lunes, 19 de abril de 2021

Epístolas.- San Braulio de Zaragoza (c. 590 - 651)


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Epistolario

Epístola 5

  «A mi señor Frunimiano, presbítero y abad, Braulio, siervo indigno de los santos de Dios.
 Una pena en nada diferente me embarga a mí cuando sé de vuestra tristeza en medio de las tentaciones que se ciernen sobre vos, pero vuestra prudencia sabe qué hacer en tales circunstancias mejor de lo que pueda sugerir nuestro discurso. Conoces perfectamente, señor, la vida monástica: no carece de penalidades, ya que está tan intrínsecamente unida a la humildad y a las tristezas cotidianas que no hay, en toda su duración, mortificación que le sea ajena. Pero dispondrías mejor para el futuro si no pierdes, a cambio de tu tranquilidad, la recompensa alcanzada tras tanto tiempo, no sea que parezca que despilfarras tus méritos al querer aumentarlos. Grave es, en efecto, que desdeñes cuidar de tus hermanos, en concreto, que desprecies ponerte al mando del cariño de esos que te aman. Sobre lo que ha surgido te aconsejo y sugiero que, durante tu mandato, te comportes de modo que no haya revuelos y que no permitas que sea perturbada la tranquilidad conquistada en tan largo tiempo. Por eso conviene que en tu vida, de la que tendrás que dar cuentas ante Dios, no abandones el cuidado de los hermanos y no pongas al frente de ellos a quien no quieren, para evitar enfrentamientos, para tener en tus días paz y el fruto de tu sabiduría y tu trabajo. No pienses en qué sucederá después de ti, porque el Rector del universo gobernará aquella congregación según haya dispuesto.
 Te confieso, señor mío, que me deja no poco atónito que, en medio de la tribulación provocada por esos problemas tan graves que surgen a la mínima ocasión, desees abandonar tu labor de abad y prefieras pasar la vida en el silencio a permanecer en lo que se te ha encomendado. ¿Dónde estaría la santa perseverancia si faltase la paciencia? Pues acuérdate del Apóstol cuando dice que “la tribulación engendra la paciencia”, pero también aquello: “Todos los que aspiran a vivir en Cristo sufren persecución”, que no está solo en lo que se lleva a cabo en la confesión de la condición de cristiano en medio de hierro y fuego y tormentos de diversa índole, sino que en este tipo de persecución se incluyen también las diferencias en las costumbres y la obstinación de los desobedientes y los dardos de las malas lenguas y las tentaciones de todo tipo; pues no hay empresa sin  peligro.
  Mas ¿quién guía la nave en la corriente si el timonel se retira? ¿Quién guardará las ovejas de los lobos si el pastor no vigila? ¿Quién ahuyentará al ladrón si el reposo aparta al centinela de la atenta vigilancia? Se debe permanecer en la misión encomendada y en la labor emprendida; se debe hacer justicia y mostrar clemencia; deben odiarse los pecados, no a los hombres; que sean sostenidos los débiles, que sean corregidos los soberbios. Y si la desgracia se desencadena hasta más allá de lo soportable, no nos asustemos, como si tuviésemos que resistir con nuestras propias fuerzas, sino recemos con el Apóstol para que Dios disponga junto a la prueba, el que sea superada con éxito, para que podamos soportarla, ya que es Cristo nuestra fortaleza y sabiduría, sin Quien nada podemos y con Quien lo podemos todo.
 Mira que hablo demasiado cuando trato de responder a las preguntas. Pero, para decir algo más sobre esto que ya expuse antes, tú sabes perfectamente, señor, que nadie debe ser puesto al frente de personas que lo aceptan de mala gana, para que no sea despreciado ni odiado y se hagan menos religiosos sus subordinados, mientras dedican  todo su esfuerzo a la confrontación, ya que los que han de aceptar a quien no quieren no lo obedecen como deben y surgen problemas por la desobediencia y se pierden los buenos propósitos. Pero a vuestra prudencia le corresponde suavizar todo esto, proporcionarles la dulzura del cariño y fundar el futuro sobre la esperanza en Dios, para que Él disponga según Su voluntad, de modo que también vos podáis llevar una vida tranquila y aquellos puedan durante vuestro mandato servir a Dios con la mayor devoción. Pues no pueden guardar la obediencia si se les empuja al enfrentamiento y se produciría una desgracia lamentable si, al querer prever para el futuro, en el presente provocamos que se altere el precepto de la obediencia.
 Por otra parte, recibí todo lo que me enviaste, por todo di gracias y hasta este momento mismo no he cesado de darlas. Pero suplico a Cristo Dios que conserve y perfeccione en Su clemencia la vida y la grandeza de vuestra beatitud, para expiación de mis culpas e intercesión ante Dios, porque yo sé que respondo con desigual capacidad a tan grandes favores.
 Entre tanto pido que reces por mí, siervo tuyo, pues a nosotros tampoco nos faltan las tentaciones y nos afligen diversos males. Por eso te ruego que me sostengas con los recursos de tus oraciones, para que no tengas que lamentarte por mí cuando quede destrozado en un naufragio.
[…]

