domingo, 28 de julio de 2019

Las crónicas de la señorita Hempel.- Sarah Shun-lien Bynum (1972)


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«Para el curso de séptimo la señorita Hempel escogió un libro de texto lleno de tacos. Siempre le habían fascinado las palabras malsonantes, como le fascinaba la televisión por cable, porque de pequeña tenía prohibidas las dos cosas. Su padre siempre tuvo aversión a las palabrotas, cuya ordinariez le resultaba insuperable.
 -La gente se empeña en meter blasfemias por todas partes -decía-. Pero tú no eres "la gente".
 Entonces le ponía una mano a cada lado del cráneo, apretándoselo con los dedos como si fuera un melón en un puesto de un mercado y quisiera comprobar lo maduro que estaba.
 -Tú no eres ordinaria -declaraba.
 Pero a la señorita Hempel le gustaban los tacos precisamente por lo vulgares que eran, como mascar chicle o tocarse mucho el pelo. Hubo una época en que estaba deseando convertirse en una mascadora de chicle malhablada, una de esas chicas que dicen cosas como "todo el puto día" o "toda la puta noche" sin darse ni cuenta.
 Sin embargo, no lo consiguió. Cuando leyó Vida de este chico y se encontró con palabras como "mierda" o "joder" en mitad de la página, sintió un estremecimiento de emoción. En cuanto tuvo un momento, encargó ejemplares para sus alumnos de séptimo.
 -¿Primeras impresiones? -les preguntó, sentada encima de la mesa, bamboleando las piernas en el aire-. ¿Qué os parece el libro?
 Sus alumnos se lanzaron miraditas nerviosas. Les había mandado leer el primer capítulo en casa. Unos cuantos chicos pasaban la mano por la cubierta del libro, que les había gustado a casi todos, porque era elegante y misteriosa. Un libro para personas mayores, con aspecto de contener todo un mundo nuevo, sin títulos en letras doradas, ni sellos de recomendación de la Asociación de Bibliotecarios de Estados Unidos, ni el típico retrato al óleo de unos adolescentes mirando a lo lejos con gesto inseguro.
 -¿Os está gustando? -insistió la señorita Hempel, sonriendo, para animarles, mientras daba golpecitos con los pies en la pata de la mesa.
 Había tardado en descubrirlo, pero se estaba dando cuenta de que la enseñanza era un método de extorsión. Te pasabas la vida intentando sacar a tus alumnos una serie de cosas que ellos se negaban a darte: su atención, su trabajo, su confianza.
 David D'Sousa, uno de los donjuanes de la clase, se ofreció a ayudarla. Era un chico algo rechoncho y excesivamente interesado por todo lo relacionado con el sexo, pero también era uno de los alumnos más populares de séptimo. Había salido con muchas chicas y se paseaba por los pasillos del colegio con los andares sinuosos y ladeados de los raperos a quienes admiraba con fervor. En clase perdía el aplomo, escupía al hablar y soltaba frases algo incoherentes, como un jugador de béisbol que golpeara sus ideas con el bate apenas le salían por la boca.
 Pero David era una caballero dispuesto a sacrificar su propia dignidad para salvar la de la señorita Hempel. "Actitud positiva y dinámica -pensó-. Dispuesto a arriesgarse."
 -Es bastante... -dijo David, sin acabar la frase.
 Le señorita Hempel le sonrió, asintiendo frenéticamente, como si le estuviera dando al acelerador de un coche incapaz de arrancar.
 -Es... -dijo David, mordiéndose el labio superior con los dientes inferiores, mientras estrujaba el pupitre con la palma de la mano.
 Los demás alumnos apartaron la mirada con elegancia, dedicándose a acariciar sus libros con gesto ensimismado.
 -Es... distinto de todo lo que yo he leído en el cole -dijo David al fin.
 La clase soltó un suspiro de alivio. Sí, era distinto. Pero era precisamente eso lo que les hacía desconfiar, sobre todo a los chicos, como si hubiese algo raro en un libro cuyos personajes parecían tan reales. Por ejemplo, a Toby, el narrador, se le notaba la intención de ser una buena persona, pero no hacía más que meterse en líos; quería mucho a su madre, pero no tenía reparos en manipularla para que le comprara todo lo que se le antojaba. Todo aquel asunto les resultaba muy familiar. Y también les asombraba el carácter doméstico de sus cuitas: no había el menor indicio de que Toby pudiera acabar intentando sobrevivir solo en medio del campo o viajando al futuro para salvar al planeta del desastre nuclear.
 -Es que no parece un libro de verdad -dijo Emily Radinsky.
 Emily era una niña caprichosa, aspirante a trapecista y admiradora de Marc Chagall, a la que la señorita Hempel describiría como "dotada" en su anecdotario.
 -A mí en general no me gustan los libros -dijo Henry Woo, un chico tristón, parásito, dado a perder mochilas llenas de cosas y de quien la señorita Hempel escribiría "Tiene dificultades para concentrarse".
 -¿Seguro que podemos leer esto? -dijo Simon Grosse, que tenía que pedir permiso para todo y al que su profesora definiría como "concienzudo".»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Libros del Asteroide, 2011, en traducción de Gabriela Bustelo. ISBN: 978-84-92663-47-7.]

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