Sección VIII
Tanto los reformadores como los reformados están promoviendo el Estado
servil
«Me propongo mostrar en este capítulo cómo los
tres intereses que explican conjuntamente casi todas las fuerzas que luchan por
el cambio social en la Inglaterra moderna se deslizan necesariamente hacia el
Estado servil.
De estos tres intereses, los dos primeros
representan a los reformadores, y el tercero, al pueblo que va a ser reformado.
Tales intereses son, primero, el socialista, que es el reformador teórico
que actúa sobre la línea de menor resistencia; el hombre práctico, que, como todo reformador “práctico”, cuenta con
la ventaja de su miopía, y es hoy, por consiguiente, un factor poderoso; y
tercero, la gran masa proletaria, para quien se lleva a efecto el cambio y a
quien es impuesto éste. Qué aceptará esta masa según toda probabilidad, cómo
reaccionará ante las nuevas instituciones, es el más importante de los
factores, pues el proletariado constituye el material con el cual y sobre el
cual se trabaja.
1.-Del reformador socialista:
Digo que los hombres que tratan de implantar
el colectivismo o socialismo como remedio de los males del Estado Capitalista se
encuentran con que están encaminándose, no hacia el Estado Colectivista, sino
hacia el Estado Servil.
El movimiento socialista, el primero de los
tres factores que siguen este rumbo, se encuentra a su vez compuesto por dos
clases de hombres:
a) el que considera la propiedad pública de
los medios de producción (y la obligada tendencia consecuente de todos los
ciudadanos a trabajar bajo la dirección del Estado) como la única solución
factible de nuestro malestar social moderno,
b) el que siente afición al ideal colectivista
por sí mismo, y no lo persigue tanto por ser la solución al capitalismo
moderno, como por constituir una forma regular y ordenada de sociedad que lo atrae
por sí misma. Le gusta acariciar el idea de un Estado en que la tierra y el
capital se hallen en posesión de funcionarios públicos que dirijan a los demás
individuos y los preserven así de las consecuencias de sus vicios, su
ignorancia y su insensatez.
Estos dos tipos son perfectamente distintos,
en muchos respectos antagónicos, y constituyen entre ambos la totalidad del
movimiento socialista.
Imagínese ahora a uno y otro de estos hombres
enfrentados al estado actual de la sociedad capitalista con el ánimo de
transformarlo. ¿En qué línea de menor resistencia actuarán uno y otro?
a) El primer tipo comenzará exigiendo la
confiscación de los medios de producción y su transferencia del poder de sus
poseedores actuales al poder del Estado. Pero detengámonos un momento. Esta exigencia
es algo sumamente difícil de realizar. Entre los poseedores actuales y la
confiscación se interpone una pétrea muralla moral. Es lo que la mayor parte de
los hombres llamaría el fundamento moral de la propiedad (el instinto de que la
propiedad es un derecho), y lo que todos los hombres admitirían, al menos, como
una tradición profundamente arraigada. Luego, tiene por delante las
innumerables complicaciones de la propiedad moderna.
Tomemos un caso sencillo. Se da un decreto por
el cual todas las tierras comunes cercadas a partir de 1760 deben volver al público.
Se trata de un caso muy moderado y muy defendible. ¡Pero piénsese por un
momento en la ruina que tal disposición causaría a tantas pequeñas haciendas
propias, a esa red de obligaciones y beneficios que se extiende sobre millones
de personas, a los miles de formas de intercambio, a todas las adquisiciones
hechas con el sacrificio de los pequeños ahorradores! Sin duda, puede pensarse,
pues en el plano moral, la sociedad puede hacer cualquier cosa a la sociedad;
pero provocaría también el derrumbe consiguiente de una riqueza veinte veces
superior a la confiscada y todo el crédito firme de la comunidad. En una
palabra, se trata de algo imposible, en el sentido corriente de la expresión. De
modo que el tipo mejor de reformador socialista se ve forzado a recurrir a un
expediente que me contentará aquí con mencionar -puesto que debe ser considerado
en particular y con espacio más adelante, en razón de su fundamental importancia-:
me refiero al recurso de comprar la parte del actual propietario.
Basta decir aquí que la tentativa de “comprar
la parte” de los propietarios sin confiscación se funda en un error económico,
como probaré en su momento. Por ahora, lo doy por supuesto, y paso a considerar
el resto de la obra de mi reformador.
Este no confisca, pues; a lo más, “adquiere”
(o trata de “adquirir”) algunas partes de los medios de producción.
Pero esto no constituye todo su móvil. Por
definición, el hombre está para curar los grandes males inmediatos de la
sociedad capitalista. Está para remediar la miseria que produce en las grandes
multitudes y la angustiosa inseguridad que impone sobre todos. Está para
sustituir la sociedad capitalista con una sociedad en que todos los hombres
dispongan de comida, ropa y techo y en que los hombres no tengan que vivir más
en un riesgo continuo de perder el
techo, la ropa y la comida.
Bien, hay un modo de conseguir esto sin confiscación.
El reformador de este tipo cree, con razón,
que la propiedad de los medios de producción por parte de unos pocos causó los
males que suscitan su indignación y su piedad. Pero tales males no se
produjeron sino en virtud de una combinación de esa propiedad limitada a unos
pocos con la libertad universal. La combinación de ambas es la verdadera definición
del Estado Capitalista. Es ciertamente difícil desposeer a los poseedores. Pero
no lo es tanto, en absoluto (como veremos otra vez cuando consideremos la
muchedumbre a la cual afectarán principalmente estos cambios), modificar el
factor de la libertad.
