lunes, 5 de abril de 2021

Cómo hacer cosas con palabras.- John L. Austin (1911-1960)


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Conferencia VIII


   «Ejemplo 1
 Acto (A) o Locución
Él me dijo “déselo a ella”, queriendo decir con “déselo”, déselo, y refiriéndose con “ella” a ella.
 Acto (B) o Ilocución
Me aconsejó (ordenó, instó a, etc.) que se lo diera a ella.
 Acto (C.a.) o Perlocución
Me persuadió que se lo diera a ella.
 Acto (C.b.)
Hizo (consiguió) que se lo diera a ella.

 Ejemplo 2
 Acto (A) o Locución
Me dijo: “No puedes hacer eso”.
 Acto (B) o Ilocución
Él protestó porque me proponía hacer eso.
 Acto (C.a.) o Perlocución
Él me contuvo.
Él me refrenó.
 Acto (C.b.)
Él me volvió a la realidad.
Él me fastidió.

 De modo similar podemos distinguir el acto locucionario “Dijo que…”, el acto ilocucionario “Sostuvo que…”, y el acto perlocucionario “Me convenció de que…”.
 […]
Hemos distinguido, pues, en forma gruesa, tres tipos de actos: el locucionario, el ilocucionario y el perlocucionario. Agreguemos algunas observaciones generales sobre estas tres clases, sin precisar demasiado, por ahora, la distinción entre ellas. Las tres primeras observaciones se referirán nuevamente a  la expresión “el uso del lenguaje”.
 1.-En estas conferencias nuestro interés consiste esencialmente en intentar aprehender el acto ilocucionario y en contrastarlo con los otros dos. Hay una tendencia constante en filosofía a pasar por alto este tipo de acto asimilándolo a alguno de aquellos otros dos. Sin embargo es distinto de ambos. Hemos visto ya cómo las expresiones “significado” y “uso de una oración” pueden hacer borrosa la diferencia entre los actos locucionarios e ilocucionarios. Advertimos ahora que hablar del “uso” del lenguaje puede, de igual modo, hacer borrosa la distinción entre el acto ilocucionario y el perlocucionario. Por ello los distinguiremos con más cuidado dentro de un momento. Hablar del “uso del ‘lenguaje’ para prometer o advertir”, parece exactamente igual a hablar del “uso del ‘lenguaje’ para persuadir, excitar, alarmar, etc.” Sin embargo, el primer tipo de “uso” puede, para decirlo sin mayor precisión, ser considerado convencional, en el sentido de que por lo menos es posible explicarlo mediante la fórmula realizativa, cosa que no ocurre con el último. Así, podenos decir “Te prometo que” o “Te advierto que”, pero no podemos decir “Te persuado que” o “Te alarmo que”. Además, podemos poner totalmente en claro si alguien estaba o no recomendando algo sin tocar la cuestión de si estaba o no persuadiendo a su interlocutor.
  2-Para dar un paso más aclaremos que la expresión “uso del lenguaje” puede abarcar otras cuestiones además de los actos ilocucionarios y perlocucionarios. Por ejemplo, podemos hablar del “uso del lenguaje” para algo, por ejemplo, para bromear. Y podemos usar “al” de una manera que difiere en mucho del “al” ilocucionario, como cuando afirmamos que “al decir ‘p’ yo estaba bromeando” o “representando un papel” o “escribiendo poesía”. O podemos hablar de un “uso poético del lenguaje” como cosa distinta del “uso del lenguaje en poesía”. Estas referencias al “uso del lenguaje” nada tienen que ver con el acto ilocucionario. Por ejemplo, si digo “Ve a ver si llueve”, puede ser perfectamente claro el significado de mi expresión y también su fuerza, pero pueden caber dudas muy serias acerca de estos otros tipos de cosas que puedo estar haciendo. Hay usos “parásitos” del lenguaje, que no son “en serio”, o no constituyen su “uso normal pleno”. Pueden estar suspendidas las condiciones normales de referencia o puede estar ausente todo intento de llevar a cabo un acto perlocucionario típico, todo intento de obtener que mi interlocutor haga algo. Así, Walt Whitman no incita realmente al águila de la libertad a remontar vuelo.
