viernes, 2 de abril de 2021

El Estado Servil.- Hilaire Belloc (1870-1953)


Resultado de imagen de hilaire belloc
Sección VIII

Tanto los reformadores como los reformados están promoviendo el Estado servil

 «Me propongo mostrar en este capítulo cómo los tres intereses que explican conjuntamente casi todas las fuerzas que luchan por el cambio social en la Inglaterra moderna se deslizan necesariamente hacia el Estado servil.
 De estos tres intereses, los dos primeros representan a los reformadores, y el tercero, al pueblo que va a ser reformado.
 Tales intereses son, primero, el socialista, que es el reformador teórico que actúa sobre la línea de menor resistencia; el hombre práctico, que, como todo reformador “práctico”, cuenta con la ventaja de su miopía, y es hoy, por consiguiente, un factor poderoso; y tercero, la gran masa proletaria, para quien se lleva a efecto el cambio y a quien es impuesto éste. Qué aceptará esta masa según toda probabilidad, cómo reaccionará ante las nuevas instituciones, es el más importante de los factores, pues el proletariado constituye el material con el cual y sobre el cual se trabaja.
 1.-Del reformador socialista:
 Digo que los hombres que tratan de implantar el colectivismo o socialismo como remedio de los males del Estado Capitalista se encuentran con que están encaminándose, no hacia el Estado Colectivista, sino hacia el Estado Servil.
 El movimiento socialista, el primero de los tres factores que siguen este rumbo, se encuentra a su vez compuesto por dos clases de hombres:
 a) el que considera la propiedad pública de los medios de producción (y la obligada tendencia consecuente de todos los ciudadanos a trabajar bajo la dirección del Estado) como la única solución factible de nuestro malestar social moderno,
 b) el que siente afición al ideal colectivista por sí mismo, y no lo persigue tanto por ser la solución al capitalismo moderno, como por constituir una forma regular y ordenada de sociedad que lo atrae por sí misma. Le gusta acariciar el idea de un Estado en que la tierra y el capital se hallen en posesión de funcionarios públicos que dirijan a los demás individuos y los preserven así de las consecuencias de sus vicios, su ignorancia y su insensatez.
 Estos dos tipos son perfectamente distintos, en muchos respectos antagónicos, y constituyen entre ambos la totalidad del movimiento socialista.
 Imagínese ahora a uno y otro de estos hombres enfrentados al estado actual de la sociedad capitalista con el ánimo de transformarlo. ¿En qué línea de menor resistencia actuarán uno y otro?
 a) El primer tipo comenzará exigiendo la confiscación de los medios de producción y su transferencia del poder de sus poseedores actuales al poder del Estado. Pero detengámonos un momento. Esta exigencia es algo sumamente difícil de realizar. Entre los poseedores actuales y la confiscación se interpone una pétrea muralla moral. Es lo que la mayor parte de los hombres llamaría el fundamento moral de la propiedad (el instinto de que la propiedad es un derecho), y lo que todos los hombres admitirían, al menos, como una tradición profundamente arraigada. Luego, tiene por delante las innumerables complicaciones de la propiedad moderna.
 Tomemos un caso sencillo. Se da un decreto por el cual todas las tierras comunes cercadas a partir de 1760 deben volver al público. Se trata de un caso muy moderado y muy defendible. ¡Pero piénsese por un momento en la ruina que tal disposición causaría a tantas pequeñas haciendas propias, a esa red de obligaciones y beneficios que se extiende sobre millones de personas, a los miles de formas de intercambio, a todas las adquisiciones hechas con el sacrificio de los pequeños ahorradores! Sin duda, puede pensarse, pues en el plano moral, la sociedad puede hacer cualquier cosa a la sociedad; pero provocaría también el derrumbe consiguiente de una riqueza veinte veces superior a la confiscada y todo el crédito firme de la comunidad. En una palabra, se trata de algo imposible, en el sentido corriente de la expresión. De modo que el tipo mejor de reformador socialista se ve forzado a recurrir a un expediente que me contentará aquí con mencionar -puesto que debe ser considerado en particular y con espacio más adelante, en razón de su fundamental importancia-: me refiero al recurso de comprar la parte del actual propietario.
 Basta decir aquí que la tentativa de “comprar la parte” de los propietarios sin confiscación se funda en un error económico, como probaré en su momento. Por ahora, lo doy por supuesto, y paso a considerar el resto de la obra de mi reformador.
 Este no confisca, pues; a lo más, “adquiere” (o trata de “adquirir”) algunas partes de los medios de producción.
 Pero esto no constituye todo su móvil. Por definición, el hombre está para curar los grandes males inmediatos de la sociedad capitalista. Está para remediar la miseria que produce en las grandes multitudes y la angustiosa inseguridad que impone sobre todos. Está para sustituir la sociedad capitalista con una sociedad en que todos los hombres dispongan de comida, ropa y techo y en que los hombres no tengan que vivir más en un  riesgo continuo de perder el techo, la ropa y la comida.
 Bien, hay un modo de conseguir esto sin confiscación.
 El reformador de este tipo cree, con razón, que la propiedad de los medios de producción por parte de unos pocos causó los males que suscitan su indignación y su piedad. Pero tales males no se produjeron sino en virtud de una combinación de esa propiedad limitada a unos pocos con la libertad universal. La combinación de ambas es la verdadera definición del Estado Capitalista. Es ciertamente difícil desposeer a los poseedores. Pero no lo es tanto, en absoluto (como veremos otra vez cuando consideremos la muchedumbre a la cual afectarán principalmente estos cambios), modificar el factor de la libertad.
