¿Qué es la mafia?
I
«Así pues, debiendo, antes que
nada, eliminar esta falta de precisión de nuestro lenguaje hablado, hay que
señalar que con el término Mafia los italianos entienden y quieren indicar dos
hechos, dos fenómenos sociales que, aun teniendo una estrecha relación entre sí,
son también susceptibles de ser analizados por separado. La Mafia, o mejor, el espíritu de mafia [spirito di mafia], es una manera de sentir que, como la soberbia,
el orgullo o la prepotencia, hace necesaria una cierta línea de conducta en un orden
dado de relaciones sociales. Con esa misma palabra, se designa en Sicilia no a
una agrupación en especial, sino al entramado de muchas asociaciones pequeñas
que se proponen objetivos diversos, pero que casi siempre sitúan a los miembros
de estas asociaciones en los límites del código penal, y que a veces son auténticamente
delictivos.
II
El sentimiento de mafia, o mejor, el espíritu de mafia, se puede describir en
pocas palabras: consiste en considerar como un signo de debilidad y cobardía el
recurrir a la justicia oficial, a la policía y a la magistratura, para la
reparación de afrentas o, más bien, de cierto tipo de afrentas recibidas. Así,
mientras que está generalmente admitida, incluso entre los que actúan según las
normas del espíritu de mafia, que el
simple hurto, la estafa, el fraude y, en general, todos los delitos en los que
el autor se sirve únicamente de la astucia y el engaño y en los que no se
quiere ejercer una violencia desproporcionada ni tener una fuerza o coraje
mayores que los de la víctima, se pueden denunciar ante la justicia, ésta, sin
embargo, se ve frenada por un falso sentimiento de honor, o de dignidad
personal, cuando ese mismo crimen reviste las características de una imposición
abierta y descarada, de una ofensa que el criminal pretende realizar contra un
individuo dado, al cual quiere hacer sentir su propia superioridad y con el que
no se preocupa de mantener buenas relaciones porque no teme ni a la enemistad
ni al rencor.
La ofensa al honor de la familia, las palizas,
las agresiones personales, el homicidio producto de una riña o una emboscada,
son todos ellos delitos cuya denuncia ante la justicia es considerada por los
mafiosos como algo vil y poco recomendable, que trae aparejada una especie de
descalificación caballeresca. Pero no son los únicos: también el cortar viñas,
la matanza o el robo de ganado, e incluso el atraco y el secuestro a cambio de
un rescate, cuando, y esto ocurre con mucha frecuencia, asumen el carácter de
una venganza personal, de una marca
hecha a un individuo determinado, no serían en rigor denunciables; y, si se
denuncian, es pro forma, para estar
en regla, como se dice en Sicilia, con la justicia; pero sin dar ninguna
facilidad para la captura del culpable, al que, sin embargo, a menudo se conoce
perfectamente y al cual se prefiere hacer sentir el peso de la propia venganza
personal.
Hay que destacar aquí que el carácter de
venganza y ofensa hacia una determinada persona es una verdadera especialidad
de la delincuencia siciliana. Delitos que en otro lugar no tendrían motivo personal
alguno, que son perpetrados habitualmente por profesionales que escogen
indistintamente como víctimas a cualquier individuo que encuentren en su
camino, en Sicilia adoptan la forma de una venganza por una ofensa, supuesta o
verdadera, que el delincuente, o cualquiera de sus parientes o amigos, habría
sufrido por parte de la víctima, dando por supuesto que, frecuentemente, la
ofensa sufrida no es la verdadera causa, sino más bien el pretexto del acto
delictivo.
Ésta es la razón por la que los italianos del
continente, y en general todos los forasteros que viajan o incluso viven en
Sicilia, son casi siempre respetados por los malhechores, ya que, no teniendo
el forastero por lo general relación con la clase delincuente, es difícil que
contra él se pueda aducir el pretexto de una venganza personal. Y por la misma
razón, los propios sicilianos que viven en las grandes ciudades de la isla,
rara vez son víctimas de delitos premeditados; dado que en las grandes ciudades
cada cual puede elegir libremente las personas con las que quiere entablar
cualquier tipo de relación, y las rencillas personales muy difícilmente se exacerban
ni encuentran caldo de cultivo en los choques y roces cotidianos, como ocurre
en las localidades pequeñas.
Una vez establecido el principio de que, para
la prevención y reparación de una amplia gama de ofensas personales, un hombre
que quiera hacerse respetar, para emplear la expresión técnica, no debe
recurrir a la justicia legal, de él se deriva la consecuencia de que es lícito,
e incluso obligado, engañar a las autoridades o, cuando menos, no
proporcionarles pista alguna, cuando pretenden inmiscuirse en los conflictos
privados perturbando su desarrollo natural con la aplicación de los cánones del
código penal. De ahí la filiación directa entre el espíritu de mafia y la ley
del silencio [omertà], regla según
la cual es un acto deshonroso dar información a la justicia sobre aquellos
delitos que la opinión mafiosa considera que han de ser dirimidos entre la
parte ofensora y la ofendida. Esta regla, aplicable también a las disputas
entre terceros, es la principal causa que a menudo induce a los testigos en los
procesos penales a mentir, o mejor, a mostrarse reticentes. Porque en el
siciliano, aunque pertenezca a las clases más míseras e iletradas, es rara la
verdadera mentira y difícilmente declarará en falso, pero con bastante
frecuencia aparentará no conocer o no recordar la verdad, que a menudo conoce y
recuerda a la perfección.
