sábado, 10 de abril de 2021

Los orígenes de la Mafia.- Gaetano Mosca (1858-1941) y otros


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¿Qué es la mafia?

I

 «Así pues, debiendo, antes que nada, eliminar esta falta de precisión de nuestro lenguaje hablado, hay que señalar que con el término Mafia los italianos entienden y quieren indicar dos hechos, dos fenómenos sociales que, aun teniendo una estrecha relación entre sí, son también susceptibles de ser analizados por separado. La Mafia, o mejor, el espíritu de mafia [spirito di mafia], es una manera de sentir que, como la soberbia, el orgullo o la prepotencia, hace necesaria una cierta línea de conducta en un orden dado de relaciones sociales. Con esa misma palabra, se designa en Sicilia no a una agrupación en especial, sino al entramado de muchas asociaciones pequeñas que se proponen objetivos diversos, pero que casi siempre sitúan a los miembros de estas asociaciones en los límites del código penal, y que a veces son auténticamente delictivos.

II

 El sentimiento de mafia, o mejor, el espíritu de mafia, se puede describir en pocas palabras: consiste en considerar como un signo de debilidad y cobardía el recurrir a la justicia oficial, a la policía y a la magistratura, para la reparación de afrentas o, más bien, de cierto tipo de afrentas recibidas. Así, mientras que está generalmente admitida, incluso entre los que actúan según las normas del espíritu de mafia, que el simple hurto, la estafa, el fraude y, en general, todos los delitos en los que el autor se sirve únicamente de la astucia y el engaño y en los que no se quiere ejercer una violencia desproporcionada ni tener una fuerza o coraje mayores que los de la víctima, se pueden denunciar ante la justicia, ésta, sin embargo, se ve frenada por un falso sentimiento de honor, o de dignidad personal, cuando ese mismo crimen reviste las características de una imposición abierta y descarada, de una ofensa que el criminal pretende realizar contra un individuo dado, al cual quiere hacer sentir su propia superioridad y con el que no se preocupa de mantener buenas relaciones porque no teme ni a la enemistad ni al rencor.
 La ofensa al honor de la familia, las palizas, las agresiones personales, el homicidio producto de una riña o una emboscada, son todos ellos delitos cuya denuncia ante la justicia es considerada por los mafiosos como algo vil y poco recomendable, que trae aparejada una especie de descalificación caballeresca. Pero no son los únicos: también el cortar viñas, la matanza o el robo de ganado, e incluso el atraco y el secuestro a cambio de un rescate, cuando, y esto ocurre con mucha frecuencia, asumen el carácter de una venganza personal, de una marca hecha a un individuo determinado, no serían en rigor denunciables; y, si se denuncian, es pro forma, para estar en regla, como se dice en Sicilia, con la justicia; pero sin dar ninguna facilidad para la captura del culpable, al que, sin embargo, a menudo se conoce perfectamente y al cual se prefiere hacer sentir el peso de la propia venganza personal.
 Hay que destacar aquí que el carácter de venganza y ofensa hacia una determinada persona es una verdadera especialidad de la delincuencia siciliana. Delitos que en otro lugar no tendrían motivo personal alguno, que son perpetrados habitualmente por profesionales que escogen indistintamente como víctimas a cualquier individuo que encuentren en su camino, en Sicilia adoptan la forma de una venganza por una ofensa, supuesta o verdadera, que el delincuente, o cualquiera de sus parientes o amigos, habría sufrido por parte de la víctima, dando por supuesto que, frecuentemente, la ofensa sufrida no es la verdadera causa, sino más bien el pretexto del acto delictivo.
 Ésta es la razón por la que los italianos del continente, y en general todos los forasteros que viajan o incluso viven en Sicilia, son casi siempre respetados por los malhechores, ya que, no teniendo el forastero por lo general relación con la clase delincuente, es difícil que contra él se pueda aducir el pretexto de una venganza personal. Y por la misma razón, los propios sicilianos que viven en las grandes ciudades de la isla, rara vez son víctimas de delitos premeditados; dado que en las grandes ciudades cada cual puede elegir libremente las personas con las que quiere entablar cualquier tipo de relación, y las rencillas personales muy difícilmente se exacerban ni encuentran caldo de cultivo en los choques y roces cotidianos, como ocurre en las localidades pequeñas.
 Una vez establecido el principio de que, para la prevención y reparación de una amplia gama de ofensas personales, un hombre que quiera hacerse respetar, para emplear la expresión técnica, no debe recurrir a la justicia legal, de él se deriva la consecuencia de que es lícito, e incluso obligado, engañar a las autoridades o, cuando menos, no proporcionarles pista alguna, cuando pretenden inmiscuirse en los conflictos privados perturbando su desarrollo natural con la aplicación de los cánones del código penal. De ahí la filiación directa entre el espíritu de mafia y la ley del silencio [omertà], regla según la cual es un acto deshonroso dar información a la justicia sobre aquellos delitos que la opinión mafiosa considera que han de ser dirimidos entre la parte ofensora y la ofendida. Esta regla, aplicable también a las disputas entre terceros, es la principal causa que a menudo induce a los testigos en los procesos penales a mentir, o mejor, a mostrarse reticentes. Porque en el siciliano, aunque pertenezca a las clases más míseras e iletradas, es rara la verdadera mentira y difícilmente declarará en falso, pero con bastante frecuencia aparentará no conocer o no recordar la verdad, que a menudo conoce y recuerda a la perfección.
 He conocido también a personas educadas en el norte de Italia que veían algo de pícaro y simpático, o, al menos, algo no completamente abyecto, en 
Mas ocurre a veces que también un modo de pensar y sentir cuyos motivos no son enteramente innobles produce en conjunto resultados perniciosos; y en este caso se precisa tener el coraje de condenarlos enérgicamente y sin ningún atenuante. El espíritu mafioso es un sentimiento fundamentalmente antisocial, que impide que un verdadero orden, que una verdadera justicia, puedan implantarse y ser eficaces entre las poblaciones que han sido larga y profundamente afectadas. Como veremos más adelante, ello tiene como consecuencia última la opresión del débil por el fuerte y la tiranía que las pequeñas minorías organizadas ejercen en detrimento de las mayorías no-organizadas.
 Se podría, no obstante, argüir con toda la razón que el espíritu de mafia no es exclusivo de Sicilia, que se ha encontrado, y se encuentra, en muchas otras partes del mundo, dondequiera que la justicia social se ha mostrado o se muestra incapaz de erradicar y sustituir por completo el sistema de la venganza personal. De hecho, el espíritu de mafia, muy atenuado, existe aún en la Italia central y, mucho más atenuado aún, en la septentrional. Si el término que lo expresa nace en Sicilia es porque allí, gracias a circunstancias que se han de rastrear en la historia del siglo XIX, la mafiosidad está más arraigada, extendida y generalizada, y se ha vuelto más disciplinada y organizada. Lo mismo sucedió con los jesuitas, que dieron nombre al Jesuitismo, que ni inventaron ni fueron los únicos en practicar; pero que practicaron y practican asiduamente y con esta asidua práctica lo perfeccionaron y coordinaron como sistema.
Resultado de imagen de los origenes de la mafia En muchas partes del centro de Italia el pueblo cree todavía que el policía, el esbirro de la justicia, es un ser abyecto, y no aprueba que alguien que haya recibido una cuchillada en una reyerta revele a la justicia el nombre de su agresor. Por lo tanto, ahí tenemos también, no sólo a la Mafia, sino a su inseparable compañera, la ley del silencio. Y si los trabajadores de Turín son por lo general inmunes a este contagio, en los más bajos fondos de esta ciudad, entre los rufianes y canallas, aún sigue en vigor y con todos los honores una forma de actuar perfectamente análoga.
 Pero también entre las clases altas de buena parte de Europa y de toda Italia aún subsiste un levísimo espíritu de mafia. Entre esas clases se admite, de hecho, que la reparación de ciertas afrentas personales no hay que buscarla en la justicia oficial, sino en el duelo. El cual, en última instancia, no es sino una forma atenuada, regularizada, y provista de ciertas garantías, de esta sangrienta tensó entre dos individuos a la que a menudo recurre el pueblo de Sicilia y toda la Italia meridional y central para dirimir sus querellas.

III

 Es difícil determinar con exactitud cuán difundido está el espíritu de mafia en Sicilia. Primero, deberíamos aclarar la cuestión de dónde comienza y acaba la verdadera Mafia. No hay duda de que, si examinamos uno a uno a todos los sicilianos con criterios muy estrictos y bautizamos como mafiosos a todos los que en algún caso particular creen preferible dar ellos mismos su merecido  a un insolente o a un ofensor antes que recurrir a la justicia, se podría afirmar que la Mafia comprende a la mayoría de los habitantes de la isla. Pero si en lugar de ello empleamos criterios más laxos y equilibrados, si consideramos como mafioso sólo a aquel que por el espíritu de Mafia ha cometido un delito, o es al menos capaz de cometerlo, entonces los sicilianos que, como dicen los italianos del norte, están afiliados a la Mafia, pasan a ser una escasa minoría.
 Con el propósito de hacer distinciones, según las distintas clases sociales y las diversas regiones de la isla, diré que el espíritu mafioso es, en general, más fuerte y está más difundido en las pequeñas poblaciones y mucho menos en la gran ciudad. Si bien, los campesinos más pobres del interior de la isla no han sido menos afectados que los más pudientes e instruidos de los municipios cercanos a Palermo y los distritos rurales anexos a la ciudad. Y también es natural que el espíritu de mafia sea, en general, más fuerte, por mucho que se diga y se escriba lo contrario, entre las clases pobres e incultas que en las más acomodadas y, sobre todo, instruidas.
 No obstante, hay que reconocer que hay un importante segmento de las clases más pobres, formado por los que ejercen algunos oficios determinados, que es casi completamente inmune; esto ocurre señaladamente en el caso de los numerosísimos pescadores y marineros de la isla. Y es igualmente cierto que algunos segmentos de las clases dirigentes, algunas familias pudientes e incluso nobles, están fuertemente impregnadas de mafiosidad; no obstante, se trata a menudo de familias de gabellotti, o grandes arrendatarios de propiedades rurales, recientemente enriquecidas, para las cuales el valor de la educación y la cultura va una o dos generaciones por detrás de su riqueza; o bien, en el caso de familias nobles y antiguas, son de aquellas en las que a la nobleza se suma una buena dosis de ignorancia y rusticidad, mal disimulada bajo una especie de caballerosidad sui generis, que habitan por lo general en distritos aparte, donde la idea y los sentimientos modernos han arraigado poco, y que han adquirido, permítaseme la metáfora, la pigmentación moral del ambiente que las rodea.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Capitán Swing Libros, 2009, en traducción de Carlos García Simón, pp.112-118. ISBN: 978-84-613-5393-4.]
    

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