1.-Sobre la naturaleza de Planilandia
«Llamo a nuestro mundo
Planilandia, no porque nosotros le llamemos así, sino para que os resulte más
clara su naturaleza a vosotros, mis queridos lectores, que tenéis el privilegio
de vivir en el espacio.
Imaginad una vasta
hoja de papel en la que líneas rectas, triángulos, cuadrados, pentágonos,
hexágonos y otras figuras, en vez de permanecer fijas en sus lugares, se moviesen libremente, en o sobre la superficie,
pero sin la capacidad de elevarse por encima ni de hundirse por debajo de ella,
de una forma muy parecida a las sombras (aunque unas sombras duras y de bordes
luminosos) y tendríais entonces una noción bastante correcta de mi patria y de
mis compatriotas. Hace unos años, ay, debería haber dicho «mi universo», pero
ahora mi mente se ha abierto a una visión más elevada de las cosas.
En un país de estas
características, comprenderéis inmediatamente que es imposible que pudiese
haber nada de lo que vosotros llamáis género «sólido»; pero me atrevo a decir
que supondréis que nosotros podríamos al menos distinguir con la vista los
triángulos, los cuadrados y otras figuras, moviéndose de un lado a otro tal
como las he descrito yo. Por el contrario, no podríamos ver nada de ese género,
al menos no hasta el punto de distinguir una figura de otra. Nada era visible,
ni podía ser visible, para nosotros, salvo líneas rectas; y demostraré
enseguida la inevitabilidad de esto.
Poned una moneda en
el centro de una de vuestras mesas de Espacio; e inclinándoos sobre ella,
miradla. Parecerá un círculo. Pero ahora, retroceded hasta el borde de la mesa,
id bajando la vista gradualmente (situándoos poco a poco en la condición de los
habitantes de Planilandia) y veréis que la moneda se va haciendo oval a la
vista; y, por último, cuando hayáis situado la vista exactamente en el borde de
la mesa (hasta convertiros realmente, como si dijésemos, en un planilandés) la
moneda habrá dejado por completo de parecer ovalada y se habrá convertido,
desde vuestro punto de vista, en una línea recta.
Lo mismo pasaría si
obraseis de modo similar con un triángulo, o un cuadrado, o cualquier otra
figura recortada en cartón. En cuanto la miraseis con los ojos puestos en el
borde de la mesa, veríais que dejaría de pareceros una figura y que adoptaría
la apariencia de una línea recta. Coged, por ejemplo, un triángulo equilátero, que
representa entre nosotros un comerciante
de la clase respetable. La fig. 1 representa al comerciante tal como le veríais
cuando os inclinaseis sobre él y le miraseis desde arriba; las figs. 2 y 3
representan al comerciante como le veríais al acercaros al nivel de la mesa y
ya casi en él; y si vuestros ojos estuviesen al nivel de la mesa (y así es como
le vemos nosotros en Planilandia) no veríais nada más que una línea recta.
Cuando yo estaba en
Espaciolandia oí decir que vuestros marineros tienen experiencias muy parecidas
cuando atraviesan vuestros mares y avistan una isla o una costa lejana en el
horizonte. Ese litoral distante puede tener bahías, promontorios, ángulos hacia
dentro y hacia fuera en cantidades y dimensiones diversas; pero a distancia no
veis nada de eso (salvo que se dé el caso de que vuestro sol brille
intensamente sobre ellos revelando las proyecciones y retrocesos por medio de
luces y sombras), sólo una línea gris ininterrumpida sobre el agua.
2. Sobre el clima y las casas de Planilandia
Bien, pues eso es
justamente lo que nosotros vemos cuando uno de nuestros conocidos triangulares
o de otro tipo viene hacia nosotros en Planilandia. Como en nuestro caso no hay
sol, ni ninguna luz de ese género que pueda hacer sombras, no tenemos ninguna
de esas ayudas que tenéis vosotros en Espaciolandia. Si nuestro amigo se acerca
más a nosotros vemos que su línea se hace mayor; si se aleja se hace más
pequeña; pero de todos modos parece una línea recta; sea un triángulo, un
cuadrado, un pentágono, un hexágono, un círculo, lo que queráis... parece una
línea recta y nada más.
Es posible que os
preguntéis cómo con estas circunstancias desventajosas somos capaces de
distinguir unos de otros a nuestros amigos: pero la respuesta a esta pregunta, muy
natural, se dará con mayor facilidad y exactitud cuando pasemos a describir a
los habitantes de Planilandia. Permitidme aplazar la cuestión de momento y
decir un par de cosas sobre el clima y las viviendas de nuestro país.
2. Sobre el clima y las casas de Planilandia
También en nuestro caso
hay, lo mismo que en el vuestro, cuatro puntos cardinales, norte, sur, este y
oeste.
Al no haber sol ni
ninguna otra clase de cuerpos celestes, nos resulta imposible determinar el
norte de la forma usual; pero tenemos un método propio. Por una ley de la Naturaleza
que se da entre nosotros, hay una atracción constante hacia el sur; y, aunque en
los climas templados esta fuerza de atracción es muy leve (de manera que hasta
una mujer con una salud razonable puede viajar varios estadios hacia el norte
sin gran dificultad), el efecto obstaculizador es, sin embargos suficiente para
servir como brújula en la mayoría de las zonas de nuestra tierra. Además, la
lluvia (que cae a intervalos regulares) viene siempre del norte, constituyendo
así una ayuda adicional; y en las ciudades nos sirven de guía las casas, cuyas
paredes laterales van, claro está en general, de norte a sur, de manera que
los tejados puedan proteger de la lluvia del norte. En el campo, donde no hay
casas, sirven también como una especie de guía los troncos de los árboles. No
nos resulta en general tan difícil orientarnos como podría esperarse.
Sin embargo, en
nuestras regiones más templadas, en las que la atracción hacia el sur es casi
imperceptible, me ha sucedido a veces, yendo por una llanura completamente despoblada,
donde no había casas ni árboles que pudieran guiarme, que me he visto obligado
a detenerme y quedarme parado varias horas seguidas, esperando a que llegase la
lluvia para poder seguir. Entre los débiles y los ancianos, y especialmente en
las mujeres delicadas, la fuerza de atracción se acusa con mucha más intensidad
que entre las personas robustas del sexo masculino, de manera que es un detalle
de buena educación, si encuentras una dama en la calle, cederle siempre el lado
norte... no resulta siempre cosa fácil de hacer rápidamente, ni mucho menos,
cuando no se goza de buena salud y en un clima donde es difícil distinguir el
norte del sur.
Nuestras casas no
tienen ventanas: la luz nos llega de igual modo dentro de nuestras casas que
fuera de ellas, de día y de noche, igual en todas las épocas y en todos los
lugares, sin que sepamos de dónde viene. Se trata de una cuestión interesante,
ésta del origen de la luz, investigada a menudo en los tiempos antiguos y que,
aunque se ha intentado aclarar repetidamente, el único resultado ha sido llenar
nuestros manicomios con los presuntos aclaradores. En consecuencia, después de
muchas tentativas infructuosas de disuadir indirectamente a los interesados en
tales investigaciones, imponiendo sobre ellas un pesado gravamen, los
legisladores las prohibieron del todo en una fecha relativamente reciente. Yo
(desgraciadamente, sólo yo en Planilandia) conozco ya demasiado bien la
verdadera solución de este misterioso problema; pero mi conocimiento no puede
hacerse inteligible ni a uno solo de mis compatriotas; ¡y soy objeto de burla
(yo, el único que conoce las verdades del espacio y la teoría de la penetración
de la luz desde el mundo de tres dimensiones) como si fuese el más loco de los
locos! Pero concedámonos una tregua en estas dolorosas digresiones: volvamos a
nuestras casas.
La forma más común
para la construcción de una casa es la de cinco lados o pentagonal, como en la
figura adjunta. Los dos lados norte RO, OF, forman el techo, y la mayoría de
ellas no tienen puertas; en el este hay una puertecita para las mujeres; en el
oeste, una mucho mayor para los hombres; el lado sur o suelo carece normalmente
de puertas.
No están permitidas
las casas cuadradas y triangulares, y la razón es la siguiente. Al ser los ángulos
de un cuadrado (y aún más los de un triángulo equilátero) mucho más puntiagudos
que los de un pentágono, y al ser las líneas de los objetos inanimados (como
las casas) mucho menos nítidas que las de los hombres y las mujeres, se sigue
de ello que hay no poco peligro de que las puntas de una residencia cuadrada o
triangular pudiesen herir gravemente a un viajero imprudente o tal vez
distraído que se diese de pronto contra ellos: así que desde fecha tan temprana
como el siglo XI de nuestra era, quedaron universalmente prohibidas por Ley las
casas triangulares, sin más excepciones que las fortificaciones, los polvorines,
los cuarteles y otros edificios públicos, a los que no es deseable que el ciudadano
en general se acerque sin una cierta circunspección.
En ese período aún
estaban permitidas en todas partes las casas cuadradas, aunque se gravaba su
construcción con un impuesto especial. Pero, unos tres siglos después, el
cuerpo legislativo decidió que en todas las ciudades con una población superior
a los diez mil habitantes, el ángulo de un pentágono era el más pequeño que se
podía considerar compatible con la seguridad pública en las viviendas. El buen sentido
de la comunidad ha secundado los esfuerzos del legislativo, y ahora, en el campo
incluso, la construcción pentagonal ha desbancado a todas las demás. Sólo de cuando
en cuando, y en algún distrito agrícola muy remoto y atrasado, puede aún descubrir
un anticuario una casa cuadrada.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Torre de Viento, 1999, en traducción de José Manuel Álvarez Flórez. ISBN: 84-7651-781-5.]
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