lunes, 1 de julio de 2019

Satiricón.- Petronio (c. 14/27 - 65)


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«48.-Trimalción, con rostro afable, se volvió a nosotros y dijo:
 -El vino, si no os agrada, lo cambio; sois vosotros los que debéis darlo por bueno. Gracias a los dioses no lo compro; que ahora todo lo de boca me nace en una finca que todavía no he visto. Dicen que confina por un lado con Terracina y por otro con Tarento. Ahora quiero unir Sicilia a mis tierruchas para, cuando me dé la gana de ir a África, navegar por propiedades mías. Pero cuéntame tú, Agamenón, ¿qué tipo de controversia has declamado hoy? Yo, aunque no actúo en los tribunales, he aprendido, sin embargo, letras para andar por casa. Y para que no pienses que me fastidian los estudios: tengo dos bibliotecas, una griega y otra latina. Hazme, pues, el favor de decirme la perístasis de tu declamación.
 Dijo Agamenón:
 -Un pobre y un rico se llevaban muy mal...
 Interrumpió Trimalción:
 -¿Qué es un pobre?
 -Muy agudo -dijo Agamenón, y expuso no sé qué tema de controversia.
 Al punto, Trimalción:
 -Esto, si es un sucedido no es una controversia; si no ha sucedido, no es nada.
 Estas y otras salidas las acogimos con elogios más que desbordados.
 -Por favor, Agamenón, amigo mío -dijo Trimalción-, ¿quizá recuerdas los doce trabajos de Hércules, o la leyenda de Ulises cuando aquello de que el Cíclope le dislocó el pulgar con un hueso de puerco? Solía yo de muchacho leer esos episodios en Homero. Pues lo que es la Sibila, de veras que en Cumas la vi yo mismo con mis propios ojos colgada dentro de una jaula; y cuando los muchachos le preguntaban: "Sibila, ¿qué quieres?", respondía ella: "Quiero morir".
 49.-Aún no había acabado de soltar todas esas lindezas cuando un bandejón con un cerdo enorme llenó toda la mesa. Nos maravillamos de la rapidez y juramos que ni un gallo siquiera podría haberse guisado bien en tan corto tiempo; y tanto más porque el puerco nos parecía mucho mayor que el jabalí de poco antes. Entonces, Trimalción, clavando su vista más y más en él, dijo:
 -Pero, ¿cómo? ¿Este puerco no está vaciado? Por Hércules, que no. Llama, llama al cocinero y que venga a mi presencia.
 Se presentó el cocinero ante la mesa, compungido, y dijo que se había olvidado de vaciarlo.
 -¿Cómo? ¿Olvidado? -chilló Trimalción-. Se podría pensar que lo que olvidó fue echarle pimienta y comino. Desnudadlo.
 No pasó un segundo y ya había sido desnudado el cocinero; allí está, abatido, entre dos verdugos. Pero todos empezaron a suplicar y decir:
 -Pasa a veces. Por favor, déjalo. Si lo llegara a hacer otra vez, ninguno de nosotros pedirá por él.
 Yo, de una severidad más que inhumana, no pude contenerme; inclinándome al oído de Agamenón le susurré:
 -Realmente debe ser un esclavo muy zote: ¿podría alguien olvidarse de vaciar un puerco? Por Hércules que yo no le perdonaría con que hubiese dejado así un pez.
 En cambio, Trimalción no fue tan duro, y abriendo su rostro en una carcajada:
 -Pues bien -dijo-, ya que eres de tan mala memoria, vacíalo aquí, ante nosotros.
 Recuperada la túnica, el cocinero empuñó el cuchillo y rajó el vientre del puerco acá y allá con mano indecisa. Al punto, de los cortes que se agrandaban por sí solos por la presión del peso, se derramaron salchichas y morcillas.
 50.-Después de este prodigio toda la servidumbre rompió a aplaudir y gritó:
 -¡Viva Gayo!
 El cocinero fue honrado con un trago y con una corona de plata, el vaso se lo presentaron en una bandeja de Corinto. Agamenón la examinó atentamente muy de cerca, y entonces dijo Trimalción:
 -¡Soy el único que tiene verdaderos corintios!
 Esperaba yo que de conformidad con su insolencia anterior dijera que le llevaban la vajilla desde Corinto. Pero él con una salida mejor nos dijo:
 -Y quizás quieras saber por qué soy el único en poseer legítimos corintios; pues porque el broncista a quien se los compro se llama Corinto. Y ¿qué puede ser corintio sino lo que sale de Corinto? Y no me tengáis por un paleto: sé pero que muy bien cómo comenzaron los bronces de Corinto. Cuando fue tomada Troya, Aníbal, tipo taimado y gran lagartón, todas las estatuas de bronce y de oro y de plata las amontonó en una hoguera y les prendió fuego; se hicieron una sola masa amalgamada. Y de esta masa cogieron los artesanos e hicieron platos y fuentes y figuritas. Así nacieron los bronces de Corinto, de todos los metales mezclados, ni uno ni otro. Perdonadme lo que voy a decir: yo prefiero para mí las cosas de cristal ya que, por lo menos, no huelen. Y si no se rompieran, incluso las preferiría al mismo oro; pero la realidad es que andan por el suelo.
 51.-El caso es que hubo un artesano que hizo una taza de cristal que no se quebraba. Fue admitido a la presencia del César con su obsequio; luego hizo como que la alargaba al César y la tiró contra el suelo. El emperador se asustó hasta donde no cabía más. Pero él recogió la taza de tierra: estaba abollada como una vasija de bronce. Luego sacó de su cintura un pequeño martillo y arregló lindamente con toda facilidad la taza. Con esto creía que había tocado las campanillas a Júpiter, especialmente luego que el emperador le dijo:
 -¿Hay alguien más que sepa el secreto de fabricación de estos cristales?
 ¡Fijaos un momento! En cuanto dijo que no, el César mandó que fuese degollado: porque si la cosa se supiera, tendríamos el oro a la altura del betún.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1983, en traducción de Manuel Díaz y Díaz. ISBN: 84-7530-146-0.]
 

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