natural, una fase de la ley de crecimiento y desarrollo que recorre el universo, amarga en su aplicación personal, pero iluminadora desde la perspectiva de la vida en su conjunto! Sin muerte y decadencia, ¿cómo iba a continuar la vida? Sin lo que nosotros llamamos pecado (que es otro nombre para la imperfección) y su lucha consiguiente, ¿cómo iba a proseguir nuestro desarrollo? Sé que la pérdida, la demora y el sufrimiento en la historia de la humanidad son espantosos, pero sólo repiten la pérdida, la demora y el conflicto por los que la propia Tierra ha pasado y sigue pasando y que al final derivan en paz y tranquilidad. Mira la hierba, las flores, la dulce serenidad y el reposo de los campos, ¡a qué precio se ha comprado todo, de qué elementos enfrentados, de qué virajes y pulverizaciones y cambios en tierra y mar, y de qué lenta molienda en los molinos de los dioses de un mundo previo es todo ello el resultado!
 La agonía de Rusia hoy en día [1904] –la sangre y el fuego, el quebranto de las ataduras sociales y políticas, el caos y la destrucción que parecen inminentes-, ¿qué es sino un levantamiento geológico, el precio que ha de pagarse por un orden general permanente? Deploramos la pérdida y el sufrimiento, pero no se pueden eliminar de los procesos de evolución. Como individuos podemos mitigarlos; como pueblos y naciones tenemos que soportarlos. Pérdida, dolor, demora… los dioses sonríen ante ellos; así el juego continúa, con eso basta. ¡Cuántos miles de siglos de oscuridad y horror se extienden entre el hombre de hoy y el antepasado animal inferior del que surgió! ¡Quién se imagina el sufrimiento y las derrotas! Sin embargo, aquí estamos y todo ese terrible pasado está olvidado –es, por así decirlo, la tierra que queda bajo nuestros pies-.
 Nuestros padres se sentían reconfortados y respaldados por una fe en ciertas providencias especiales –había un Poder Superior que mostraba un interés especial en el hombre y sus quehaceres y que a lo largo de la historia había reorientado las corrientes adversas en su favor-. Es cierto que todas las fuerzas han actuado juntas para el bien final de la humanidad en su conjunto, de lo contrario habría desaparecido de la faz de la Tierra. Pero la Providencia hace las cosas al por mayor. Es como la lluvia que cae sobre el mar y la tierra por igual, sobre los justos y los injustos, donde se la necesita y donde no se la necesita; y la evolución de la vida en el globo, incluida la vida del hombre, ha continuado y aún continúa porque, en el conflicto de esas fuerzas, las influencias que favorecieron la vida y la impulsaron al final han triunfado.
 Nuestra buena fortuna no consiste en que haya o pueda haber providencias y dispensas esenciales, como creían nuestros padres, mediante las cuales podamos escapar de este o aquel mar. Nuestra buena fortuna consiste en que somos parte del plan general, que participamos de la lenta y optimista tendencia del universo, que tenemos vida y salud e integridad en los mismos términos en que las tienen los árboles, las flores, la hierba y los animales, y pagamos el mismo precio por nuestro bienestar, en lucha y esfuerzo, que pagan ellos. Ésa y no otra es nuestra buena fortuna. No hay nada fortuito ni excepcional en ello. No es por la gracia o desgracia de ningún dios por lo que las cosas nos van bien o mal, sino por la autoridad del universo entero, por el consentimiento y la cooperación de cada una de sus fuerzas sobre nosotros y bajo nosotros. Las fuerzas naturales aplastan y destruyen al hombre cuando éste las transgrede, igual que se destrozan y neutralizan las unas a las otras. Él es parte del sistema y tiene intereses en cada viento que sopla y cada nube que cruza. Al final le conviene, lo vea o no, que el agua siempre haga la función del agua y que el fuego haga la función del fuego y que la helada haga la función de la helada y que la gravedad haga la función de la gravedad, aunque lo despedacen (“Aunque Él me matara, no me dolería”*), y no que en algún momento fallen. De hecho, él posee su vida y la conserva sólo porque las fuerzas y elementos naturales son siempre fieles a sí mismos y no hacen distinción entre las personas.
 No estaríamos aquí bravuconeando y juzgando las maneras del Eterno de no ser porque a las maneras del Eterno no le han faltado mudanza ni sombra de variación. Si nosotros o nuestras fortunas nos hundimos antes de tiempo bajo las corrientes es porque las corrientes son vitales y nunca se detienen ni se desvían ni podrían hacerlo. La fuerza más débil debe ceder el paso y la madera podrida, quebrarse antes que la sana. Podemos fantasear con la posibilidad de que haya un universo mejor, pero en realidad no lo concebimos porque nuestras mentes son el resultado de las cosas tal como son y todas nuestras ideas y valores están basados en lecciones que aprendemos en este mundo.
 La naturaleza es tan indiferente hacia un planeta o un sol como hacia una burbuja sobre la superficie de un riachuelo, no tiene a uno más presente que a otro. ¿Cuántos soles se han apagado? ¿Cuántos planetas han perecido? Si la Tierra colisionase con algún cuerpo celestial hoy y toda su vida se extinguiera, ¿no sería esto muy propio del carácter derrochador de la naturaleza? Le quedan infinitos mundos y de los viejos hace nuevos. No puedes perder o destruir el calor o la fuerza, ni incrementarlos, aunque parezca que lo haces. La naturaleza gana todos los partidos porque apuesta por ambas partes. Si fallan sus soles, o sistemas, son sus leyes, después de todo, las que triunfan. Un sol apagado ratifica la constancia de sus fuerzas.
Resultado de imagen de el arte de ver las cosas Como individuos, sufrimos derrotas, injusticia, dolor, pesar, muertes prematuras; perecen multitudes para fertilizar el suelo que ha de hacer crecer el pan de otras multitudes; miles no hacen más que un puente con sus cuerpos muertos por el que otros miles cruzarán seguros a alguna tierra prometida. Los débiles, los idiotas, los deformes parecen sufrir la injusticia a manos de su creador; no hay resarcimiento, no hay tribunal de apelación para ellos; el veredicto de la ley natural no es revocable. Cuando la corriente de la vida se encoge en su cauce, hay motivos para ello, y si estos motivos dejasen de operar, el universo se haría pedazos. Sin embargo, el individuo cuya medida, a razón de estos motivos, está sólo medio llena paga el precio de los pecados o los defectos de otros; su infortunio no hace más que ratificar la ley en la que nuestras vidas están todas enhebradas como cuentas en un hilo.
 En una pomarada hay fruta con gusanos, la hay con sarna, la hay enana, por un motivo u otro. Pero a la naturaleza le parecen bien el gusano y el hongo que causa la sarna y el pulgón que causa el enanismo, con la misma sinceridad con la que le parece bien la fruta perfecta. Tiene intereses en ambas partes; ella gana siempre, pierda quien pierda. Un insecto pica una hoja o un tallo e inmediatamente todas las fuerzas y fluidos que estaban construyendo la hoja se ponen a construir un hogar para la prole del insecto; la hoja se olvida y sólo se recuerdan las necesidades del insecto y así tenemos la agalla del roble y la agalla del nogal americano y otras anomalías semejantes. El cáncer que consume despacio a un hombre… también es el resultado de un proceso vital, exactamente igual que la vida que destroza. Plagas, infecciones, pestilencias ilustran las leyes de la vida. Una cosa devora o destruye a otra: el parásito aniquila al huésped, la roya arruina el trigo y la avena, las alimañas matan a las aves de corral, y así todo; y de todos modos el partido de la vida continúa y gana el mejor, si no es hoy, será mañana, o en diez mil años. Mientras tanto, la lucha, el dolor, la derrota, la muerte intervienen; sufrimos, penamos, rogamos a los dioses. Pero los dioses sonríen y siguen distantes y el mundo continúa a trancas y barrancas porque no hay otras condiciones de progreso. 
 Tamiza la imagen, ofrece contraste, aporta el estímulo. Lo bueno, lo mejor, lo superior… los tenemos definidos y están hechos para tentarnos con sus contrarios. Nunca llegamos a lograrlos del todo porque nuestros niveles se elevan con nosotros; lo que nos satisfizo ayer no nos satisface hoy. La paz, la satisfacción, el verdadero reposo sólo llegan a través del esfuerzo y no se quedan mucho tiempo. Me encanta recordar las palabras de Whitman y pensar lo ciertas que son tanto para naciones  como para individuos:
 Escuchadme bien: está previsto en la esencia de las cosas que de todo éxito logrado, sea cual fuere, ha de surgir otra cosa que engendre un esfuerzo mayor.**»            

*Job 13:15
** Walt Whitman, “Canto del camino público”.

   [El  texto pertenece a la edición en español de Errata Naturae, 2018, en traducción de Ana González Hortelano, pp. 127-134. ISBN: 978-84-16544-85-1.]

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