domingo, 7 de mayo de 2023

Antropología de la pornografía.- Bernard Arcand (1945-2009)


Bernard Arcand - Alchetron, The Free Social Encyclopedia
Capítulo 2: Los debates

Las razones de la rabia

 «Los ejemplos podrían ser multiplicados, pero no dirían mejor hasta qué punto ciertas mujeres se sienten profundamente turbadas por la pornografía. La miseria y el horror no faltan sin embargo en el mundo, pero raramente se encuentran términos tan duros para describir una rabia tan entera. A tal punto que los debates se enconan y los intercambios de ideas se vuelven prácticamente imposibles. Muchos otros aspectos de la condición de las mujeres, desde el salario desigual hasta la amenaza de violación, son considerados no sólo como indisociables sino literalmente como equivalentes de la pornografía. Incluso hasta el momento en que, tal como lo reconocía Bonnie Klein, toda demostración empírica y toda verificación se vuelven inútiles. Y si otras mujeres se disocian de esta posición se las acusará simplemente de no ser "verdaderas mujeres". Se llega a hacer creer que nada es más horrible que la pornografía.
 Esta actitud radical no es el fruto del azar. Las críticas más acerbas evocan muy fácilmente la ingenuidad y la estrechez de un espíritu obsesivo. Y tampoco es el efecto habitual de segmentación interna, que tan a menudo afecta a los movimientos sociales reivindicadores y que hace nacer peleas a veces feroces entre sectas de la ortodoxia política o religiosa (pensamos evidentemente en los primeros cristianos, pero también en los principios del psicoanálisis, sin hablar de los cismas en los monárquicos en Francia). Más bien hay que preguntarse si esta cólera no depende del descubrimiento de que todo el debate sobre la pornografía toca algo esencial. La pornografía misma era tal vez insignificante, pero es como tomar conciencia de que su apuesta era fundamental.
 En primer lugar no hay que olvidar que el movimiento feminista apuntó mucho a una revalorización radical de la sexualidad. Debido a que habían sido reducidas durante tanto tiempo a su sexo, las mujeres debían necesariamente pasar por una liberación sexual y definirse como seres dotados de una sexualidad propia y retomar el control de su cuerpo con el objeto de ya no ser sometidas a las voluntades libidinosas y reproductoras de los machos. Resultaba urgente denunciar el modelo tradicional de la sexualidad femenina que era violento contra las mujeres.
 Luego de lo cual había que explorar las soluciones. Y es muy precisamente lo que proponía la pornografía: una subversión de la ideología conservadora del amor romántico y de la monogamia heterosexual que había encajonado siempre a las mujeres en el rol de madres y de domésticas. Como lo mostró Ángela Cárter y otras después de ella, los primeros modelos de mujeres liberadas de la literatura europea fueron Fanny Hill de John Cleland y Juliette de Sade; mujeres que por fin se desprenden de la sexualidad exclusivamente procreadora y que son la figura de heroínas al utilizar egoístamente su sexo para su provecho y con el objeto de asegurar su propio éxito social; mujeres inteligentes que renuncian al matrimonio, al amor y, sobre todo, a la maternidad y que consiguen en su carrera, a golpes de trampa, de cinismo y de maldad, lo que hace de ellas iguales a cualquier hombre; en una palabra, mujeres que ya no son la copa de los hombres sino que, por el contrario, dan la prueba de un talento considerable para la manipulación. Así, el modelo de la sexualidad femenina dominante de la pornografía moderna ofrece una contestación radical al modelo antiguo y una respuesta al cuestionamiento feminista: allí se presentan mujeres que no demuestran ninguna molestia en hablar del sexo y ninguna vergüenza de su cuerpo, que viven plenamente su sexualidad siendo activas al punto de volverse agresivas y transformarse en violadoras de hombres, que se permiten todo, que no se traban ante ninguna exclusividad sexual, que no tienen ninguna necesidad de vínculo sentimental y que parecen no tener ningún temor al embarazo. En este sentido, pornografía y feminismo tienen de hecho un mismo discurso: terminada la era de las víctimas pasivas, es tiempo de que el sexo de las mujeres se afirme.
 Salvo que la pornografía goza de una cabeza de ventaja ofreciendo una solución ya lista. No sólo ella repite como el feminismo que son las mujeres quienes son interesantes, sino que desde hace mucho tiempo dice que hay que abandonar toda reserva opresora para explorar y expresar el conjunto de la sexualidad humana, intentar todas las combinaciones, todas las perversiones imaginables, incluso llegada la oportunidad, intentar las experiencias más inquietantes. Mientras que el movimiento femenino duda en hacer su cama entre un conjunto de respuestas complejas y muy a menudo paradójicas.
 Pues el cuestionamiento del modelo antiguo descansa necesariamente en un juicio moral, el cual explica sólo por qué el modelo era malo, mientras que al mismo tiempo transpone y retoma sus mismas contradicciones. Muriel Dimen da un ejemplo de ello al señalar la ambigüedad que persiste en declarar como políticamente aceptable el rechazo a ser un objeto sexual y por lo tanto ya no tener que preocuparse por su apariencia física; y, al mismo tiempo y a todo precio, querer seducir con el objeto de ya no ser definido como un ser que no tiene derecho al apetito sexual, con el fin de tener la posibilidad de explorar todas las formas de esta libertad nueva. Querer abolir la pornografía pero preservar el espectáculo. Para Gayle Rubin, este debate en torno a la pornografía ha llevado al feminismo moderno a sus límites, provocando el impacto de dos tendencias que parecen inconciliables. La primera insiste en la importancia de liberar la sexualidad femenina y tiende a minimizar la significación de la pornografía; por ejemplo, Liza Orlando aprecia ver erigidas en modelos a mujeres que exigen su derecho al placer y que lo toman tal como les gusta, contradiciendo con ello todo lo que toda chica bien educada debería saber; Paula Webster propone dejarse guiar por la pornografía en la exploración de un universo maravilloso que siempre ha sido negado a las mujeres; Sara Diamond declara que sería necesario que las mujeres  reconocieran por fin que la exposición pública de su sexo no hace necesariamente de ellas unas putas y que no sólo los hombres pueden ganar poder por medio de su sexo. Como mucho se llega a pensar que si la pornografía actual es a menudo sexista, no lo es ni más ni menos que el resto de la sociedad y que si es tan importante hay que transformarla, pero por sobre toda las cosas, no abolirla.
 Según la otra perspectiva, la de la mayoría de los adversarios de la pornografía, esta liberación de la sexualidad femenina no es más que una peligrosa ilusión, puesto que no puede ser más que una extensión de los privilegios masculinos, sobre todo si la vía a seguir está definida por un universo tan tradicionalmente masculino como el de la pornografía. Joan Hoff señalaba, en efecto, que el "estándar" de la sexualidad individual sigue siendo una construcción masculina, pero sin indicar lo que podría reemplazarlo. En esta óptica, la pornografía es importante porque está en el corazón de las relaciones de poder entre los sexos que determinan necesariamente todo análisis de la condición femenina. Por el contrario, la sexualidad se vuelve a partir de entonces menos central y se llega a menudo a un nuevo conservadorismo sexual. Según Gayle Rubin, que declara abiertamente su preferencia y para quien esta segunda tendencia constituye nada menos que una demonología tan terrorífica como el más opresor de los patriarcas, la censura de la pornografía lleva al absurdo reaccionario de una clasificación a partir del orden de comportamientos sexuales políticamente preferibles: el peor, la promiscuidad general y las relaciones sadomasoquistas (sean cuales fueran los sexos concernidos), en el medio la heterosexualidad y como mucho la monogamia lesbiana. Evidentemente, esta respuesta sigue siendo discutible (como lo sería cualquier otra del mismo modo, puesto que se trata de una paradoja) pero ella muestra bien cómo la cuestión de la pornografía finalmente obliga nada más ni nada menos que a la adopción de una cosmología general, que sirve para definir los sexos y la naturaleza de sus relaciones.
Antropología de la pornografía - Ejercicios de Antropología - Docsity La fuerza de cierta crítica llamada feminista corre el riesgo en realidad de volverse contra las mujeres. Al hacer de la pornografía un objeto de horror, fácilmente se puede dejar entender no sólo que la intimidad sexual debería estar siempre rodeada del mayor de los secretos, sino que, además, se corre el riesgo de impresionar a mucha gente insinuando que allí está de nuevo el bien más preciado de toda mujer, volver a decir en otros términos que lo esencial hay que encontrarlo en el misterio de las profundidades de la matriz. El argumento ha sido entrampado. Resulta embarazoso tener que explicar que es el sexo mismo quien marca la diferencia y quien motiva el hecho de considerar que una mujer está más reducida al rango de un "objeto" en la pornografía que cuando es modelo, reina del carnaval o esposa del ministro; pues si los tres casos no son comparables no es sin duda en razón de su relativa pasividad.
 Lo más molesto a veces es que la pornografía tiene el aspecto de haber prevenido todos los golpes y de tener todas las respuestas. En los debates en el seno del movimiento feminista norteamericano, los intercambios más acerbos a menudo tuvieron lugar entre lesbianas. Tal vez porque, de un lado, las lesbianas comprenden mejor que nadie lo que propone la pornografía cuando ella elogia los méritos del sexo por el sexo, sin procreación y sin otro objetivo que el del placer; mejor todavía que los homosexuales masculinos, que ya han aprendido en tanto que hombres que el sexo es necesariamente agradable y que el descanso del guerrero debe ser jovial. Por lo tanto, para algunas lesbianas la pornografía puede convertirse en una aliada ideológica en la lucha contra la discriminación. Mientras que para otras, que erigen su orientación sexual como gesto político en las relaciones de fuerza entre los sexos, los caminos propuestos por la pornografía parecen particularmente detestables. No necesariamente porque ella haga mucho caso a la heterosexualidad, sino porque presenta habitualmente a mujeres que se preocupan todavía por garantizar el placer de los hombres. Como si los hombres hubieran inventado y moldeado la futura sexualidad de esas mujeres liberadas según la imagen de su propio deseo. Debe haber otra salida, pero las discordias son tan profundas que ya no son del todo evidentes. Poco a poco se llega a comprender algunas de las razones que puedan explicar la rabia que marca a esos debates. Primeramente, el hecho de que la pornografía describe el antiguo modelo de la mujer sabia, modesta y prudente, doméstica y virtuosa, para quien el sexo era un deber conyugal, lamentablemente necesario para la multiplicación impuesta por la familia, la nación o la especie. La pornografía se opone a ello, afirmando como el feminismo que las mujeres también son seres sexuados. Pero propone una solución que hace inclinar el mundo en el sentido contrario: la aparición de mujeres desencadenadas que asumen el rol tradicionalmente reservado a los hombres, los cuales se convierten entonces en mirones pasivos o violados voluntarios y contentos. La idea puede parecer ridícula y puede ser ofensivo ver a los hombres pretender conocer lo que procura placer a las mujeres. Se puede también sentir la frustración de no tener ninguna otra solución aceptable que sirva para burlarse de todas las mujeres. Pero todo ello no basta para explicar la rabia.
 Señalemos, para dejarlo de lado, un razonamiento poco convincente. Ya se ha hablado de los celos como motivo principal de esta rabia. Lo cual equivale a decir que en una sociedad en que las
relaciones de pareja son todavía importantes y en donde la tradición cultural quiere hacer creer que una mujer es menos atractiva a partir del momento en que un lápiz puede sostenerse bajo su seno, la visión omnipresente de cuerpos perfectos (que desde hace mucho tiempo han dejado de ser los cuerpos de mujeres desdeñables por ser de "mala vida", vulgares y a menudo feas, para ser reemplazados por los cuerpos de chicas jóvenes, ricas e inteligentes) crea una competencia absurda e insostenible. Ya no es necesario intentar probar que los hombres aprenden de la pornografía toda suerte de exigencias inaceptables. Alcanza con pensar que constantemente tienen en la cabeza la imagen demasiado perfecta de Bo Derek. Sin ni siquiera tener que volverse celosa, una mujer tendría el derecho de concluir que la estupidez es exasperante…
 Pero no hay nada nuevo en esta referencia a celos nacidos de la infidelidad imaginaria. Nada que fuera limitado a un solo sexo y nada que no existiera probablemente ya en el paleolítico inferior. Se puede comprender que la mayoría de las personas se sienten incómodas frente a la idea de que su partenaire sexual tenga la costumbre de recurrir a la masturbación, pero el argumento sigue siendo demasiado incompleto y la rabia bien debe tener otras fuentes.
 Tal vez, la rabia de esas mujeres viene del riesgo de sentirse atrapadas entre dos modelos de la femineidad tan inaceptables uno como el otro. Por un lado, el modelo tradicional, que incluso en la actualidad no es fácil cuestionar y que consagra a las mujeres infieles al desprecio y al ostracismo. Por lo demás, las mujeres saben por experiencia que el estereotipo tradicional de la femineidad está íntimamente ligado con la sexualidad, lo cual las obliga a transformarse en un espectáculo permanente de seducción (que si alcanza su objetivo provocará los silbidos admirativos en la calle) pero que ellas al mismo tiempo deben seguir siendo pudorosas y nunca dejar parecer que se están ofreciendo en espectáculo. Y por otra parte, el otro modelo todavía vago e inquietante que les propone la pornografía, centrado en el alto voltaje sexual y la satisfacción total de todos sus caprichos (terreno que los hombres parecen conocer mejor y sobre el cual pretenden estar más cómodos).
 El malestar sería todavía mayor en la medida en que el papel tradicional de la mujer después de todo le atribuía cierto poder, y que el amor cortés, a pesar de toda la opresión que traiciona, definía también el atractivo y la seducción sobre el cual una mujer podía apoyarse -manteniéndose como "un oscuro objeto del deseo"- para garantizar su seguridad social.
 Ahora bien, justamente ya no queda nada oscuro en la pornografía. Ninguna reserva o discreción. La femineidad se ha vuelto profana y perdió todo misterio. Y el único poder que propone el nuevo modelo será el de la conquista que, según se decía antes, estaba reservada a los hombres. Por lo tanto, adoptando una sexualidad unisex habrá que invadir el terreno de los hombres y de algún modo darles confianza, pero sin por ello pedirles que modifiquen su propio modelo, que se encuentra incluso ajustado: más libertad, más partenaires, más oportunidades, en una palabra, todo para satisfacer a la "fiera".
 En esta perspectiva, algunas mujeres se vuelven nostálgicas por el modelo antiguo y las intrigas amorosas más discretas. Otras, por el contrario, buscan en efecto quitar a los hombres la iniciativa de la conquista y la conducta de la sexualidad, exactamente de la misma manera que ellas quieren invadir todos sus cotos vedados y apoderarse de cualquier puesto de alta dirección. Algunas proponen más bien ganar en los dos tableros, siendo lo suficientemente fuertes y hábiles como para sacar provecho de los dos modelos. Pero evidentemente también corren el riesgo de perder en los dos tableros, provocando la ruptura con el poder tradicional de la atracción y de la fascinación obsesiva, pero sin adquirir por ello nuevos poderes en una sociedad que no los cederá fácilmente. Perder el poder que estaba inscripto en el derecho a la diferencia, en el intercambio que significa el privilegio de declarar a los hombres seductores. Volverse víctimas en el campo de la sexualidad, totalmente comparables a esas mujeres que en el universo doméstico se vuelven responsables del esencial ingreso adicional, mientras continúan cumpliendo con la mayoría de los trabajos hogareños. Mientras que tienen lugar estas discusiones, las soluciones aún no han sido inventadas y corren el riesgo de ser poco unánimes. Incluso la hipótesis de la homosexualidad como refugio parece inaceptable o demasiado multiforme. Visto de este ángulo, la situación puede parecer desesperada y de la desesperación puede nacer la rabia.»

   [El texto pertenece a la edición en español de ediciones Nueva Visión SAIC, 1993, en traducción de Pablo Betesh, pp. 119-123. ISBN 950-602-273-3.]

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