Epistolario
Epístola 5
«A mi señor Frunimiano, presbítero y abad,
Braulio, siervo indigno de los santos de Dios.
Una pena en nada diferente me embarga a mí
cuando sé de vuestra tristeza en medio de las tentaciones que se ciernen sobre
vos, pero vuestra prudencia sabe qué hacer en tales circunstancias mejor de lo
que pueda sugerir nuestro discurso. Conoces perfectamente, señor, la vida
monástica: no carece de penalidades, ya que está tan intrínsecamente unida a la
humildad y a las tristezas cotidianas que no hay, en toda su duración, mortificación
que le sea ajena. Pero dispondrías mejor para el futuro si no pierdes, a cambio
de tu tranquilidad, la recompensa alcanzada tras tanto tiempo, no sea que
parezca que despilfarras tus méritos al querer aumentarlos. Grave es, en
efecto, que desdeñes cuidar de tus hermanos, en concreto, que desprecies
ponerte al mando del cariño de esos que te aman. Sobre lo que ha surgido te
aconsejo y sugiero que, durante tu mandato, te comportes de modo que no haya
revuelos y que no permitas que sea perturbada la tranquilidad conquistada en
tan largo tiempo. Por eso conviene que en tu vida, de la que tendrás que dar
cuentas ante Dios, no abandones el cuidado de los hermanos y no pongas al
frente de ellos a quien no quieren, para evitar enfrentamientos, para tener en
tus días paz y el fruto de tu sabiduría y tu trabajo. No pienses en qué
sucederá después de ti, porque el Rector del universo gobernará aquella
congregación según haya dispuesto.
Te confieso, señor mío, que me deja no poco
atónito que, en medio de la tribulación provocada por esos problemas tan graves
que surgen a la mínima ocasión, desees abandonar tu labor de abad y prefieras
pasar la vida en el silencio a permanecer en lo que se te ha encomendado.
¿Dónde estaría la santa perseverancia si faltase la paciencia? Pues acuérdate
del Apóstol cuando dice que “la tribulación engendra la paciencia”, pero
también aquello: “Todos los que aspiran a vivir en Cristo sufren persecución”,
que no está solo en lo que se lleva a cabo en la confesión de la condición de
cristiano en medio de hierro y fuego y tormentos de diversa índole, sino que en
este tipo de persecución se incluyen también las diferencias en las costumbres
y la obstinación de los desobedientes y los dardos de las malas lenguas y las
tentaciones de todo tipo; pues no hay empresa sin peligro.
Mas ¿quién guía la nave en la corriente si el timonel se retira? ¿Quién
guardará las ovejas de los lobos si el pastor no vigila? ¿Quién ahuyentará al
ladrón si el reposo aparta al centinela de la atenta vigilancia? Se debe
permanecer en la misión encomendada y en la labor emprendida; se debe hacer
justicia y mostrar clemencia; deben odiarse los pecados, no a los hombres; que
sean sostenidos los débiles, que sean corregidos los soberbios. Y si la
desgracia se desencadena hasta más allá de lo soportable, no nos asustemos,
como si tuviésemos que resistir con nuestras propias fuerzas, sino recemos con
el Apóstol para que Dios disponga junto a la prueba, el que sea superada con
éxito, para que podamos soportarla, ya que es Cristo nuestra fortaleza y
sabiduría, sin Quien nada podemos y con Quien lo podemos todo.
Mira que hablo demasiado cuando trato de
responder a las preguntas. Pero, para decir algo más sobre esto que ya expuse
antes, tú sabes perfectamente, señor, que nadie debe ser puesto al frente de
personas que lo aceptan de mala gana, para que no sea despreciado ni odiado y
se hagan menos religiosos sus subordinados, mientras dedican todo su esfuerzo a la confrontación, ya que
los que han de aceptar a quien no quieren no lo obedecen como deben y surgen
problemas por la desobediencia y se pierden los buenos propósitos. Pero a
vuestra prudencia le corresponde suavizar todo esto, proporcionarles la dulzura
del cariño y fundar el futuro sobre la esperanza en Dios, para que Él disponga
según Su voluntad, de modo que también vos podáis llevar una vida tranquila y
aquellos puedan durante vuestro mandato servir a Dios con la mayor devoción.
Pues no pueden guardar la obediencia si se les empuja al enfrentamiento y se
produciría una desgracia lamentable si, al querer prever para el futuro, en el
presente provocamos que se altere el precepto de la obediencia.
Por otra parte, recibí todo lo que me
enviaste, por todo di gracias y hasta este momento mismo no he cesado de
darlas. Pero suplico a Cristo Dios que conserve y perfeccione en Su clemencia
la vida y la grandeza de vuestra beatitud, para expiación de mis culpas e
intercesión ante Dios, porque yo sé que respondo con desigual capacidad a tan
grandes favores.
Entre tanto pido que reces por mí, siervo
tuyo, pues a nosotros tampoco nos faltan las tentaciones y nos afligen diversos
males. Por eso te ruego que me sostengas con los recursos de tus oraciones,
para que no tengas que lamentarte por mí cuando quede destrozado en un
naufragio.
[…]
Epístola
7
A mi señora e hija queridísima en Cristo,
Basila, Braulio, siervo indigno de los santos de Dios.
Sacudido en medio de la tempestad de la
horrible noticia me veo obligado a contestar a tu carta, como se me solicita; y
mi ánimo se angustia pensando por dónde debo comenzar, si por exponerte mis
penas o por proporcionarte consuelo, o si es apropiado comunicarte mi presente
estado de salud, si es que se puede llamar salud a esta vida afligida por la
tristeza. Pues he aquí que todos los días se van de la Iglesia los buenos y
todos los días aumentan los malos y no nos duele menos la falta de aquellos que
el éxito de estos. Y el Apóstol nos prohíbe llorar a nuestros muertos… pero
¿quién no llora cuando le falta el bien presente? Pues el propio Vaso de
Elección se alegra de que Epafras le fuese devuelto de las proximidades de la
muerte; del mismo modo que hubo en Él alegría en la restitución, tuvo que
haber, sin ninguna duda, tristeza en la pérdida.
Somos, pues, reconfortados en la esperanza, ya
que no dudamos de que la vida de los fieles cambia para mejor y tenemos como
nuestros intercesores más poderosos ante Dios a aquellos de los que aquí, en el
momento presente, se nos priva, porque nos abandonan. Pero no sé cómo, a pesar
de los mandamientos de la consolación y la esperanza de la resurrección, un
sentimiento de nostalgia quebranta el espíritu, aunque este sea creyente… Mas,
mientras no se encuentre otro puerto hacia el que huir, debemos abrazarnos a
este con todas nuestras fuerzas, ya que no defrauda la esperanza en Aquel que
justifica a los impíos y resucita a los muertos, porque creemos que también
nosotros estaremos en la tierra de bienaventuranza con los que ya durmieron.
Ciertamente, no es el que mejor consuela ese
al que doblegan sus propios quejidos y al que las lágrimas o los sollozos
privan de la palabra. Pues he aquí que a mí mismo, que estoy triste, cuando
quiero consolarte a ti, que estás triste, me fluyen por la cara las lágrimas, y
aun con el ánimo reconfortado, no puedo disimular que sufro…
Pero, ¿qué hacer, al ser tras el pecado el
único destino de nuestra condición mortal? Por un veredicto único son
arrebatados el pío y el impío, el justo y el criminal, el bueno y el perverso,
pero, tras este veredicto único, no se alojan en la misma morada el santo y el
condenado. Soportemos por ello las amarguras de la vida presente, esperando pacientemente
lo que en algún momento seremos y alegrémonos en el Señor con la esperanza en
una vida feliz, rezando juntamente y suplicando que, propicio, acoja tanto a
las personas queridas, que ya se marcharon, como a nosotros, que las
seguiremos; y que al examinarnos no nos aplique la severidad del juicio, sino
que la misericordia se imponga sobre el juicio, y que, con Su acostumbrada
piedad, cuando a Él le plazca, se digne reunirnos en el reposo de Su morada.
Animémonos con esta esperanza, sirvámosle con
esta disposición y, viviendo en Él, tengamos entre nosotros el sentimiento del
amor y el remedio del consuelo. A ti, por tu parte, señora mía, hija, hermana,
te ruego con el mayor encarecimiento que no sólo a ti misma, sino a todos los
que entristeció el fallecimiento de hombre tan excelente, consueles tan
prudentemente que parezca que lo esperáis, no que lo habéis perdido; y no os
doláis por carecer de tal sostén, sino alegraos por haberlo tenido.
Por lo demás saludo a todos con igual cariño,
por igual os ruego a todos que recéis por mí y que con templanza suavicéis la
tristeza que ha sobrevenido. No desconozco cuán gran lamento os ha llevado esta
desdichada noticia.
[…]
Epístola 12
A mis señoras e hijas, Hoyón y Eutrocia,
Braulio.
A juzgar por lo que oigo, no tenéis ningún
consuelo después de siete días. Ya deberíais haber depuesto el duelo, pues una
gran piedad en lo de uno mismo es impiedad para con Dios. Actuáis en contra de
la voluntad del Creador si rebasáis la medida del llanto. Nosotros ciertamente
marchamos apresuradamente hacia Huñán; ahora bien, él no volverá a nos y, por
ello, se le debe aguardar como si estuviese ausente, no renunciar a él como si
estuviese muerto, para que parezca que lo esperamos, no que lo perdimos. Por
ello, os lo ruego, no vaya a ser que suscitéis tal vez la ira de Dios contra
vosotras, abandonad el duelo, aceptad el consuelo, para no caer en la
desesperación. Pues ¿qué motivo encontráis en esto para llorar con particular
obstinación lo que en general sucede a todos? Sobreponeos cuanto podáis, es
más, más de lo que podáis, reprimid la debilidad de vuestra alma y las lágrimas
que fluyen en abundancia, pues lo que no agrada a Cristo no debe tampoco
agradar a los cristianos.
Del mismo modo, nosotros hemos recordado ya su
nombre en la ofrenda presentada ante el altar y encomendamos su alma a Dios omnipotente.
Según he sabido, también vosotras lo habéis hecho. Lo hemos encomendado al
Creador, Cristo Nuestro Señor, que lo creó y lo ha recibido de nuevo; de Su
obra hizo lo que quiso. Pues ¿quién Le dirá: “¿Qué has hecho?” ¿O quién se
opondrá a Su veredicto? ¿Acaso puede el barro preguntarle a su alfarero: “¿Por
qué me hiciste así?” Porque Suyo es el poder de crearlo, cuando quiere, y,
cuando quiere, de romperlo. Dios os creó racionales; recuperad la razón porque
en nada podéis ayudarlo con vuestra aflicción, y tened cuidado, no siendo que,
al irritarse con toda la razón Dios con los que actúan en contra de Su
voluntad, también se enoje con Huñán.
Queda una única cosa, que también vosotras
recibáis consuelo y que ofrezcáis ante Dios una oración cotidiana por su
descanso, pues también nosotros lo hacemos. Sólo esto está permitido; llorar
por más tiempo, no. Por este motivo os suplico por el Señor que os consoléis y
que os ocupéis más de estos que han permanecido aquí que de aquel al que ya no
podéis socorrer.
Así, que Dios omnipotente os lo conceda, para
que no lo ofendáis y llevéis una vida tranquila en este mundo.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Akal, 2015, en
traducción de Ruth Miguel Franco, pp. 104-105, 108-109 y 118-119. ISBN:
978-84-460-3123-9.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: