martes, 17 de abril de 2018

Tres metros sobre el cielo.- Federico Moccia (1963)


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«El viejo bolso de piel apretado bajo el brazo. Una chaqueta de paño color mostaza. El pelo lánguido, al igual que su andar, corto y recogido, con algunas mechas. Las medias transparentes de color marrón le regalan todavía algunos años, como si le hicieran falta. Y los viejos zapatos de medio tacón con las puntas peladas le hacen daño. Pero todo esto no es nada comparado con lo que siente en su interior.
 Su corazón debe de llevar puestos unos zapatos al menos dos números más pequeños. La Giacci abre el portón de cristal del viejo edificio. Chirría sin que ello le sorprenda. Se para delante del ascensor. Aprieta el botón. Mira los buzones del correo, algunos sin nombre. Uno que ni siquiera tiene el cristal cuelga destartalado, como la casa de Nicolodi, el propietario. ¿Son las cosas las que acaban por parecerse a sus dueños o es al contrario? La Giacci desconoce la respuesta. Entra en el ascensor.
 Algunas inscripciones en la madera. Se puede leer el nombre de un amor pasado. Algo más arriba, el símbolo de un partido perfectamente tallado por un iluso escultor. Abajo, a la derecha, un órgano masculino resulta ligeramente imperfecto, según sus vagos recuerdos.
 Segundo piso. Saca las llaves del bolso. Introduce la más larga en la cerradura del medio. Oye un ruido detrás de la puerta. Es él, su único amor. La razón de su vida.
 "¡Pepito!" Un perro le sale al encuentro ladrando. La Giacci se inclina. "¿Cómo estás, tesoro mío? " El perro le salta en brazos moviendo la cola. Empieza a hacerle fiestas. "No sabes, Pepito, lo que le han hecho hoy a tu mami." La Giacci cierra la puerta, coloca el bolso de piel sobre una fría repisa de mármol blanco y se quita la chaqueta. 
 "Una alumna estúpida se ha atrevido a regañarme, delante de todas, ¿entiendes...? Tendrías que haber oído en qué tono." La Giacci se dirige a la cocina. El perro la sigue trotando. Parece sinceramente interesado.
 "Ella, por un miserable error, me ha arruinado, ¿me entiendes? Me ha humillado delante de toda la clase." Abre el viejo grifo que hay en un extremo del tubo de goma amarillento a causa de los años. El agua salpica irregularmente una rejilla de plástico blanco, de contorno irregular. La han cortado a mano para hacerla entrar en la pila.
 "Ella lo tiene todo. Tiene una bonita casa, alguien que, en estos momentos, le está preparando la comida. Ella no se tiene que preocupar por nada. Ahora ni siquiera estará pensando en lo que ha hecho. Claro, a ella, ¿qué más le da?" De un armario lleno de vasos diferentes entre sí, la Giacci saca uno cualquiera y lo llena de agua. Hasta el cristal parece acusar el paso del tiempo. Bebe y regresa a la salita. El perro le sigue obediente.
 "Tenías que haber visto también al resto de alumnas. Estaban encantadas. Se reían a mis espaldas contentas de ver cómo me equivocaba..." La Giacci saca del cajón algunos ejercicios y se sienta a una mesa. Empieza a corregirlos. "Ella no debería haberlo hecho." Y subraya en rojo repetidas veces el error de una pobre inocente. "No debería haberme puesto en ridículo delante de toda la clase." El perro salta sobre un viejo sillón de terciopelo burdeos y se acurruca sobre el mullido almohadón, ya acostumbrado a su pequeño cuerpo.
 "¿Lo entiendes? ¿Cómo puedo volver ahora a esa clase? Cada vez que ponga una nota correré el riesgo de que alguien me diga: '¿Está segura de que me la ha puesto a mí, maestra?' Y se reirán de mí, estoy segura de que se reirán." El perro cierra los ojos. La Giacci pone un cuatro al ejercicio que está corrigiendo. Puede que aquella pobre inocente se mereciera algo más. La Giacci sigue hablando sola. Pepito se duerme. Un nuevo ejercicio viene sacrificado. En un día más sereno, tal vez hubiera alcanzado el aprobado.
 Mañana no será un buen día para la clase. Mientras tanto, en esa habitación, una mujer sentada a una mesa cubierta por un viejo hule ha encontrado prácticamente sola la respuesta. Son las personas las que hacen que se parezcan a ellas lo que poseen. Y, por un momento, todo en aquella casa resulta más gris y más viejo. E incluso la bonita Virgen que cuelga de la pared parece perder su bondad.»
 
[El extracto pertenece a la edición en español de la editorial Círculo de Lectores, en traducción de Patricia Orts García. ISBN: 978-84-672-3436-7.]

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