Lo académico, el funcionario y el
sofista
I.-¿Qué es lo académico?
Un concepto occidental
«El nombre “Academia”, que los griegos del
siglo IV a. de C. dieron a la Escuela de Platón –edificios, jardines y
comunidad de maestros y discípulos- se debió a una pura casualidad; es una mera
coincidencia exterior, que nada tiene que ver con lo esencial de la Escuela:
nada dice que exprese tal esencia. La causa y ocasión de tal nombre fue la
vecindad puramente espacial de la Escuela de Platón y de un bosquecillo
dedicado al héroe ateniense Academos.
Y ahora cabe preguntar: ¿no puede ocurrir que
nuestra genérica denominación de “académico”, derivada del nombre propio
original, se apoye también en una semejanza externa y accidental,
caprichosamente entendida, de nuestros centros superiores de enseñanza con la
Escuela platónica del jardín de Academos?
No sería nada extraño; también hablamos de las
lámparas Júpiter y del cinema Apolo sin que nadie se haga cuestión de si hay
alguna importante relación interna entre tales cosas y las divinidades
antiguas. Otro ejemplo más a propósito: del nombre “Liceo” nadie querrá deducir
en serio una relación interna y precisa entre nuestros institutos de enseñanza
media y la comunidad investigadora y docente que creó Aristóteles.
Otra vez hay que preguntar si es un caso
distinto la asociación con la antigüedad de la denominación y concepto de lo
académico. ¿Significa algo más que una relación accidental y externa o es sólo
un modo de hablar?
Si no fuera más que esto, poco sentido tendría
estudiar nuestra cuestión sobre lo académico refiriéndonos a Platón; sería de
muy escaso interés y ni siquiera tendría sentido discutir desde el punto de
vista de la herencia tradicional de Occidente qué es lo que expresa sobre todo
el concepto de lo académico.
Y ya esto último toca el nudo de la cuestión;
porque, efectivamente, lo académico
es, sobre todo, y en su principal sentido, un concepto occidental.
Se puede afirmar con cierto fundamento que hay
continuidad histórica y de hecho entre nuestras Universidades y la primitiva
Academia platónica, de la que deriva la denominación de académico. Y esto es
algo importante. No es suficiente relacional la Universidad moderna con la
medieval; ésta, por su parte, apenas se entiende sin el supuesto del modelo
bizantino y romano-oriental. Poco antes de nacer las Universidades de Occidente
habría sido erigida por el emperador Constantino Monómacos la Universidad
imperial de Bizancio, en realidad, no era más que la reaparición de algo que
existía desde antiguo con otro nombre; la Academia imperial, fundada por
Teodosio II seiscientos años antes (425) y más o menos expresamente como filial
y a la vez como contra de la escuela
platónica todavía entonces existente en Atenas.
La paternidad espiritual de esta primera
Universidad cristiana debe atribuirse propiamente a una mujer ateniense, hija
de un filósofo y dedicada ella misma a la filosofía y a la música,
probablemente discípula de la academia platónica y de Plutarco, escolar
entonces en Atenas; a una mujer, que por aventurado destino, subió al trono de
los emperadores de Bizancio como esposa de Teodosio: la emperatriz Eudoxia,
llamada antes de su bautismo “Athenais”. De ella desciende el poema del mago
Cipriano, tenido como la primera configuración poética del tema del Fausto.
Realmente es admirable cómo se unen aquí los
hilos de la tradición y entre ellos uno –no el único- que relaciona la Escuela
de Platón con las formas de educación que hoy llamamos académicas.
Más importante que esta continuidad fáctico-histórica
es el hecho de que la Escuela platónica siempre ha sido entendida y propuesta
como obligado modelo de nuestras escuelas superiores.
Platonissare
y accademicum se facere significan
casi lo mismo en el lenguaje de los humanistas. Esto no quiere decir, sin
embargo, que Platón fuera descubierto al principio de la Edad Moderna;
significa, por el contrario, que la tradición platónica arriesgó su sano crecimiento
en esa exclusividad consciente y refleja.
Interprétese como se quiera, es un hecho que
la figura predominante de la Edad Media es el platónico San Agustín, que fundó sus comunidades doctrinales en el
apartamiento del mundo, según el modelo del bosquecillo de Academos; y hasta en
los aristotélicos del siglo XIII estuvo firme la autoridad de San Agustín… Esto
debería bastar para obligar a la reflexión, aunque nada se supiera de las demás
huellas en otras figuras del cristianismo medieval; aunque no se supiera, por
ejemplo, que el anglosajón Alcuino, antecesor y maestro de otros muchos maestros
de Occidente, incluso de Rabano Mauro, el de Fulda, dio al modelo de su extenso
proyecto el nombre de Atenas, que
para él había sido la ciudad de la Academia platónica.
Esto aclara un poco más por qué en todas las
lenguas de la comunidad occidental la palabra académico significa una norma y exigencia
cuyo sentido, según parece, jamás se ha borrado del todo sin que haya sido
destruida la sustancia espiritual de Occidente. Tal posibilidad se ha hecho por
primera vez evidente en nuestro tiempo como un agudo peligro interno. Y esto da
ya un nuevo aspecto a la cuestión sobre lo académico que adquiere así
importancia en un sentido muy actual y casi político: supera lo meramente académico
y subyace.
Filosofía quiere decir teoría
Quien se haga cuestión sobre el significado de lo académico, no como
hombre interesado sobre todo por la Historia, sino como quien tiene su vista
puesta en los sucesos actuales; quien pregunte sobre lo esencial y específico
de lo académico, dejando a un lado los informes de la pura estadística social,
se verá remitido a la Escuela de Platón.
Claro está que esto no quiere decir que la
aparición histórica y concreta de la actual formación académica tenga algo que
ver con la aparición concreta e histórica de la Academia platónica o viceversa;
quiere decir que los caracteres internos y esenciales de la escuela de Platón
son también el principio íntimo y conformador de nuestros centros académicos de
formación, o al menos que así debería ser si quiere adjudicárselos con razón el
predicado de académicos.
Con esto se ha dicho algo muy radical e
importante; pues siempre que se quieran designar unidamente la actividad, método
y doctrina de la Escuela de Platón, se encontrará algo indiscutible, a pesar de
todas las opiniones: que la Escuela platónica de Atenas fue una escuela filosófica, una comunidad de filósofos,
cuya característica íntima es, por tanto, la filosofía, el modo y estilo filosóficos
de considerar el mundo.
Así que como primera determinación de lo académico
vale esta tesis: académico quiere
decir filosófico; formación académica es lo mismo que formación filosófica, o
al menos formación que tiene fundamentos filosóficos; tratar una ciencia académicamente
significa considerarla de modo filosófico. Por tanto, una formación no
fundamentada en la filosofía ni conformada filosóficamente, no puede ser
correctamente llamada académica; el estudio no determinado por un filosofar no
es académico.
Naturalmente, surge la pregunta: ¿y qué quiere
decir filosófico? Vamos a contestarla
teniendo en cuenta a Platón y a la luz de los antiguos.
Filosófico,
en cualquier caso, significa teórico.
Tal explicación puede parecer a primera vista bastante desvaída y casi banal,
pero la tesis adquiere sentido crítico, agresivo y casi revolucionario, en
cuanto se decide tomarla en serio. ¿Qué significan las palabras teórico y teoría? Ser movido por la verdad y no por otra cosa, tal es la
esencia de la teoría, dice Aristóteles en su Metafísica, esta vez completamente de acuerdo con Platón; y el
comentarista medieval de Aristóteles, Tomás de Aquino, dice sin reparos: “el
fin del saber teórico es la verdad; el fin del saber práctico es la acción”;
aunque también los prácticos intenten
conocer la verdad y cómo se relaciona con ellos en determinadas cosas, la
buscan no como lo propio y último pensado, sino ordenándola al fin de la acción;
pero la filosofía –y sobre todo la doctrina de ser o metafísica, que es
disciplina filosófica en sumo grado- es de un modo especialísimo scientia veritatis, teoría en sentido
estricto. Tal es la común doctrina de Platón, Aristóteles, santo Tomás y de
todos los antiguos.
Contemplar una cosa o ver una realidad
filosóficamente debe significar apartarse expresamente de todo lo que se llama vida práctica o vida real; estas expresiones acuñadas parecen significar implícitamente
que el puro conocimiento de la verdad
no es una tarea real.
La clásica definición del filosofar como una
relación puramente teórica con el mundo se aparta, pues, de lo que es
justamente el fundamento de la filosofía moderna, que es la atención a la nota
de poder que tiene el saber, a la potentia
humana con la que identifica la ciencia el Novum Organum de Bacon; es el dirigirse hacia la practicidad,
aplicabilidad o utilidad, el orientarse hacia la filosofía práctica, que debe
ponernos en situación de llegar a ser dueños
y poseedores de la naturaleza. Vista desde el clásico concepto de filosofía,
esta añadidura de Bacon y Descartes no es filosófica, porque ensombrece la
pureza de la teoría y, en definitiva, la destruye.
Tal consistencia de la filosofía en su carácter
teórico no es, sin embargo, algo no-moderno;
más bien es un reto intemporal y lleno de fuerza contra ello. No es algo casual
el hecho de que la historia de la filosofía occidental empiece con la risa de
una fámula tracia al ver caer en un pozo al contemplador de los cielos;
respecto a esto comenta Platón en el Teetetes:
nunca han faltado tal risa y tal motivo; siempre será ridículo el filósofo para
aquella esclava tracia y para otros muchos, porque él –el extraño al mundo- cae
en el pozo y en toda clase de apuros.
Así, el hecho de que el filósofo parezca ridículo
a los muchos, el apartamiento del
mundo secuela perduradera del estricto filosofar, deberían entenderse como algo
de ningún modo accidental, sino substantivo y esencial del filosofar mismo,
como su herencia sucesiva; porque lo filosófico es teórico, es decir, no-práctico.
Esta es una formulación muy esquematizada sin
duda, pero, sin embargo, enuncia lo esencial de la filosofía y, por tanto, de
lo académico; lo expresa con precisión mucho mayor que todos los intentos de demostrar
el íntimo derecho de la formación académica por su “proximidad a la vida”, por
su significación para la praxis técnica, financiera o militar, o para cualquier
otro tipo de praxis.»
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