lunes, 24 de diciembre de 2018

Los poemas del novelista.- Thomas Hardy (1840-1928)


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IV.-La educación de Dios
Interrogaciones de la naturaleza

«Cuando pongo los ojos en el alba, o el lago, / en los campos, las reses o un árbol solitario,
parecen contemplarme fijos, como los niños / temerosos, sentados en silencio en la escuela;

con rostros mortecinos, cohibidos y agotados, / igual que si el maestro con su actitud diaria
en los días de escuela los hubiera sumido / en actitud de miedo que aniquiló sus alegrías primeras.

Así, escucho en las cosas sólo un leve murmullo / (que pudo en otro tiempo haber sido muy claro,
pero que ya es ahora apenas un susurro): / "¿Por qué, por qué será, por qué estamos aquí?

¿Será, acaso, que alguna Vasta Imbecilidad, / con poderes bastantes para hacer y mezclar
y a la vez impotente de cuidar lo creado, / nos hizo como broma y nos dejó en las manos del azar?

¿O salimos de manos de un Autómato ignoto, / que no tiene conciencia de estos nuestros dolores?
¿Seremos, tal vez, restos que prosiguen viviendo / de un ser Divino agónico, que ya ni ve ni siente?

O será que sí existe un plan de gran altura / que aún somos incapaces de llegar a entender,
en el que el Mal acabe por el Bien derrotado, y seamos nosotros / la Perdida Esperanza sobre la que se acerca la Total Plenitud?"

Así me hablan las cosas. Yo me quedo en silencio... / Entretanto, los vientos seguidos de las lluvias,
las antiguas angustias y el dolor de la Tierra / siguen siendo los mismos y la Vida y la Muerte siguen mano con mano.

Nochevieja

"Ya tengo concluido -dijo Dios- otro año, / adornado de grises, verdes, ocres y blancos;
ya he cubierto los suelos con las hojas caídas, / ya he dejado escondido el gusano en la gleba,
y ya he hecho que se acueste el sol final del año".

"¿Y qué tiene todo eso -yo le dije- de bueno? / ¿Qué razones tuviste para hacer que surgiera
de un informe vacío la tierra que pisamos, / cuando hay noventa y nueve razones que se inclinan
a pensar que no hay nada que merezca existir?

Pues, sí, Señor, ¿por qué nos hiciste a nosotros / que sin cesar gemimos en este tabernáculo?
¡Si acaso, una alegría puede encontrarse aquí, / no hay hombre que quisiera haberla conseguido
si no hubiera llegado jamás a conocer!"

Y entonces, "Mis trabajos -dijo- no tienen lógica; / explícalos si puedes, no me toca eso a mí:
yo creé sin sentido, sin sospechar siquiera / que estuviese creando yo mismo una Conciencia
que habría de requerirme razones y porqués.

Resulta muy extraño que efímeras criaturas. / que si existen ha sido porque yo lo ordené,
pudieran acusarme de cortedad de miras, / o asumir pruebas éticas que nunca conocí,
ni preví resultados que pudieran tener!"

Y se hundió en sus arrobos, como siempre había hecho, / y, al abrirle las puertas al Día de Año Nuevo,
de memoria lo hizo, igual que en el pasado, / y siguió sus labores, sin fin, eternamente,
en su modo habitual de despreocupación.


Una queja dirigida al hombre

Cuando lento surgiste desde el cubil del Tiempo, / y ganaste conciencia según ibas creciendo
y te hiciste robusto desde el informe barro,

hombre, ¿por qué motivo se formó en tu cabeza / triste necesidad de tener que crearme,
(una forma a tu imagen) a quien poder rezar?

Mi fuerza, mis poderes, la utilidad que tengo, / todo está sometido a aquél que me creó,
ya que nada en mí mismo puede existir jamás,

pues soy leve ilusión de una linterna mágica / proyectada en lo obscuro sobre confuso fondo,
sin más vida que la del que la proyecta.

"Tal forzado recurso" -acaso dices- "vale / para aliviar, tal vez, a un corazón cansado:
el hombre necesita imaginar un trono

de piedad por encima de las obscuras bóvedas / de este mundo de llantos, o le sería imposible
soportar el fastidio que esperanza terrena  no le puede aliviar".

Desde que me creaste en aquella primera desesperación tuya, / no le ha sido posible al hombre el hacer nada
sin mí cuando amenazan con su terror las sombras;

y ahora que, día a día, me voy difuminando / bajo los deicidas ojos de los profetas,
bajo luz que me impide seguir permaneciendo,

hasta que, así, mañana me disuelva del todo, / sería mejor decir la verdad y enfrentar aquel hecho
que enfrentado debiera haber sido hace años:

el hecho de que debe la vida depender / tan sólo en los recursos del corazón humano,
en fraternidad sólidamente unida, y adornada / con bondad amorosa en todo su esplendor
sin buscar ni saber de una ayuda inventada.»


   [Los textos pertenecen a la edición en español de Ediciones Hiperión, 2002, en traducción de Adolfo Sarabia. ISBN: 84-7517-710-7.]

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