Se puede decir al capitalista: “Mi deseo es
despojarle a usted de su propiedad, pero mientras tanto estoy resuelto a que
sus empleados tengan un nivel de vida tolerable”.
El capitalista responde: “Me niego a ser
despojado de mi propiedad; a menos que se produzca una catástrofe, eso es
imposible. Pero si usted quiere determinar la relación entre mis empleados y yo, tendré que asumir
especiales responsabilidades en virtud de mi posición. Sujete al proletario,
como proletario, y por ser proletario, a leyes especiales. Confiérame a mí, el
capitalista, como capitalista, y por ser capitalista, especiales obligaciones recíprocas
en virtud de las mismas leyes. Yo me ocuparé lealmente de que sean cumplidas;
yo obligaré a mis empleados a que las cumplan, y asumiré el nuevo papel que me
impone el Estado. Y todavía más, me ocuparé de que, por obra de ese régimen
nuevo, mis ganancias sean quizá mayores y ciertamente más seguras".
Este reformador social idealista, por tanto, ve
ya canalizado el curso de su exigencia. […] Cuando la transformación se haya
consumado, no habrá ya motivo, ni reivindicación ni necesidad que exijan la propiedad
pública de los medios de producción. El reformador la pedía solamente para asegurar
el sustento mínimo y eliminar la incertidumbre de las masas: y ya habrá
conseguido lo que pedía.
[…]
De esta manera, el socialista cuyo móvil es el
bien de la humanidad y no la mera organización, se ve apartado aunque no lo
quiera de su ideal colectivista y conducido hacia una sociedad en que los
poseedores conservarán sus posesiones, los desposeídos seguirán desposeídos, en
que la mayoría de los hombres continuará trabajando en beneficio de una minoría,
y esta minoría continuará usufructuando los valores excedentes producidos por
el trabajo, pero también una sociedad en la cual los males específicos de la
inseguridad y la penuria, producto principalmente de la libertad, habrán sido
eliminados por la destrucción de ésta.
Al término del proceso habrá dos clases de
hombres: los poseedores económicamente libres, y los desposeídos carentes de
libertad económica y gobernados por aquéllos en bien de su tranquilidad y
garantía de su sustento. Pero con esto
estamos ya en el Estado Servil.
b) Al segundo tipo de reformador socialista se
lo puede considerar más brevemente. La explotación del hombre por el hombre no despierta
en él indignación alguna. En realidad, no es un tipo de hombre en que sean
habituales la indignación ni ninguna otra pasión vital. Los cuadros, las estadísticas,
todo lo que constituye una armazón exacta de la vida, le suministran el
alimento que satisface su apetito moral; la ocupación más acorde con su genio
es el “manejo” de los hombres: como se maneja una máquina.
Es a este hombre a quien atrae particularmente
el ideal colectivista.
Es el orden llevado al extremo. Esa
complejidad humana y orgánica que constituye el colorido de toda comunidad
vital lo ofende con su diferenciación infinita. Las cosas en gran número lo
alteran; y su pequeño estómago sólo halla una última satisfacción en el
panorama de una vasta burocracia donde la totalidad de la vida esté fichada y
encuadrada en algunos planes sencillos, derivados de la labor que los empleados
públicos efectúen coordinadamente y dirigida por poderosos jefes de sección.
Ahora bien, este hombre, como el anterior,
prefiere comenzar estatalizando el capital y la tierra, y montar sobre esa base
la estructura formal que tanto concuerda con su peculiar temperamento (casi ni
se precisa decir que en su visión de una sociedad futura se imagina a sí mismo
como jefe, al menos, de una sección si no del Estado entero, pero esto no viene
al caso). No obstante, si bien prefiere empezar con un plan colectivista ya
hecho, en la práctica se encuentra con que no puede proceder de esa forma. […]
No puede confiscar ni empezar a confiscar. Lo
más que hará será “comprar la parte” del capitalista. […]
Tal
clase de hombres casi no ve al Estado Servil como algo hacia lo cual se
desliza, sino más bien como una alternativa posible de su Estado Colectivista
ideal, alternativa que se halla enteramente dispuesto a aceptar y a la cual
mira con buenos ojos. La mayor parte de tales reformadores, que hace una
generación se hubieran llamado “socialistas”, se sienten hoy menos preocupados
por plan alguno de socialización del capital y la tierra, que por los
innumerables planes, algunos de los cuales ya con fuerza de ley, que existen
actualmente para regular, “manejar” y alinear al proletariado, sin cercenar una
pizca de los privilegios de que disfruta la reducida clase capitalista en lo
referente a la posesión de los enseres, los almacenes y la tierra.
El llamado “socialista” de este tipo no cayó
en el Estado Servil por un error de cálculo, sino que lo prohijó; saluda su
nacimiento y prevé que lo tendrá bajo su dominio en el porvenir.
Esto, por lo que se refiere al movimiento
socialista, que hace una generación proponía transformar nuestra sociedad
capitalista en otra en que la comunidad había de ser la propietaria universal y
todos lo hombres, económicamente libres o no libres en igual medida, habían de
estar bajo su tutela. Hoy día su ideal se halla en quiebra, y las dos fuentes
de las cuales extraía su fuerza aceptan, una de mala gana, la otra con alegría,
el advenimiento de una sociedad que no es socialista en absoluto, sino servil.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial El Buey Mudo, 2010, en traducción de Armando Zerolo Durán, pp.
135-143. ISBN: 978-84-937789-2-7.]
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