martes, 23 de julio de 2019

Últimas noticias sobre el periodismo.- Furio Colombo (1931)


Resultado de imagen de furio colombo 
El periodismo fotográfico

«La relación entre  fotógrafo e historia, mientras la historia se desarrolla -o sea el trabajo de cualquier corresponsal gráfico, tanto para los acontecimientos alegres, cómicos o costumbristas, como para los dramáticos-, es muy diferente. El reportero gráfico dispone para cada situación de una sola imagen, como alguien que sólo pudiera pronunciar una única frase.
 Se dirá que ante la secuencia de acontecimientos el reportero gráfico puede disparar tantas fotos como sea capaz. Es cierto, pero sólo una captará el momento que establece la diferencia, que cambia y altera todo lo que sabemos de ese hecho. Y todo lo que habríamos sabido sin esa imagen única.
 Por este motivo es justo prestar atención a las "bellas" fotografías de actualidad. Son bellas las imágenes que atraviesan ese único momento de cambio, ese instante en el que algo se transforma y roza una vida. Y tal vez aquí se encuentre el vínculo tan frecuente entre "belleza" y tragedia, la razón de que tantas fotografías no sean alegres ni de entretenimiento o adorno. Es fatal que la fuerza intensa y limitada del reportero gráfico se concentre en el punto de viraje de la realidad, ese único instante, frecuentemente terrible, en el que se decide algo en el destino de alguien.
 Puede decirse que el reportero gráfico no tiene elección: debe privilegiar el daño a la vida porque nada establece tanta diferencia en la vida como el daño. Debe detener la mirada en el punto en que la integridad física y la dignidad de alguien es violada porque la infinita vulnerabilidad de los seres humanos es una obsesión común y no puede dejar de ser la obsesión del fotógrafo. Sin embargo, como decíamos, el fotógrafo no tiene elección. Tras algunas secuencias, capta el momento en que la vulnerabilidad se manifiesta por completo. Fatalmente, la imagen que después nosotros, a distancia, llamamos "bella", es "terrible". Pero es justo que quien la mira se dé cuenta de que la elección del mal no es caprichosa, de que no es cierto que se fotografíen las tragedias porque impresionan y que en el lenguaje sin escrúpulos de los servicios fotográficos lo "bello" y lo "terrible" coincidan. Es cierto, por el contrario, que lo "terrible" nos parece "bello" no sólo porque nos viene servido por la técnica extraordinaria de alguien que ve de modo perfecto en el único instante en que ocurre y consigue no bajar la mirada, sino también porque ese alguien no puede dejar de mirar. O él o nadie. O la imagen "bella" y "terrible" o el silencio que todos los perseguidores desean. Pero además existe la otra respuesta, desde el punto de vista del mundo. Planteemos esta pregunta: si elimináramos todas las imágenes trágicas, ¿qué tipo de operación provocaríamos? ¿Resignación? ¿Tranquilidad? ¿Mayor equilibrio? ¿Una visión más mojigata del mundo?
 Temo que se trataría de una operación imposible y por este motivo no creo en los predicadores de la crónica rosa. Es legítimo imaginar un mundo sin esas imágenes mortales y trabajar en su favor. Sin embargo, pintarlo así para enmascarar la realidad no es una operación posible, por muy indeseable que la realidad pueda aparecer.
 Planteemos la pregunta de otra manera. ¿Es posible suprimir las imágenes trágicas sin alterar la crónica del mundo? Yo creo que la respuesta es no. Creo que las imágenes demuestran el peso de las tragedias que seguimos arrastrando, sin resolverlas, de década en década.
 Así pues, ¿qué es el reportero gráfico? ¿Un testigo, un participante, un juez? Este discurso tiene dos aspectos. Uno está ligado al extraño papel de las comunicaciones de masas, a la circulación instantánea de las informaciones y sobre todo de las noticias visuales. El otro se concentra en la especial función profesional de alguien que, independientemente del país de origen e incluso de la propia identidad, se propone como "diferente" de las partes cuyo conflicto es representado en la imagen, y se autoproclama como un punto de referencia que debería ser garantía para los actores de la tensión a los ojos del mundo. La historia del periodismo fotográfico puede iluminar sobre la formación de esta misión anómala.
 Es una presencia que ya comienza a darse a principios de siglo. Pero el estorbo de los instrumentos y de los procesos de revelado convierte en relativamente imposibles los recorridos arriesgados. Y, sin embargo, desde el comienzo (pensemos en los retratos de Atget por los caminos de Francia) se perfila la vocación: una ligera intrusión en la que no existe participación en el acontecimiento, o por lo menos no existe hasta que el acontecimiento se convierte en fotografía (sólo entonces es evidente la presencia añadida e imprevista del testigo).
 Es también una presencia que, de acuerdo con lo previsto por los códigos de todos los tipos de experimentación e investigación social, no debe alterar el acontecimiento. La fotografía viene así como anillo al dedo, en este sentido es algo que cambia las restantes cosas con un trauma mínimo, muchas veces ni siquiera observado, y cuando lo es, tan separada de todos que, aparentemente, esa presencia no establece ninguna diferencia.
 Entre las dos guerras la fotografía o instrumento del reportaje de acción (deporte, la vida, los acontecimientos, pero sobre todo el conflicto) se expande con una velocidad que llega a ser incluso mayor que la creciente simplificación de los materiales (cámaras fotográficas, películas, técnicas de reproducción y revelado).
 Hay un aspecto especial del fenómeno que conviene intentar explicar: la conjunción instantánea del talento artístico -a veces de nivel muy alto- con un oficio duro y arriesgado. Es cierto que durante muchos años esta extraña simbiosis se traduce (como nunca había ocurrido antes, como ocurrirá muy pocas veces a continuación) en el reportaje periodístico, especialmente el de "primera línea". La existencia de los nombres de Dos Passos, de Hemingway, de Malraux en las primeras páginas de los diarios, con la inscripción "enviado especial" , es la gran novedad de aquellos años.»
 
     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 1997, en traducción de Joaquín Jordá. ISBN: 84-339-0538-4.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: