Capítulo I: Qué se entiende por verdad
Qué se entiende por realidad
«En una realidad cualquiera -este vaso de agua- hay algo que es lo que salta a los ojos, lo que es este vaso de agua: tiene un determinado espesor, un determinado peso, etc. Esta realidad tiene un "contenido" determinado. Sí, sí, pero eso sin más no es la realidad. La realidad es un modo de presentación de ese contenido en una formalidad estrictamente determinada. Si yo no fuera un hombre, y si fuera simplemente un perro, ese vaso de agua, para un perro que tiene sed, es algo que tiene el mismo contenido que para mí, pero sería un estímulo que le movería a apagar su sed lanzándose sobre él. Ahora bien, ante la inteligencia humana no es el caso. Puede el hombre considerar eso como un estímulo. Sí; pero como un estímulo que es real -que le viene de la realidad. La formalidad precisa con la que la inteligencia intelige las cosas, es justamente que éstas se presenten en forma de realidad, no en forma de estímulo. Ahora bien, la forma de la realidad no se agota en un contenido determinado. Cualquier otra cosa que tenga un contenido distinto, tiene también carácter de realidad; son dos dimensiones, o por lo menos dos aspectos completamente distintos de la cosa: su contenido, y esa formalidad aprehendida por la inteligencia que llamamos realidad. Pues bien, aquello que primariamente interviene en la mera actualización de una cosa en la inteligencia es su carácter de realidad. Lo otro -su contenido- por muy delante que esté, puede ser enormemente problemático: de esto no hay duda ninguna. Pero lo que no es problemático -ni puede serlo jamás- es precisamente el carácter de realidad. Este no puede ser problemático, sino que es absolutamente inexorable. De ahí la posibilidad que el hombre tiene -y que ejerce constantemente, precisamente porque la realidad no es un estímulo- de que el hombre justamente se "pare", no dé respuesta ninguna. Y precisamente este parar y este quedarse en la realidad se funda en que la intelección no es sino mera actualización, y pararse y quedar es lo que va a constituir el exordio de su vida intelectual, que es faena distinta, de la que nos ocuparemos en otro momento.
La realidad, pues, es mero carácter de formalidad; un carácter que consiste en que esta cosa real que está presente a mi inteligencia me está presente como real, es decir, como algo que le incumbe a la cosa. Y esto, independientemente del acto de su presentación ante mí, porque esta independencia significa que la verdad incumbe a la cosa, es cosa de ella. Y este incumbirle a la cosa, independientemente de mí, es justamente lo que he llamado de suyo. Las cosas se nos presentan en una aprehensión directa de la realidad como algo que son de suyo. Pero un de suyo que no es ajeno a la intelección, sino que está presente precisamente en ella. Y, precisamente porque está este de suyo presente en ella, la intelección no es meramente la constatación de la independencia de lo inteligido respecto de la inteligencia. Esto no es verdad. Esto le pasa también a un estímulo. Un perro, naturalmente, ve el agua como independiente de él; tan independiente de él que por eso va a buscarla. O ve el palo del dueño, que le amenaza. De esto no hay duda ninguna. Pero esto, a lo sumo, garantizaría la "objetividad" de una aprehensión; jamás la intelección de una "realidad".
Si se pudiera decir algo en términos muy exagerados, diríamos que el animal más complejo es un gran objetivista, pero por muy complejo que sea, jamás es el más elemental de los realistas. Esto es distinto; esto es exclusivo del hombre.
La independencia que las cosas tienen frente a la inteligencia humana, es la independencia de un de suyo, esto es, que aquello que nos está presente pertenece primariamente a la cosa y no a la inteligencia en la que está presente. Y por esto, porque es de suyo, no es forzoso que todo lo que constituye el contenido de una cosa tenga inexorablemente el mismo carácter de realidad, e inclusive que sea formalmente real. Precisamente es lo que acontece con el Poema de Parménides y con muchas especulaciones del Vedanta.
Cuando Parménides nos ha dicho que el mundo de la δὁξα, que el mundo de la opinión de los hombres no tiene realidad ninguna, se pregunta uno, ¿y en qué consiste esa apariencia? Se han elaborado muchísimas teorías. Pero en fin, lo más elemental, a mi modo de ver, que habría que decir es que para un griego, por ejemplo, los dioses se aparecen en la tierra; Júpiter, se aparece como auriga; Mercurio se aparece como un paraguas. Esta forma de aparecerse no es ilusoria. Porque Mercurio con un paraguas se puede pasear por la tierra -y se pasea- independientemente de que alguien lo esté viendo. Por consiguiente, no se trata de una ilusión sensible. Sin embargo, un griego no diría que Mercurio es realmente un humano con paraguas, ni que Júpiter es realmente un auriga. ¿Por qué? Porque esa apariencia no forma parte de él, no la tiene de suyo. Justo: por eso no es totalmente real.
Y cuando las especulaciones del Vedanta nos dicen que este mundo no tiene realidad ninguna, que las cosas que más pesan en la realidad humana son puras ilusiones, no intentan negar las apariencias. ¿Cómo van a negar que lo que uno está viendo esté ahí? Lo que quieren decir es, sencillamente, que no tienen realidad formal y propia, sino que tienen una realidad meramente espectral, como las apariencias de Parménides que, efectivamente, no son sino puntos de aplicación o maneras -si se quiere-, formas que no competen de suyo a la realidad en que las cosas consisten, y que por no competerles de suyo no tienen última realidad formal. Y que, precisamente por eso, no son reales -no en el sentido de que sean una nada en el sentido de un οὑκ ον. Tiene una realidad meramente espectral. Esto es falso de hecho. Pero imposible metafísico no lo es en manera alguna. ¿Dónde está dicho que el mundo no pudiera tener una realidad puramente espectral por razón de su contenido?»
[El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1999. ISBN: 84-206-9058-9.]
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