He conocido también a personas educadas en el
norte de Italia que veían algo de pícaro y simpático, o, al menos, algo no
completamente abyecto, en
Mas ocurre a veces que también un modo de pensar y sentir cuyos
motivos no son enteramente innobles produce en conjunto resultados perniciosos;
y en este caso se precisa tener el coraje de condenarlos enérgicamente y sin
ningún atenuante. El espíritu mafioso es un sentimiento fundamentalmente antisocial, que impide que un verdadero
orden, que una verdadera justicia, puedan implantarse y ser eficaces entre las
poblaciones que han sido larga y profundamente afectadas. Como veremos más
adelante, ello tiene como consecuencia última la opresión del débil por el
fuerte y la tiranía que las pequeñas minorías organizadas ejercen en detrimento
de las mayorías no-organizadas.
Se podría, no obstante, argüir con toda la razón
que el espíritu de mafia no es
exclusivo de Sicilia, que se ha encontrado, y se encuentra, en muchas otras
partes del mundo, dondequiera que la justicia social se ha mostrado o se
muestra incapaz de erradicar y sustituir por completo el sistema de la venganza
personal. De hecho, el espíritu de mafia, muy atenuado, existe aún en la
Italia central y, mucho más atenuado aún, en la septentrional. Si el término
que lo expresa nace en Sicilia es porque allí, gracias a circunstancias que se
han de rastrear en la historia del siglo XIX, la mafiosidad está más arraigada, extendida y generalizada, y se ha
vuelto más disciplinada y organizada. Lo mismo sucedió con los jesuitas, que
dieron nombre al Jesuitismo, que ni inventaron ni fueron los únicos en
practicar; pero que practicaron y practican asiduamente y con esta asidua práctica
lo perfeccionaron y coordinaron como sistema.
En muchas partes del centro de Italia el pueblo
cree todavía que el policía, el esbirro de la justicia, es un ser abyecto, y no
aprueba que alguien que haya recibido una cuchillada en una reyerta revele a la
justicia el nombre de su agresor. Por lo tanto, ahí tenemos también, no sólo a
la Mafia, sino a su inseparable compañera, la ley del silencio. Y si los
trabajadores de Turín son por lo general inmunes a este contagio, en los más
bajos fondos de esta ciudad, entre los rufianes y canallas, aún sigue en vigor
y con todos los honores una forma de actuar perfectamente análoga.
Pero también entre las clases altas de buena
parte de Europa y de toda Italia aún subsiste un levísimo espíritu de mafia. Entre esas clases se admite, de hecho, que la
reparación de ciertas afrentas personales no hay que buscarla en la justicia
oficial, sino en el duelo. El cual, en última instancia, no es sino una forma
atenuada, regularizada, y provista de ciertas garantías, de esta sangrienta tensó entre dos individuos a la que a
menudo recurre el pueblo de Sicilia y toda la Italia meridional y central para
dirimir sus querellas.
III
Es difícil determinar con exactitud cuán
difundido está el espíritu de mafia
en Sicilia. Primero, deberíamos aclarar la cuestión de dónde comienza y acaba
la verdadera Mafia. No hay duda de que, si examinamos uno a uno a todos los
sicilianos con criterios muy estrictos y bautizamos como mafiosos a todos los
que en algún caso particular creen preferible dar ellos mismos su merecido a un insolente o a un ofensor antes que
recurrir a la justicia, se podría afirmar que la Mafia comprende a la mayoría
de los habitantes de la isla. Pero si en lugar de ello empleamos criterios más
laxos y equilibrados, si consideramos como mafioso sólo a aquel que por el espíritu
de Mafia ha cometido un delito, o es al menos capaz de cometerlo, entonces los
sicilianos que, como dicen los italianos del norte, están afiliados a la Mafia,
pasan a ser una escasa minoría.
Con el propósito de hacer distinciones, según
las distintas clases sociales y las diversas regiones de la isla, diré que el
espíritu mafioso es, en general, más fuerte y está más difundido en las
pequeñas poblaciones y mucho menos en la gran ciudad. Si bien, los campesinos más
pobres del interior de la isla no han sido menos afectados que los más
pudientes e instruidos de los municipios cercanos a Palermo y los distritos
rurales anexos a la ciudad. Y también es natural que el espíritu de mafia sea, en general, más fuerte, por mucho que se
diga y se escriba lo contrario, entre las clases pobres e incultas que en las más
acomodadas y, sobre todo, instruidas.
No obstante, hay que reconocer que hay un
importante segmento de las clases más pobres, formado por los que ejercen
algunos oficios determinados, que es casi completamente inmune; esto ocurre
señaladamente en el caso de los numerosísimos pescadores y marineros de la
isla. Y es igualmente cierto que algunos segmentos de las clases dirigentes,
algunas familias pudientes e incluso nobles, están fuertemente impregnadas de mafiosidad; no obstante, se trata a
menudo de familias de gabellotti, o
grandes arrendatarios de propiedades rurales, recientemente enriquecidas, para
las cuales el valor de la educación y la cultura va una o dos generaciones por
detrás de su riqueza; o bien, en el caso de familias nobles y antiguas, son de
aquellas en las que a la nobleza se suma una buena dosis de ignorancia y
rusticidad, mal disimulada bajo una especie de caballerosidad sui generis, que habitan por lo general
en distritos aparte, donde la idea y los sentimientos modernos han arraigado
poco, y que han adquirido, permítaseme la metáfora, la pigmentación moral del
ambiente que las rodea.»
[El texto pertenece a la edición en español de Capitán Swing Libros, 2009, en traducción de Carlos García Simón, pp.112-118. ISBN: 978-84-613-5393-4.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: