Prólogo
«Antes de buscar su
auto, Juan Pérez decidió retirar un poco de dinero del cajero automático. El aparato
aceptó su tarjeta y lo autorizó a retirar mil ochocientos francos. Juan Pérez
apretó el botón 1800. El aparato le pidió un minuto de paciencia, luego
le entregó la suma convenida y le recordó no olvidarse la tarjeta.
"Gracias por su visita", concluyó, mientras Juan Pérez ordenaba los
billetes en su cartera.
El trayecto fue
fácil: el viaje a París por la autopista A-11 no presenta problemas un domingo por
la mañana. No tuvo que esperar en la entrada, pagó con su tarjeta de crédito el
peaje de Dourdan, rodeó París por el periférico y llegó al aeropuerto de Roissy
por la A-l.
Estacionó en el
segundo subsuelo (sección J), deslizó su tarjeta de estacionamiento en la
billetera, luego se apresuró para ir a registrarse a las ventanillas de Air
France. Con alivio, se sacó de encima la valija (veinte kilos exactos) y
entregó su boleto a la azafata al tiempo que le pidió un asiento para fumadores
del lado del pasillo. Sonriente y silenciosa, ella asintió con la cabeza,
después de haber verificado en el ordenador, luego le devolvió el boleto y la
tarjeta de embarque. "Embarque por la puerta B a las 18 horas",
precisó.
El hombre se
presentó con anticipación al control policial para hacer algunas compras en el duty-free.
Compró una botella de cognac (un recuerdo de Francia para sus clientes
asiáticos) y una caja de cigarros (para consumo personal). Guardó con cuidado la
factura junto con la tarjeta de crédito.
Durante un momento
recorrió con la mirada los escaparates lujosos —joyas, ropas, perfumes—, se
detuvo en la librería, hojeó algunas revistas antes de elegir un libro fácil —viajes,
aventuras, espionaje— y luego continuó su paseo sin ninguna impaciencia.
Saboreaba la
impresión de libertad que le daban a la vez el hecho de haberse liberado del equipaje
y, más íntimamente, la certeza de que sólo había que esperar el
desarrollo de los acontecimientos ahora que se había puesto "en
regla", que ya había guardado la tarjeta de embarque y había declarado su
identidad. "¡Es nuestro, Roissy!" ¿Acaso hoy en los lugares
superpoblados no era donde se cruzaban, ignorándose, miles de itinerarios
individuales en los que subsistía algo del incierto encanto de los solares, de
los terrenos baldíos y de las obras en construcción, de los andenes y de las
salas de espera en donde los pasos se pierden, el encanto de todos los lugares
de la casualidad y del encuentro en donde se puede experimentar furtivamente la
posibilidad sostenida de la aventura, el sentimiento de que no queda más que
"ver venir"?
El embarque se
realizó sin inconvenientes. Los pasajeros cuya tarjeta de embarque llevaba la
letra Z fueron invitados a presentarse en último término, y Juan asistió
bastante divertido al ligero e inútil amontonamiento de los X y los Y a la
salida de la sala.
Mientras esperaba
el despegue y la distribución de los diarios, hojeó la revista de la compañía e
imaginó, siguiéndolo con el dedo, el itinerario posible del viaje: Heraklion,
Larnaca, Beirut, Dharan, Doubai, Bombay, Bangkok, más de nueve mil kilómetros
en un abrir y cerrar de ojos y algunos nombres que daban que hablar cada tanto
en la actualidad periodística. Echó un vistazo a la tarifa de a bordo sin
impuestos (duty-free price list), verificó que se aceptaban tarjetas de
crédito en los vuelos transcontinentales, leyó con satisfacción las ventajas
que presentaba la clase business, de la que podía gozar gracias a la
inteligencia y generosidad de la firma para la que trabajaba ("En Charles de
Gaulle 2 y en Nueva York, los salones Le Club le permiten distenderse,
telefonear, enviar fax o utilizar un Minitel... Además de una recepción
personalizada y de una atención constante, el nuevo asiento Espacio 2000 con el
que están equipados los vuelos transcontinentales tiene un diseño más amplio, con
un respaldo y un apoyacabezas regulables separadamente...").- Prestó
alguna atención a los comandos con sistema digital de su asiento Espacio 2000,
luego volvió a sumergirse en los anuncios de la revista y admiró el perfil
aerodinámico de unas camionetas nuevas, algunas fotos de grandes hoteles de una
cadena internacional, un poco pomposamente presentados como "los lugares
de la civilización" (El Mammounia de Marrakech "que fue un palacio
antes de ser un palace hotel", el Metropol de Bruselas "donde siguen
muy vivos los esplendores del siglo XIX"). Luego dio con la publicidad de
un auto que tenía el mismo nombre de su asiento: Renault Espacio: "Un día,
la necesidad de espacio se hace sentir... Nos asalta de repente. Después, ya no
nos abandona. El irresistible deseo de tener un espacio propio. Un espacio
móvil que nos llevara lejos. Nada haría falta; todo estaría a mano..." En
una palabra, como en el avión. "El espacio ya está en usted... Nunca se ha
estado tan bien sobre la Tierra como en el Espacio", concluía graciosamente
el anuncio publicitario.
Ya despegaban.
Hojeó más rápidamente el resto, deteniéndose unos segundos en un artículo sobre
"el hipopótamo, señor del río", que comenzaba con una evocación de
África, "cuna de las leyendas" y "continente de la magia y de
los sortilegios", y echó un vistazo a una crónica sobre Bolonia ("En cualquier
parte se puede estar enamorado, pero en Bolonia uno se enamora de la
ciudad"). Un anuncio publicitario en inglés de un videomovie japonés
retuvo un instante su atención (Vivid colors, vibrant sound and non-stop
action. Make them tours foreuer) por el brillo de los colores. Un
estribillo de Trenet le acudía a menudo a la mente desde que, a media tarde, lo
había oído por la radio en la autopista, y se dijo que la alusión a la
"foto, vieja foto de mi juventud" no tendría, dentro de poco, sentido
alguno para las generaciones futuras. Los colores del presente para siempre: la
cámara congelador. Un anuncio publicitario de la tarjeta Visa terminó de tranquilizarlo
("Aceptada en Doubai y en cualquier lugar adonde viaje. Viaje confiado con
su tarjeta Visa").
Miró distraídamente
algunos comentarios de libros y se detuvo un momento, por interés profesional, en
el que reseñaba una obra titulada Euromarketing: "La
homogeneización de las necesidades y de los comportamientos de consumo forma parte
de las fuertes tendencias que caracterizan el nuevo ambiente internacional de
la empresa... A partir del examen de la incidencia del fenómeno de
globalización en la empresa europea, sobre la validez y el contenido de un
euromarketing y sobre las evoluciones posibles del marketing internacional, se
debaten una gran cantidad de problemas". Para terminar, el comentario
mencionaba "las condiciones propicias para el desarrollo de un mix lo más
estandarizado posible" y "la arquitectura de una comunicación
europea".
Un poco soñoliento,
Juan Pérez dejó la revista. La inscripción Fasten seat belt se había
apagado. Se ajustó los auriculares, sintonizó el canal 5 y se dejó invadir por
el adagio del concierto N°1 en do mayor de Joseph Haydn. Durante algunas horas
(el tiempo necesario para sobrevolar el Mediterráneo, el mar de Arabia y el
golfo de Bengala), estaría por fin solo.»
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