 Se puede decir al capitalista: “Mi deseo es despojarle a usted de su propiedad, pero mientras tanto estoy resuelto a que sus empleados tengan un nivel de vida tolerable”.
 El capitalista responde: “Me niego a ser despojado de mi propiedad; a menos que se produzca una catástrofe, eso es imposible. Pero si usted quiere determinar la relación entre  mis empleados y yo, tendré que asumir especiales responsabilidades en virtud de mi posición. Sujete al proletario, como proletario, y por ser proletario, a leyes especiales. Confiérame a mí, el capitalista, como capitalista, y por ser capitalista, especiales obligaciones recíprocas en virtud de las mismas leyes. Yo me ocuparé lealmente de que sean cumplidas; yo obligaré a mis empleados a que las cumplan, y asumiré el nuevo papel que me impone el Estado. Y todavía más, me ocuparé de que, por obra de ese régimen nuevo, mis ganancias sean quizá mayores y ciertamente más seguras".
 Este reformador social idealista, por tanto, ve ya canalizado el curso de su exigencia. […] Cuando la transformación se haya consumado, no habrá ya motivo, ni reivindicación ni necesidad que exijan la propiedad pública de los medios de producción. El reformador la pedía solamente para asegurar el sustento mínimo y eliminar la incertidumbre de las masas: y ya habrá conseguido lo que pedía.
 […]
 De esta manera, el socialista cuyo móvil es el bien de la humanidad y no la mera organización, se ve apartado aunque no lo quiera de su ideal colectivista y conducido hacia una sociedad en que los poseedores conservarán sus posesiones, los desposeídos seguirán desposeídos, en que la mayoría de los hombres continuará trabajando en beneficio de una minoría, y esta minoría continuará usufructuando los valores excedentes producidos por el trabajo, pero también una sociedad en la cual los males específicos de la inseguridad y la penuria, producto principalmente de la libertad, habrán sido eliminados por la destrucción de ésta.
Resultado de imagen de hilaire belloc el estado servil Al término del proceso habrá dos clases de hombres: los poseedores económicamente libres, y los desposeídos carentes de libertad económica y gobernados por aquéllos en bien de su tranquilidad y garantía de su sustento. Pero con  esto estamos ya en el Estado Servil.          
 b) Al segundo tipo de reformador socialista se lo puede considerar más brevemente. La explotación del hombre por el hombre no despierta en él indignación alguna. En realidad, no es un tipo de hombre en que sean habituales la indignación ni ninguna otra pasión vital. Los cuadros, las estadísticas, todo lo que constituye una armazón exacta de la vida, le suministran el alimento que satisface su apetito moral; la ocupación más acorde con su genio es el “manejo” de los hombres: como se maneja una máquina.
 Es a este hombre a quien atrae particularmente el ideal colectivista.
 Es el orden llevado al extremo. Esa complejidad humana y orgánica que constituye el colorido de toda comunidad vital lo ofende con su diferenciación infinita. Las cosas en gran número lo alteran; y su pequeño estómago sólo halla una última satisfacción en el panorama de una vasta burocracia donde la totalidad de la vida esté fichada y encuadrada en algunos planes sencillos, derivados de la labor que los empleados públicos efectúen coordinadamente y dirigida por poderosos jefes de sección.
 Ahora bien, este hombre, como el anterior, prefiere comenzar estatalizando el capital y la tierra, y montar sobre esa base la estructura formal que tanto concuerda con su peculiar temperamento (casi ni se precisa decir que en su visión de una sociedad futura se imagina a sí mismo como jefe, al menos, de una sección si no del Estado entero, pero esto no viene al caso). No obstante, si bien prefiere empezar con un plan colectivista ya hecho, en la práctica se encuentra con que no puede proceder de esa forma. […]
 No puede confiscar ni empezar a confiscar. Lo más que hará será “comprar la parte” del capitalista. […]
  Tal clase de hombres casi no ve al Estado Servil como algo hacia lo cual se desliza, sino más bien como una alternativa posible de su Estado Colectivista ideal, alternativa que se halla enteramente dispuesto a aceptar y a la cual mira con buenos ojos. La mayor parte de tales reformadores, que hace una generación se hubieran llamado “socialistas”, se sienten hoy menos preocupados por plan alguno de socialización del capital y la tierra, que por los innumerables planes, algunos de los cuales ya con fuerza de ley, que existen actualmente para regular, “manejar” y alinear al proletariado, sin cercenar una pizca de los privilegios de que disfruta la reducida clase capitalista en lo referente a la posesión de los enseres, los almacenes y la tierra.
 El llamado “socialista” de este tipo no cayó en el Estado Servil por un error de cálculo, sino que lo prohijó; saluda su nacimiento y prevé que lo tendrá bajo su dominio en el porvenir.
 Esto, por lo que se refiere al movimiento socialista, que hace una generación proponía transformar nuestra sociedad capitalista en otra en que la comunidad había de ser la propietaria universal y todos lo hombres, económicamente libres o no libres en igual medida, habían de estar bajo su tutela. Hoy día su ideal se halla en quiebra, y las dos fuentes de las cuales extraía su fuerza aceptan, una de mala gana, la otra con alegría, el advenimiento de una sociedad que no es socialista en absoluto, sino servil.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial El Buey Mudo, 2010, en traducción de Armando Zerolo Durán, pp. 135-143. ISBN: 978-84-937789-2-7.]             


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: