Parte II
Capítulo uno
2
«-Mamá, acuéstate conmigo.
-¿Para qué? No hay bastante sitio. Además, mueves las piernas como un caballito.
-No te daré patadas.
-No. Prefiero sentarme. Me duelen los huesos de estar acostada. Escucha, Hadassah, tengo que hablar seriamente contigo. Tú sabes, hija mía, lo que te quiero. No tengo en el mundo más que a ti. Tu padre, Dios quiera que no le sobrevenga ningún mal, es un hombre egoísta.
-Por favor, no digas cosas de papá.
-No tengo nada contra él. Él es lo que es. Vive para sí mismo, como un animal. Estoy acostumbrada. Pero a ti quiero verte feliz. Quiero ver que tú tienes la felicidad que yo no he tenido.
-Mamá, ¿de qué estás hablando?
-Yo nunca he creído en obligar a una muchacha a casarse. He visto bien lo que resulta de tales cosas. Pero, a pesar de eso, tú estás siguiendo un mal camino, hija mía. En primer lugar, Fishel es un joven decente, juicioso, un buen hombre de negocios. No se encuentran hombres como él todos los días. Y en segundo lugar, su abuelo está cargado de dinero y un día, aunque le deseo una larga vida, bien lo sabe Dios, todo irá a parar a Fishel.
-Mamá, será mejor que lo olvides. No me casaré con él.
-Al menos, déjame terminar lo que tengo que decirte. Supongo que tienes la idea de que eres hija de una familia rica. Desgraciadamente, estás equivocada. Tu padre tiene unos cuantos rublos, lo justo para cubrir una necesidad inesperada si se presenta. Él no querría tocar ese dinero para ningún otro fin. Eres una muchacha sin dote y una muchacha enferma, además. Así está la situación. Esa es la entera verdad.
-No entiendo lo que quieres de mí, mamá.
-Tu abuelo ha decidido ser tan terco como una mula. Ya le ha dado órdenes a Koppel de que no nos pague la asignación semanal. Jura que no va a dejarnos un céntimo en su testamento. Y puedes creerlo. Nos quedaremos todos en la calle. Tu padre, no tengo que decírtelo, es incapaz de ganarse la vida. No sabe hacer más que comer y dormir. Y yo soy una mujer enferma, más de lo que tú imaginas. Sólo Dios sabe hasta cuándo podré aguantar.
-¡Mamá!
-No me interrumpas. No quiero decir nada de tu tío Abram. Por lo que a mí se refiere me parece una buena persona y le tengo afecto. Pero no es alguien de quien se pueda depender. Ha hecho a su propia mujer una miserable y no ha sido ninguna bendición para esa otra, ¿cómo se llama?, Ida Prager. Sus hijas no tienen un céntimo. Y ahora se ha acercado a nosotros. Quiere usarnos para vejar a tu abuelo.
-No quiero dejarte decir nada malo de él. Lo quiero.
-Yo también siento afecto por él. Pero ¿de qué sirve? El hombre es una llave vuelta del revés, un entrometido que se mezcla en los asuntos de los demás. Y ese nuevo, como le llaméis, Asa Heshel, no me cae nada bien. Yo no le daré entrada en esta casa, ¿lo oyes? Lo echaré de aquí.
-Ya no viene por aquí.
-Eres una muchacha pobre. No lo olvides. Es verdad que no eres fea. Dios quiera que no te ocurra nada. Pero una persona no es siempre joven y hermosa. A Fishel lo cazarán antes de que te des cuenta. ¿Y qué te quedará a ti?
-Que lo cacen. Por mí, que sea hoy mismo.
-¿Y adónde irás a parar tú? Especialmente sin una dote. Tu abuelo no te dará un céntimo.
-No me hace falta su dinero.
-Cambiarás de opinión, hija mía. Ha habido muchos otros como tú. Cuando estaba en el sanatorio, que Dios te dé salud en adelante, costó cientos y cientos de rublos. Dios sabe que no quiero asustarte, pero cuando se trata de pulmones delicados, nunca se está seguro.
-¡Entonces me moriré!
-¡Ay, Hadassah, me estás clavando un cuchillo en el corazón! No creas que no he meditado las cosas bien. Noche tras noche paso horas en la cama pensando. ¿Qué otro amigo tienes más íntimo que yo? Estás en peligro, te lo aseguro. Gran peligro.
-Oh, mamá, deja de lamentarte por mí. Aún no estoy muerta. Te lo sigo con toda seguridad, para acabar ya con este tema: no me casaré con Fishel.
-¿Y esa es tu última palabra?
-Sí.
-¡Bien, que Dios tienda sus brazos misericordiosos hacia ti! Sí, es verdad lo que dicen: un hijo es un enemigo. Tu padre tampoco era de mi gusto cuando yo era joven. Pero cuando mi madre, que Dios la haya acogido, lloró y suplicó, yo dije: "Está bien; condúceme al tálamo." No, los hijos de hoy no tienen corazón, sólo rocas. Bueno, que sea así. Me callaré. Pero tu padre no se callará. Nos quedaremos sin un pedazo de pan.
-Yo trabajaré.
-¡Claro! ¡Mi delicada señorita irá a trabajar! Simplona, ¡no sabes mover un dedo! Es un milagro que estés viva. Si no te estuviera sirviendo a todas horas, serías incapaz de moverte por tus propios pasos. Necesitas ayuda. Necesitas dinero. Si yo me muero, tu padre te traerá a casa una madrastra antes de que yo me haya enfriado en la tumba.
-¡Déjame en paz! -Hadassah se tapó la cara con las manos.
-Está bien. Me voy. Algún día te acordarás de mis palabras. Pero entonces será demasiado tarde.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 1979, en traducción de Juan José Guillén. ISBN: 84-320-4117-3.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: