miércoles, 3 de julio de 2019

Labios silenciosos.- Dirk Bracke (1953)


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«-Pero, ¿qué es lo que has comprado?  No pensarás ir así a la escuela, ¿no?
 La madre de Elien sacudía la cabeza con los labios apretados. El top se balanceaba entre su pulgar y su índice. La falda y las medias estaban sobre la mesa. Las había tirado allí con furia.
 -¡Si tu padre ve esto, te vas a enterar!
 Elien estaba incómoda al otro lado de la mesa. El menosprecio de su madre la rebelaba.
 -¡Con mi dinero compro lo que me da la gana! -protestó-. Como si son cien kilos de patatas fritas. Ese dinero lo he ahorrado quedándome sentada en el sofá como una chica buena todos los sábados por la noche, viendo el fútbol a las diez y media porque era lo que papá quería y yéndome después a dormir. Y cuando por fin empiezo a vivir, vas y te enfadas.
 -¿Quieres cerrar tu bocaza por una vez?
 Su mano se estrelló en la mejilla de Elien. Permanecieron inmóviles durante un segundo, mirándose a los ojos.
 Después su madre apartó la vista, dejó caer el top al suelo y desapareció en la cocina.
 Elien se tumbó de lado en el sofá. Quería pensar en Manu, pero no lo conseguía. Tenía que tragarse aquella sensación dolorosa. Tenía ganas de llorar. No porque el tortazo le doliera, sino porque su madre y ella parecían haberse distanciado. No era justo. Siempre se había quedado en casa, había hecho lo que sus padres deseaban. Pero ahora que quería salir, comprar su propia ropa, vivir como cualquier chica de su edad, no era posible. Para llegar por la noche a una casa oscura, angustiosa, era lo suficientemente mayor, pero para salir... ¡ni hablar!
 Dos lágrimas corrieron por sus mejillas. Elien intentó chuparlas. No lo consiguió. Se secó las lágrimas rozándose rabiosamente con la palma de la mano. No sollozó. No le daría ese gusto a su madre. Se giró de espaldas y miró al techo con vigas falsas de color marrón oscuro. Nadie notaba que eran de espuma de poliestireno. Al igual que su madre no se daba cuenta de quién era ella realmente: ya no era una niña, sino una chica a la que le gustaría de vez en cuando algo diferente a aquel jersey de lana gordo y aquella falda de cuadros que, en un pasado reciente pero demasiado lejano a la vez, habían comprado juntas. Había estado dándole vueltas en la cabeza al asunto de la bronca durante un buen rato.
 
 Pinchó algunas patatas fritas con el tenedor y se las llevó a la boca, pero el tenedor se quedó suspendido a mitad de camino. Su mano se agitaba delante de los ojos de Elien, por lo que notó que quería decirle algo.
 -Esa ropa, Elien...
 Su padre dejó el tenedor en el plato dando un suspiro.
 "Ahora toca el sermón", pensó Elien preparándose para el ataque.
 Él asintió comprensivo y mostró preocupación.
 "Mamá le ha pedido que no se enfade", entendió Elien y pudo contener una sonrisa a duras penas.
 -Esa ropa... -repitió-. ¿Por qué la has comprado?
 -Para salir -contestó Elien.
 -Pero, ¿es necesario llevar...
 Hizo una breve pausa, puso cara de ser incapaz de decirlo, miró a su esposa y después a Elien.
 -... llevar esa ropa de fulana?
 -¡No es ropa de fulana! -se defendió Elien-. Todas las chicas en Moonstruck van con ropa sí.
 Sabía que estaba exagerando. No todas las chicas lucían un top tan seductor o una falda tan estrecha con raja, pero... Aquella noche había abierto bien los ojos y había notado que las miradas de los chicos se dirigían, sobre todo, a las chicas provocativas. Si bien sabía que no era fea, sus vaqueros y su camisa no habían hecho otra cosa que provocar risitas compasivas. Sólo a Manu pareció no importarle.
 -¿Te compras esas cosas única y exclusivamente para ir a bailar? -preguntó incrédulo.
 -Bueno, sí, también me las podré poner el verano que viene.
 -¡Lo que faltaba! -gritó-. ¡Ir por la calle exhibiéndote medio desnuda!
 -¡Yo no soy diferente por llevar otra ropa!
 La palma de la mano golpeó con fuerza la mesa.
 -¡Te vistes como un bocado listo para ser devorado por los chicos que deambulan por una discoteca! ¡No quiero que te pongas esos trapos! ¿Me entiendes?
 -¿No sería mejor que te limitases a ir al club, como los demás? -intentó su madre-. Allí se pasa bien, ¿no? Os conocéis y sabéis perfectamente a qué ateneros. Así tampoco hace falta que te quedes en casa los sábados por la noche. Papá te acerca y alrededor de media noche va a recogerte. ¿No crees que es lo mejor?
 Elien se repantigó un poco. Ya había acudido alguna vez al club de sordos y débiles de oído. Era agradable, pero no se podía comparar con el mundo exterior. No estaba mal ir en grupo al cine alguna vez, una cena a base de espaguetis o charlar en lenguaje de signos, pero... Suspiró. Quizá su padre tuviera razón y su lugar no estuviera con las personas oyentes. Se imaginó como una viejecita sentada junto a los demás jugando una partida de parchís.
 -¡No! -chilló-. Que vayan los demás al club de sordos. Yo quiero algo diferente para variar.
 -Pero Elien, esos chavales lo único que hacen es reírse a tu costa. Sólo quieren una cosa de ti y especialmente si te exhibes con esas ropas -dijo su padre en tono alto.
 Su madre le puso una mano en el brazo.
 -¿Es que no nos comprendes, Elien? Sólo queremos protegerte. De por sí ya estás más indefensa que otras chicas porque tú..., ¡bueno!, porque, a fin de cuentas, no puedes seguir bien lo que ocurre a tu alrededor.
 Su tenedor chocó con fuerza contra la mesa.
 -¡No me hace falta vuestra protección! Sé apañármelas. ¡Más vale que os hubierais encargado de que oyera como todo el mundo! Por lo menos habría podido relacionarme con quien quisiera. ¡Es culpa vuestra!»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Luis Vives, 2001, en traducción de María Lerma. ISBN: 84-263-4462-3.]
 

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