«Era mi primer año escolar, mis primeros días fuera del reino privado de nuestra casa y lengua. Pensaba que el inglés sería una mera versión de nuestro idioma materno. Como otro tipo de abrigo que uno podía llevar. Entonces no sabía lo que significaba la diferencia entre lenguas. Ni que mi lengua se trabaría en las tentativas iniciales; que adquiriría tal rigidez, que se debatiría como un animal caído en una trampa y moribundo en el interior de mi cabeza. Los hablantes nativos puede que no lo sepan, pero el inglés es un trago duro de digerir. En coreano, no existen sonidos diferentes para la L y la R, el sonido es único y sin el trino o redoble barroco del español. No existe la B y la V, ni la P y la F. Siempre pensaba que ciertas palabras las había inventado alguien para torturarnos. Frivolous. Barbarian. Recuerdo que mi padre me dijo: Tienes los ojos dirigidos, en lugar de rojos*, mirándome fijamente al volver a casa después de mi primer porro de marihuana. Me fui a mi habitación y me reí hasta que se me saltaron las lágrimas.
Siempre cometeré errores de dicción. Recuerdo a mi padre y a mi madre, balbuceando ante desconocidos. Lelia dice que hay ciertas vías mentales del habla que jamás pueden ser desaprendidas. A veces sigo diciendo riddle por little, o bent por vent**, aunque sin ningún acento, de forma que quienquiera que me esté escuchando piensa que he perdido momentáneamente el hilo de mi discurso. Pero siempre me oigo descarriando las dos lenguas, confundiéndolas -enfrentándolas, quizá-, ya que existe entre ambas tanto roce y fricción que parece gravitar sobre ellas una perpetua amenaza de conflagración. Fricción. Aflicción. En el jardín de infancia los niños me llamaban "Boca de Mármol", porque hablaba con voz como embrollada mientras pugnaba por que mi lengua atada se moviera como debía.
-Eh, chino -me gritaban los niños negros más mayores desde el otro lado del patio-, ¿qué estás haciendo, practicando?
Y acertaban. Volvía a susurrar todas las palabras y sonidos que había confundido en clase aquella mañana y trataba de traer a mi memoria la forma de hablar de la niña que siempre llevaba una rebeca azul celeste.
"Así de horriblemente vuela nuestro audaz búho nocturno", decía. Las palabras iban formándose con puntillosidad en sus labios, mientras mantenía erguida la cabeza y el cuello recto y los ojos fijos en la maestra. Alice Eckless. Yo adoraba y aborrecía su altura y su belleza y el brillo como de cebolla de su piel. Sabía que era idéntica a sus padres -larguiruchos, descoloridos, de labios muy finos-, y que cuando les hablaba ellos le respondían con la misma cadencia plana, desvaída, como de hastío y supremacía que ella se dignaba emplear con nosotros.
Alice solía mirarme con aire despectivo cuando me veía dejar el aula para subir al piso de arriba a mi clase diaria especial. A aquella clase la llamaban de Compensación del Habla y yo aceptaba mi presencia en ella sólo por la dificultad que me planteaba el pronunciarla. Los otros alumnos eran inadaptados sociales y a todos los veía con el pelo sucio y con bocas demasiado grandes y frentes demasiado estrechas, y tan obtusos como pedazos de carne. Al estar en su clase, sin embargo, yo era igual que ellos. Éramos los retrasados del colegio, los trastornados, los perdedores que tartamudeaban o tenían accesos de ira o mojaban los pantalones o simplemente no acertaban a articular debidamente las palabras.
Lo cierto es que el estar integrado en aquella clase parecía inequívocamente indicar que venías de un entorno problemático, de un hogar en el que tus padres se peleaban sin cesar o tomaban drogas o te maltrataban físicamente o quizá hablaban una lengua extraña. Algunos de mis compañeros tenían verdaderos problemas de boca u oído, pero al resto nos enviaban a esa clase por un exceso bien de frustración institucional o bien de buena voluntad.
La profesora era una mujer joven -de poco más de veinte años- con el pelo castaño y liso, pecas y un nombre parecido a Haven o Havishaw. Jamás nos pegaba como la señorita Albrecht y era muy apacible, sencilla, nada matronil, vigilante, amable. Nos daba a cada uno de nosotros un pequeño espejo de mano para que nos examináramos la boca mientras hablábamos y luego venía a cada pupitre y practicaba con nosotros. Iba de un alumno a otro, se sentaba directamente enfrente de él o de ella, y decía: Ahora pon la mano en mi garganta. Quería que entendiéramos la vibración requerida por ciertos sonidos. Si el niño no podía reproducir un sonido determinado -la mayoría de nosotros alargaba la mano automáticamente hacia su cuello-, le cogía la mano y se la llevaba ella misma a su garganta y decía algo profundo y emocionante como vampiro y tú pensabas: "Ésta sí que es una maestra, alguien que puede enseñarte", y su piel lechosa y pecosa seguía húmeda del sudor de otras palmas y su respiración tenía un aroma dulce.
Los nombres de los niños laosianos son Ouboume y Bouhoaume. Unos nombres muy bellos. Pienso que el laosiano debería ser nuestro esperanto. Al cabo de unos retozos más, Lelia les sienta con unos libros ilustrados y de cuando en cuando ellos me miran a través del hueco de la mampara, quizá pensando que yo soy el siguiente. A Lelia no le gusta cerrar la puerta corredera y les da unos auriculares y se coloca ella los suyos y me hace una seña para que me una a ellos y así dejen de mirarme. Me levanto y me acerco y se ponen a escuchar una cinta con sonidos de consonantes y luego van repitiendo lo que oyen durante unos diez minutos. El conjunto suena como un nido de grajos. Lelia hace que practiquen con la boca como si estuvieran haciendo escalas al piano. Y al final apaga el casete. Y ellos se quitan los cascos.
-Apretaos los labios -les dice, presionando ella los suyos con los dedos-. Vamos a repetir el sonido de la P. Esta vez de forma que podamos oírnos a nosotros mismos. Acordaos de la P. Para pronunciar la P, echad de golpe el aire entre los labios, como si echarais humo.
Ellos repiten las palabras que ella va diciendo: papa, pickle, paint, peep, pool***.»
*Led ("guiados", "dirigidos"), en lugar de red ("rojos"). (N. del T.)
**"Acertijo" por "pequeño", "doblado" por "abertura de ventilación". (N. del T.)
*** "Papá, pepinillo en vinagre, pintura, mirar a hurtadillas, piscina". (N. del T.)
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2001, en traducción de Jesús Zulaika. ISBN: 84-339-6929-3.]
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