La visita de Dios [ de Las
nubes (1937-1940)]
«Pasada se halla ahora la mitad de
mi vida. / El cuerpo sigue en pie y las voces aún giran
y resuenan con encanto marchito
en mis oídos, / mas los días esbeltos ya se marcharon lejos;
sólo recuerdos pálidos de su amor
me han dejado. / Como el labrador al ver su trabajo perdido
vuelve al cielo los ojos
esperando la lluvia, / también quiero esperar en esta hora confusa
unas lágrimas divinas que aviven
mi cosecha.
Pero hondamente fijo queda el
desaliento, / como huésped oculto de mis sueños.
¿Puedo esperar acaso? Todo se ha
dado al hombre / tal distracción efímera de la existencia;
a nada puede unir este ansia suya
que reclama / una pausa de amor entre la fuga de las cosas.
Vano sería dolerse del trabajo,
la casa, los amigos perdidos / en aquel gran negocio demoníaco de la guerra.
Estoy en la ciudad alzada para su
orgullo por el rico, / adonde la miseria oculta canta por las esquinas
o expone dibujos que me arrasan
de lágrimas los ojos. / Y mordiendo mis puños con tristeza impotente
aún cuento mentalmente mis
monedas escasas, / porque un trozo de pan aquí y unos vestidos
suponen un esfuerzo mayor para
lograrlos / que el de los viejos héroes cuando vencían
monstruos, rompiendo encantos con
su lanza.
La revolución renace siempre,
como un fénix / llameante en el pecho de los desdichados.
Esto lo sabe el charlatán bajo
los árboles / de las plazas, y su baba argentina, su cascabel sonoro,
silbando entre las hojas, encanta
al pueblo / robusto y engañado con maligna elocuencia,
y canciones de sangre acunan su
miseria.
Por mi dolor comprendo que otros
inmensos sufren / hombres callados a quienes falta el ocio
para arrojar al cielo su
tormento. Mas no puedo / copiar su enérgico silencio, que me alivia
este consuelo de la voz, sin
tierra y sin amigo, / en la profunda soledad de quien no tiene
ya nada entre sus brazos, sino el
aire en torno, / lo mismo que un navío al alejarse sobre el mar.
¿Adónde han ido las viejas
compañeras del hombre? / Mis zurcidoras de proyectos, mis tejedoras de
esperanzas
han muerto. Sus agujas y madejas
reposan / con polvo en un rincón, sin la melodía del trabajo.
Como una sombra aislada al filo
de los días, / voy repitiendo gestos y palabras mientras lejos escucho
el inmenso bostezo de los siglos
pasados.
El tiempo, ese blanco desierto
ilimitado, / esa nada creadora, amenaza a los hombres
y con luz inmortal se abre ante
los deseos juveniles. / Unos quieren asir locamente su mágico reflejo,
mas otros le conjuran con un hijo
/ ofrecido en los brazos como víctima,
porque de nueva vida se mantiene
su vida / como el agua del agua llorada por los hombres.
Pero a ti, Dios, ¿con qué te
aplacaremos? / Mi sed eras tú, tú fuiste mi amor perdido,
mi casa rota, mi vida trabajada,
y la casa y la vida / de tantos hombres como yo a la deriva
en el naufragio de un país.
Levantados de naipes, / unos tras otro iban cayendo mis pobres paraísos.
¿Movió tu mano el aire que fuera
derribándolos / y tras ellos, en el profundo abatimiento, en el hondo vacío,
se alza al fin ante mí la nube
que oculta su presencia?
No golpees airado mi cuerpo con
tu rayo; si el amor no eres tú, ¿quién lo será en tu mundo?
Compadécete al fin, escucha este
murmullo / que ascendiendo llega como una ola
al pie de tu divina indiferencia.
/ Mira las tristes piedras que llevamos
ya sobre nuestros hombros para
enterrar tus dones: / la hermosura, la verdad, la justicia, cuyo afán imposible
tú solo eras capaz de infundir en
nosotros. / Si ellas murieran hoy, de la memoria tú te borrarías
como un sueño remoto de los
hombres que fueron.
A un poeta futuro [de Como
quien espera el alba (1941-1944)]
No conozco a los hombres. Años
llevo / de buscarles y huirles sin remedio.
¿No les comprendo? ¿O acaso les
comprendo / demasiado? Antes que en estas formas
Evidentes, de brusca carne y
hueso, / súbitamente rotas por un resorte débil
si alguien apasionado les allega,
/ muertos en la leyenda les comprendo
mejor. Y regreso de ellos a los
vivos, / fortalecido amigo solitario,
como quien va del manantial
latente / al río que sin pulso desemboca.
No comprendo a los ríos. Con
prisa errante pasan / desde al fuente al mar, en ocio atareado,
llenos de su importancia, bien
fabril o agrícola; / la fuente, que es promesa, el mar sólo la cumple,
el multiforme mar, incierto y
sempiterno. / Como en fuente lejana, en el futuro
duermen las formas posibles de la
vida / en un sueño sin sueños, nulas e inconscientes,
prontas a reflejar la idea de los
dioses. / Y entre los seres que serán un día
sueñas tu sueño, mi imposible
amigo.
No comprendo a los hombres. Mas
algo en mí responde / que te comprendería, lo mismo que comprendo
los animales, las hojas y las
piedras, / compañeros de siempre silenciosos y fieles.
Todo es cuestión de tiempo en
esta vida, / un tiempo cuyo ritmo no se acuerda,
por largo y vasto, al otro pobre
ritmo / de nuestro tiempo humano corto y débil.
Si el tiempo de los hombres y el
tiempo de los dioses / fuera uno, esta nota que en mí inaugura el ritmo,
unida con la tuya se acordaría en
cadencia, / no callando sin eco entre el mudo auditorio.
Mas no me cuido de ser
desconocido / en medio de estos cuerpos casi contemporáneos,
vivos de modo diferente al de mi
cuerpo / de tierra loca que pugna por ser ala
y alcanzar aquel muro del espacio
/ separando mis años de los tuyos futuros.
Sólo quiero mi brazo sobre otro
brazo amigo, / que otros ojos compartan lo que miran los míos.
Aunque tú no sabrás con cuánto
amor hoy busco / por ese abismo blanco del tiempo venidero
la sombra de tu alma, para
aprender de ella / a ordenar mi pasión según nueva medida.
Ahora, cuando me catalogan ya los
hombres / bajo sus clasificaciones y sus fechas,
disgusto a unos por frío y a los
otros por raro, / y en mi temblor humano hallan reminiscencias
muertas. Nunca han de comprender
que si mi lengua / el mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba.
silenciosa conmigo, y vaya como
un eco / a ti, como tormenta que ha pasado
y un son vago recuerda por el
aire tranquilo.
Tú no conocerás cómo domo mi
miedo / para hacer de mi voz mi valentía,
dando al olvido inútiles
desastres / que pululan en torno y pisotean
nuestra vida con estúpido gozo, /
la vida que serás y que yo casi he sido.
Porque presiento en este
alejamiento humano / cuán míos habrán de ser los hombres venideros,
cómo esta soledad será poblada un
día, / aunque sin mí, de camaradas puros a tu imagen.
Si renuncio a la vida es para
hallarla luego / conforme a mi deseo, en tu memoria.
Cuando en hora tardía, aún
leyendo / bajo la lámpara luego me interrumpo
para escuchar la lluvia, pesada
tal borracho / que orina en la tiniebla helada de la calle,
algo débil en mí susurra
entonces: / los elementos libres que aprisiona mi cuerpo
¿fueron sobre la tierra
convocados / por esto sólo? ¿Hay más? Y si lo hay, ¿adónde
hallarlo? No conozco otro mundo
si no es éste, / y sin ti es triste a veces. Ámame con nostalgia,
como a una sombra, como yo he
amado / la verdad del poeta bajo nombres ya idos.
Cuando en días venideros, libre
el hombre / del mundo primitivo a que hemos vuelto
de tiniebla y de horror, lleve el
destino / tu mano hacia el volumen donde yazcan
olvidados mis versos, y lo abras,
/ yo sé que sentirás mi voz llegarte,
no de la letra vieja, mas del
fondo / vivo en tu entraña, con un afán sin nombre
que tú dominarás. Escúchame y
comprende. / En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,
y entonces en ti mismo mis sueños
y deseos / tendrán razón al fin, y habré vivido.»
[El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1984, en selección de Philip Silver, pp. 78-81 y 101-103. ISBN: 84-206-9231-X.]
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