miércoles, 12 de septiembre de 2018

Summerhill.- Alexander Sutherland Neill (1883-1973)


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V.-Problemas de los niños
 Delincuencia

«En estos tiempos de asaltos salvajes con pistolas y cadenas, las autoridades no saben qué hacer con la delincuencia juvenil y parece que lo intentarán todo para acabar con ella. Los periódicos nos hablan de un método nuevo para tratar el problema. Es un método duro: condenar a los niños a reformatorios que tienen un régimen de ejercicios trabajosos con severos castigos para los que incurren en falta. Vi una fotografía en la que los muchachos se ejercitaban con grandes troncos sobre la espalda. En esos bochornosos lugares parece que no hay privilegios.
 Concedo que unos meses de semejante infierno puede refrenar a algunos delincuentes potenciales. Pero ese tratamiento no llega nunca a las causas que están en la raíz, a las causas fundamentales. Peor aún, ese tratamiento significa odio para la mayor parte de los adolescentes y su dureza no puede menos de crear individuos que odian para siempre a la sociedad.
 Hace más de treinta años, Homer Lane demostró con su obra en un campamento de reforma llamado la Little Commonwealth que los delincuentes juveniles pueden curarse con amor, poniéndose la autoridad del lado del niño. Lane se encargó de niños y niñas muy difíciles de los tribunales de Londres, niños antisociales y curtidos, que se jactaban de su reputación como atracadores, ladrones y gangsters. Los "incorregibles" iban a la Little Commonwealth, donde encontraban una comunidad con gobierno autónomo y cariñosa aprobación. Gradualmente, los muchachos se hacían decentes y honrados ciudadanos, a muchos de los cuales solía yo contar entre mis amigos.
 Lane era un genio en la comprensión y el manejo de los niños delincuentes. Los curaba porque les daba constantemente amor y comprensión. Buscaba siempre el móvil oculto de un acto delictivo, convencido de que detrás de cada delito había un deseo que originariamente había sido un deseo bueno. Advirtió que el hablarles a los niños era inútil, y que sólo valía la acción. Sostenía que para librar a un niño de un mal rasgo social había que dejarlo vivir sus deseos. En una ocasión en que uno de sus muchachos, llamado Jabez, expresó un airado deseo de romper las tazas y los platillos que estaban sobre la mesa del té, Lane, le entregó un hurgón de hierro y le dijo que lo hiciera. Jabez lo hizo, pero al día siguiente fue a Lane y le pidió un trabajo de más responsabilidad y mejor remunerado que el que venía haciendo. Lane le preguntó por qué quería un trabajo mejor pagado. -Porque quiero pagar las tazas y los platillos -dijo Jabez. Lane lo explicaba diciendo que el acto de romper las tazas hizo que se viniesen abajo muchas inhibiciones y conflictos de Jabez. El hecho de que por primera vez en su vida la autoridad lo animase a romper algo y lo librase de su cólera, tuvo un efecto emocional beneficioso sobre él.
 Los delincuentes de la Little Commonwealth, de Homer Lane, procedían todos de barrios bajos de la ciudad, pero no oí nunca que alguno de ellos volviese a la mala vida. Al procedimiento de Lane lo llamo el método del amor y llamo método del odio a meter en un infierno al delincuente. Y como el odio no cura nunca a nadie de nada, saco la conclusión de que el infierno no ayudará nunca a ningún niño a ser social.
 No obstante, en los últimos años nuestro magnífico cuerpo de empleados de la libertad vigilada ha mostrado el sincero deseo de procurar comprender al delincuente. También los psiquiatras, a pesar de la gran hostilidad de la profesión judicial, han andado mucho camino para enseñar al público que la delincuencia no es maldad, sino más bien una especie de enfermedad que requiere simpatía y comprensión. La marea asciende hacia el amor y no hacia el odio, hacia la comprensión y no hacia la indignación moral intolerante. Es una marea lenta. Pero aun una marea lenta se lleva un poco de la contaminación, y con el tiempo puede aumentar de volumen.
 No conozco ninguna prueba de que una persona se haya hecho nunca buena por la violencia o por la crueldad o el odio. En mi larga carrera, he tratado con muchos niños problema, muchos de ellos delincuentes y he visto cuán desgraciados son, cuán llenos están de odio, cuán inferiores, cuán perturbados emocionalmente. Son arrogantes e irrespetuosos conmigo porque soy maestro, un sustituto del padre, el enemigo. He vivido entre su tenso odio y su recelo. Pero aquí en Summerhill esos delincuentes potenciales se gobiernan a sí mismos en una comunidad autónoma; tienen libertad para aprender o para jugar. Cuando roban, incluso pueden ser recompensados. Nunca se les predica, nunca se les hace temer a la autoridad, ya sea terrena o celestial.
 En pocos años, esos mismos odiadores entrarán en el mundo como seres felices y sociales. Por lo que yo sé, ni un solo delincuente que haya pasado siete años en Summerhill ha sido enviado nunca a la cárcel, ni ha cometido nunca una violación, ni se ha hecho antisocial. No soy yo quien los curó. Es el ambiente el que los cura, porque el ambiente de Summerhill infunde confianza, seguridad, simpatía, sin reproches y sin juicios.
 Los niños de Summerhill no serán delincuentes y perturbadores después de salir de la escuela, porque se les permite pasar su periodo de gangsterismo sin miedo ni castigos ni sermones morales. Se les deja seguir una etapa de su desarrollo y entrar de un modo natural en la siguiente.
 No sé, simplemente, cómo reaccionaría al amor un delincuente adulto. Tengo la certidumbre de que recompensar a un gangster por robar no lo curaría, así como la tengo de que una condena de cárcel no lo cura. El tratamiento es más prometedor sólo para los muy jóvenes. Pero aun si se le da a un muchacho de quince años de edad, la libertad convierte con frecuencia a los delincuentes en buenos ciudadanos.
 En una ocasión tuvimos en Summerhill a un muchacho de doce años expulsado de muchas escuelas por antisocial. En nuestra escuela, ese mismo muchacho se convirtió en un niño feliz, creador, social. La autoridad de un reformatorio habría acabado con él. Si la libertad puede salvar a un niño problema ya endurecido, ¿qué podría hacer la libertad por los millones de niños llamados "normales" y que son pervertidos por la autoridad de la familia?
 Tommy, de trece años de edad, era un mal problema; robaba y destruía. Durante unas vacaciones, en particular, no pudo ir a casa y se quedó en la escuela. Durante dos meses fue el único niño que había en Summerhill. Era perfectamente social. No tuve que encerrar ni la comida ni el dinero. Pero en el momento en que regresó su pandilla, la dirigió en un asalto a la despensa, lo cual sólo prueba que el niño como individuo y el niño en un grupo son dos personas diferentes.
 Los maestros de los reformatorios me dicen que el joven antisocial es, con frecuencia, de una inteligencia subnormal. Yo añadiría que también es afectivamente subnormal.»
 
 [El texto pertenece a la edición en español de Fondo de Cultura Económica, 1989, en traducción de Florentino M. Torner. ISBN: 84-375-0045-1.]

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