 3.-Además, puede haber cosas que “hacemos” en alguna conexión con el decir algo, sin que la situación quede exactamente incluida, por lo menor intuitivamente, en ninguna de estas clases que hemos delimitado de forma aproximada, o también que parezca quedar vagamente incluida en más de una. Pero, de todas maneras, no vemos aquí desde un principio que las cosas estén tan alejadas de nuestros tres tipos de actos como lo está el bromear o el escribir poesía. Por ejemplo, insinuar, como cuando insinúo algo al emitir una expresión o porque emito una expresión. Esto parece suponer alguna convención, tal como ocurre con los actos ilocucionarios, pero no podemos decir “Yo insinúo…”, pues el insinuar, al igual que el dar a entender, parece ser el efecto de cierta habilidad, más que un mero acto. Otro ejemplo es el de demostrar o exteriorizar emociones. Podemos exteriorizar emoción al emitir una expresión o porque la emitimos, como cuando insultamos; pero tampoco hay aquí cabida para fórmulas realizativas ni para los restantes recursos de los actos ilocucionarios. Podemos decir que en muchos casos usamos el insultar para dar rienda suelta a nuestros sentimientos. Debemos advertir que el acto ilocucionario es un acto convencional: un acto hecho de conformidad con una convención.
 4.-Puesto que los actos de los tres tipos consisten en la realización de acciones, es necesario que tomemos en cuenta los males que pueden afectar a toda acción. Tenemos que estar siempre preparados para distinguir entre “el acto de hacer x”, esto es, de lograr x, y “el acto de intentar hacer x”. Por ejemplo, tenemos que distinguir entre prevenir e intentar prevenir. Aquí cabe esperar infortunios.
Resultado de imagen de como hacer cosas con palabras Los próximos tres puntos se presentan principalmente porque nuestros actos son actos.
  5.-Puesto que nuestros actos son actos, siempre tenemos que recordar la distinción entre producir consecuencias o efectos queridos o no queridos. Debemos tener presente, en conexión con esto: I) que aunque el que usa una expresión se proponga alcanzar con ella un cierto efecto, éste puede no ocurrir; II) que aunque no quiera producirlo o quiera no producirlo, sin embargo el efecto puede ocurrir. Para hacernos cargo de la complicación I) invocamos, como ya lo hemos hecho, la distinción entre intento y logro; para hacernos cargo de la complicación II) invocamos los recursos lingüísticos normales para rechazar nuestra responsabilidad (por ejemplo, mediante formas adverbiales como “sin intención” y análogas), disponibles para uso personal en todos los casos de realización de acciones.
 6.-Además, debemos admitir, por supuesto, que nuestros actos, en cuanto tales, pueden ser cosas que en realidad no hemos hecho, en el sentido de que las hemos realizado por la fuerza o de alguna otra manera característica. En el punto 2) hemos aludido a otros casos en los que podemos no haber hecho plenamente la acción.
 7.-Por último, tenemos que hacernos cargo de una objeción acerca de nuestros actos ilocucionarios y perlocucioanrios –a saber, que la noción de acto no es clara- mediante una doctrina general de las acciones. Tenemos la idea de que un “acto” es una cosa física determinada, que se distingue tanto de las convenciones como de las consecuencias. Sin embargo,
 a) el acto ilocucionario, y aun el acto perlocucionario, suponen convenciones. Consideremos el caso de rendir pleitesía. Algo constituye un acto de pleitesía porque es convencional, y sólo se lleva a cabo así porque es convencional. Compárese la distinción entre dar un puntapié a una pared y lanzar una falta en el fútbol;
 b) el acto perlocucionario puede incluir lo que en cierto modo son consecuencias, como cuando decimos “porque hice x hice y” (en el sentido de que como consecuencia de hacer x hice y). Siempre introducimos aquí un tramo mayor o menor de “consecuencias”, algunas de las cuales pueden ser “no intencionales”. La expresión “un acto” no es usada, en modo alguno, para aludir únicamente al acto físico mínimo. El hecho de que podemos incluir en el acto mismo un tramo indefinidamente largo de lo que podría también llamarse “consecuencias” de él es, o debiera ser, un lugar común fundamental de la teoría de nuestro lenguaje acerca de toda “acción” en general. Así, si se nos pregunta “¿Qué es lo que hizo él?”, podríamos contestar cualquiera de estas cosas: “Mató a un burro” o “Disparó un arma de fuego” o “Apretó el gatillo” o “Movió el dedo que estaba en el gatillo” y todas pueden ser correctas. Si en tales casos mencionamos tanto un acto B (alocución) como un acto C (perlocución), diremos que “por(que) hizo B hizo C” y no “al hacer B…”. Ésta es la razón para llamar C un acto perlocucionario como cosa distinta de un acto ilocucionario.»
    
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Paidós, 2016, compilación de J.O. Urmson, y en traducción de Genaro R. Carrió y Eduardo A. Rabossi, pp. 148-154. ISBN: 978-84-493-3218-0.]

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