 Epístola 7

 A mi señora e hija queridísima en Cristo, Basila, Braulio, siervo indigno de los santos de Dios.
 Sacudido en medio de la tempestad de la horrible noticia me veo obligado a contestar a tu carta, como se me solicita; y mi ánimo se angustia pensando por dónde debo comenzar, si por exponerte mis penas o por proporcionarte consuelo, o si es apropiado comunicarte mi presente estado de salud, si es que se puede llamar salud a esta vida afligida por la tristeza. Pues he aquí que todos los días se van de la Iglesia los buenos y todos los días aumentan los malos y no nos duele menos la falta de aquellos que el éxito de estos. Y el Apóstol nos prohíbe llorar a nuestros muertos… pero ¿quién no llora cuando le falta el bien presente? Pues el propio Vaso de Elección se alegra de que Epafras le fuese devuelto de las proximidades de la muerte; del mismo modo que hubo en Él alegría en la restitución, tuvo que haber, sin ninguna duda, tristeza en la pérdida.
 Somos, pues, reconfortados en la esperanza, ya que no dudamos de que la vida de los fieles cambia para mejor y tenemos como nuestros intercesores más poderosos ante Dios a aquellos de los que aquí, en el momento presente, se nos priva, porque nos abandonan. Pero no sé cómo, a pesar de los mandamientos de la consolación y la esperanza de la resurrección, un sentimiento de nostalgia quebranta el espíritu, aunque este sea creyente… Mas, mientras no se encuentre otro puerto hacia el que huir, debemos abrazarnos a este con todas nuestras fuerzas, ya que no defrauda la esperanza en Aquel que justifica a los impíos y resucita a los muertos, porque creemos que también nosotros estaremos en la tierra de bienaventuranza con los que ya durmieron.
 Ciertamente, no es el que mejor consuela ese al que doblegan sus propios quejidos y al que las lágrimas o los sollozos privan de la palabra. Pues he aquí que a mí mismo, que estoy triste, cuando quiero consolarte a ti, que estás triste, me fluyen por la cara las lágrimas, y aun con el ánimo reconfortado, no puedo disimular que sufro…
Resultado de imagen de epistolas san braulio Pero, ¿qué hacer, al ser tras el pecado el único destino de nuestra condición mortal? Por un veredicto único son arrebatados el pío y el impío, el justo y el criminal, el bueno y el perverso, pero, tras este veredicto único, no se alojan en la misma morada el santo y el condenado. Soportemos por ello las amarguras de la vida presente, esperando pacientemente lo que en algún momento seremos y alegrémonos en el Señor con la esperanza en una vida feliz, rezando juntamente y suplicando que, propicio, acoja tanto a las personas queridas, que ya se marcharon, como a nosotros, que las seguiremos; y que al examinarnos no nos aplique la severidad del juicio, sino que la misericordia se imponga sobre el juicio, y que, con Su acostumbrada piedad, cuando a Él le plazca, se digne reunirnos en el reposo de Su morada.
 Animémonos con esta esperanza, sirvámosle con esta disposición y, viviendo en Él, tengamos entre nosotros el sentimiento del amor y el remedio del consuelo. A ti, por tu parte, señora mía, hija, hermana, te ruego con el mayor encarecimiento que no sólo a ti misma, sino a todos los que entristeció el fallecimiento de hombre tan excelente, consueles tan prudentemente que parezca que lo esperáis, no que lo habéis perdido; y no os doláis por carecer de tal sostén, sino alegraos por haberlo tenido.
 Por lo demás saludo a todos con igual cariño, por igual os ruego a todos que recéis por mí y que con templanza suavicéis la tristeza que ha sobrevenido. No desconozco cuán gran lamento os ha llevado esta desdichada noticia.
[…]

