domingo, 23 de noviembre de 2025

La felicidad Zen. Los más bellos cuentos Zen.- Henri Brunel (1928-2020)

La palabra justa

"En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba vuelto hacia Dios y el Verbo era Dios".
Evangelio según San Juan, prólogo, I.


 «Buddha enseñaba que la práctica del "noble sendero óctuple":

    1.- La opinión justa
    2.- El pensamiento justo
    3.- La palabra justa
    4.- El acto justo
    5.- La subsistencia justa
    6.- El esfuerzo justo
    7.- La atención justa
    8.- La concentración justa

conduce a la liberación espiritual, a la sabiduría, a la felicidad. Si no hubiese que coger más que una flor en el sendero, pediría el privilegio de escoger "la palabra justa". Soy un escritor, o digamos un escribidor, un escritorzuelo, en suma, un comerciante de palabras y frases. Pero por insuficiente que yo sea, desde hace catorce obras conozco la pena de escribir. La "palabra" no puede echarse a voleo, a la ligera, sin tener que tragársela algún día y arrepentirse de ella. ¡Hay que cortar, esquejar, injertar, acodar, coger con pinzas, podar, trasladar, sacar del tiesto y trasplantar...!
 "Pon tu obra en el telar, recomienza veinte veces. Púlela sin cesar, repule y vuelve a pulir", escribe Boileau en L'Art poétique. ¿Quieres un ejemplo, lector? Una vez tenía que presentar mi pueblo natal en un diario nacional. Me habían concedido una sola frase. ¡En una sola frase, tenía que "alzarse" un pueblo con su personalidad única, su "resplandor" singular, que lo hiciese "ver", conocer, tal vez amar...! Lo intenté. 
 [...] Entonces me peleé con las palabras, con el papel. Inventé cien giros extraños. Libré aquel "combate con el ángel" del que habla el poeta Rainer Maria Rilke. Era preciso que en unas cuantas palabras hiciese existir mi pueblo, con su rugosidad, su paz, sus campos sembrados de piedras y el circo de los bosques. [...] Todo ello en una sola frase. Escribí:
 "Broc, mi pueblo entre Loira y Loir, es un guijarro atravesado en la garganta de los bosques".
 No sé si lo logré. Uno nunca lo sabe. Pero al azar en una firma de libros, una señora quiso confiarme que yo había conseguido transmitirle el sabor de mi pueblecito, y el redactor en jefe del periódico masculló que, por una vez, no me había excedido en el número de líneas que se me habían asignado. ¡Qué difícil es la palabra justa!
 Estas consideraciones sobre el arte de escribir, que me tocan muy de cerca, no nos alejan del pensamiento zen tanto como parece. La "palabra justa", según los maestros espirituales, es una palabra honrada, apropiada, equitativa. Mantenida al borde del silencio, consciente y breve, reviste a veces una importancia extrema y puede cambiar un destino. He aquí, a este respecto, un bonito cuento indio.


El hombre importante que se hizo anacoreta

 Había una vez un hombre importante casado y padre de familia, fiel devoto de Buddha. Había salido de viaje para presentar sus respetos al Bienaventurado con ocasión de la fiesta de aniversario de su muerte y adornar sus altares con guirnaldas de flores. Su esposa, que se había quedado en casa, recibió la visita de su madre:
 -Entonces, hija, ¿sigues siendo feliz con tu marido? ¿Qué tal se porta contigo?
 -¡No tengo queja, mi querido esposo es un hombre bueno, sabio y virtuoso como un anacoreta!
 La buena señora, que era algo dura de oído, no oyó más que la última palabra, "anacoreta". Enseguida se deshizo en gritos y lamentos:
 -¡Cómo -exclamó-, vaya marido, que abandona a su joven esposa recién casada, con un niño y otro en camino! ¡Eso es abominable! ¡Hacerse anacoreta cuando tiene mujer e hijos pequeños!
 Y, casi llorando, se arañó el rostro, se arrancó los pelos y se cubrió la cabeza de cenizas, todo ello delante de los vecinos: "¡Anacoreta! ¡Qué desgracia más terrible!"
 -¡Que no, mamá -exclamaba alarmada la joven esposa-, que mi marido no se ha hecho anacoreta
 -¡Anacoreta! ¡Ay! - se desgañitaba la vieja sorda-. ¡Qué catástrofe! ¡Qué va a ser de mi hija y de mis pobres nietos! ¡Qué desgracia, qué pena!
 Y corría por el pueblo anunciando a todo el mundo la noticia.
 Cuando Kalyana regresó a casa, sus conciudadanos lo acogieron convencidos de que ahora era anacoreta. Asombrado, consideró que aquello debía de ser un signo del cielo. Arregló sus asuntos, se despidió de su esposa y sus hijos y regresó al monasterio zen del que había sido huésped durante sus devociones. Se hizo realmente anacoreta, pronto se hizo famoso por su santidad y, cuando murió, entró en el cielo de Brahma.

*

 Una palabra puede cambiar el destino.
 Ninguna palabra es totalmente inocente. La "palabra justa" es parca. No hay que añadir sufrimiento al mundo; hay que curar, si se puede, la relación entre los hombres. Ni mentir, ni calumniar, evitar los comadreos. Hablar de un tercero nunca es sabio. Decir mal de él es perjudicarlo, hablar demasiado bien de él es despreciar por comparación al interlocutor. Alentar, reconfortar, valorar, equilibrar, sonreír. Despertar el gusto por las cosas espirituales. La "palabra justa", según los maestros zen, aporta un poco de paz, de sabiduría y de felicidad a este mundo.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones El Barquero, 2004, en traducción de Jerónimo Sahagún, pp. 48-52. ISBN: 84-9716-227-7.]

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