viernes, 1 de mayo de 2015

"Tratado de los deberes".- Marco Tulio Cicerón (107 a.C. - 44 a.C.)


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Libro tercero

 "17.- Las leyes y los filósofos actúan contra las astucias y deshonestidades de modo distinto; las leyes las castigan, en cuanto son aprehensibles, con sus preceptos; los filósofos, en cuanto pueden ser descubiertas con la razón. La razón ordena de modo absolutamente imperativo abstenerse de toda clase de insidias, simulaciones y engaños, y preguntamos: ¿no es una insidia tender la red aunque no se levante la caza o se acose a la fiera? Sabemos que las fieras caen frecuentemente en la trampa, aunque nadie las persiga. Del mismo modo, si pones en venta una casa con vicios, y fijas en ella un cartel anunciando su enajenación, este anuncio cumple la misma función que la red, pues alguien habrá que la quiera. Sé muy bien que esta especie de engaños, por la corrupción de las costumbres, no es considerada deshonesta, ni castigada por nuestro Derecho civil; pero es prohibida y castigada, en cambio, por la ley natural. Ya lo he dicho y lo repito ahora: existe una sociedad muy vasta que une y vincula a todos los hombres entre sí. Esta sociedad es más íntima entre los hombres pertenecientes a una misma nación y todavía más estrecha entre los que son de una misma ciudad, y por eso nuestros padres establecieron la diferencia que separa el Derecho de gentes del civil. Todo lo que es propio de la esfera del Derecho civil  no por eso pertenece al de gentes, pero el Derecho de gentes debe ser también Derecho civil. Desgraciadamente, no poseemos una clara y precisa imagen del verdadero Derecho y de la auténtica justicia, y sí solamente un vago y pálido esbozo de uno y otra. Y pluguiese al cielo que nos atuviésemos siempre a estas sombras y reflejos que emanan de los eternos principios de la naturaleza y de la verdad. ¡Qué preciosas palabras las que emplea la fórmula: "A condición de que por tu causa y por falta de probidad no sufra yo fraude o engaño"! Y también las que figuran en esta otra: "Precisa obrar como obran las personas honestas". Pero la gran cuestión que se plantea es la de determinar en qué consiste el bien obrar y quién debe ser reputada persona honesta. Q. Escévola, el pontífice máximo, solía decir que la mayor fuerza vinculante se da en aquellos juicios a los que se aplica la expresión "según la buena fe", la cual, en su opinión, tenía un ámbito extensísimo, pues debía inspirar las tutelas, las sociedades, los depósitos, los mandatos, las compraventas, los arrendamientos y todas las transacciones que constituyen el fundamento de la vida social. "En esta especie de juicios -añade- se precisa la intervención de un juez ilustrado y prudente que fije con precisión las respectivas obligaciones de las partes, tanto más que cuanto con mucha frecuencia se formulan por el demandado acciones para exigir una contraprestación". Hay que desterrar, pues, todo género de astucias, y especialmente  el de aquéllas que ofrecen la apariencia de prudentes y son maliciosamente encubiertas. La verdadera prudencia, en efecto, consiste en un saber distinguir ponderada y acertadamente el bien del mal; la malicia, por el contrario, si es verdad que lo deshonesto es un mal, antepone y prefiere el mal al bien. Y no sólo en las relaciones jurídicas sobre inmuebles el Derecho civil, que es trasunto de la ley natural, castiga el fraude. El Derecho civil no tolera especie alguna de engaño en la venta de esclavos, pues en ella el vendedor, por precepto contenido en el edicto de los ediles, "está obligado a conocer los defectos o vicios del esclavo que vende y responde al comprador de su salud, de que no es fugitivo, de que no ha cometido hurto". Distinto es el caso de quien vende un esclavo hereditario. En conclusión: sentado el principio de que la naturaleza es la verdadera fuente del Derecho, diremos que esa naturaleza ordena que nadie obre de modo que se aproveche de la ignorancia ajena. Nada hay más funesto para la sociedad humana que esa artificiosa malicia que pasa por habilidad y que origina gran número de supuestos, en los que parece que lo honesto se halle en pugna con lo útil. ¿Cuántos serían los que, seguros del secreto y de la impunidad de sus malas acciones, se abstendrían de cometerlas?"    

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