Epístola 12

 A mis señoras e hijas, Hoyón y Eutrocia, Braulio.
 A juzgar por lo que oigo, no tenéis ningún consuelo después de siete días. Ya deberíais haber depuesto el duelo, pues una gran piedad en lo de uno mismo es impiedad para con Dios. Actuáis en contra de la voluntad del Creador si rebasáis la medida del llanto. Nosotros ciertamente marchamos apresuradamente hacia Huñán; ahora bien, él no volverá a nos y, por ello, se le debe aguardar como si estuviese ausente, no renunciar a él como si estuviese muerto, para que parezca que lo esperamos, no que lo perdimos. Por ello, os lo ruego, no vaya a ser que suscitéis tal vez la ira de Dios contra vosotras, abandonad el duelo, aceptad el consuelo, para no caer en la desesperación. Pues ¿qué motivo encontráis en esto para llorar con particular obstinación lo que en general sucede a todos? Sobreponeos cuanto podáis, es más, más de lo que podáis, reprimid la debilidad de vuestra alma y las lágrimas que fluyen en abundancia, pues lo que no agrada a Cristo no debe tampoco agradar a los cristianos.
 Del mismo modo, nosotros hemos recordado ya su nombre en la ofrenda presentada ante el altar y encomendamos su alma a Dios omnipotente. Según he sabido, también vosotras lo habéis hecho. Lo hemos encomendado al Creador, Cristo Nuestro Señor, que lo creó y lo ha recibido de nuevo; de Su obra hizo lo que quiso. Pues ¿quién Le dirá: “¿Qué has hecho?” ¿O quién se opondrá a Su veredicto? ¿Acaso puede el barro preguntarle a su alfarero: “¿Por qué me hiciste así?” Porque Suyo es el poder de crearlo, cuando quiere, y, cuando quiere, de romperlo. Dios os creó racionales; recuperad la razón porque en nada podéis ayudarlo con vuestra aflicción, y tened cuidado, no siendo que, al irritarse con toda la razón Dios con los que actúan en contra de Su voluntad, también se enoje con Huñán.
 Queda una única cosa, que también vosotras recibáis consuelo y que ofrezcáis ante Dios una oración cotidiana por su descanso, pues también nosotros lo hacemos. Sólo esto está permitido; llorar por más tiempo, no. Por este motivo os suplico por el Señor que os consoléis y que os ocupéis más de estos que han permanecido aquí que de aquel al que ya no podéis socorrer.
 Así, que Dios omnipotente os lo conceda, para que no lo ofendáis y llevéis una vida tranquila en este mundo.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Akal, 2015, en traducción de Ruth Miguel Franco, pp. 104-105, 108-109 y 118-119. ISBN: 978-84-460-3123-9.]      

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