jueves, 13 de diciembre de 2018

El economista camuflado.- Tim Harford (1973)


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8.-Por qué los países pobres son pobres
¿Existe una oportunidad para el desarrollo?

«Los especialistas en desarrollo, a menudo, se concentran en ayudar a los países pobres a que se conviertan en países ricos por medio de la mejora de su educación primaria y de su infraestructura, como carreteras y teléfonos; y eso, sin duda, es algo muy sensato. Desafortunadamente, esto sólo representa una pequeña parte del problema. Los economistas que han dejado de lado las estadísticas o se han dedicado al estudio de información menos común como, por ejemplo, los ingresos de un camerunés en Camerún y los de un camerunés que emigró a Estados Unidos, han descubierto que ni la educación, ni la infraestructura, ni las fábricas explican en lo más mínimo el abismo existente entre los ricos y los pobres. Debido a su pésima educación, Camerún tal vez sea dos veces más pobre de lo que podría ser. Debido a sus espantosa infraestructura, es casi otras dos veces más pobre. Por lo tanto, sería esperable que fuera cuatro veces más pobre que Estados Unidos, pero en realidad es cincuenta veces más pobre. Pero, lo que es más importante aún: ¿por qué parece que los cameruneses no hacen nada al respecto? ¿No podrían las comunidades camerunesas mejorar sus escuelas? ¿Los beneficios de hacerlo no superarían fácilmente los costes? ¿No podrían los empresarios cameruneses construir fábricas, comprar patentes tecnológicas, buscar socios en el extranjero... y hacer una fortuna?
 Evidentemente, no. Mancur Olson demostró que es la cleptomanía en las altas esferas la que detiene el crecimiento de los países pobres. Sin embargo, tener por presidente a un ladrón no significa necesariamente estar condenado al fracaso: ese presidente podría preferir activar la economía y entonces tomar una ración más grande de la tarta. Sin embargo, en términos generales, la práctica del saqueo se extenderá, ya sea porque el dictador no se siente seguro en su puesto, ya sea porque, para conservar el apoyo con el que cuenta, debe permitir que otros también roben.
 Entonces, el desarrollo se trunca en la base de la pirámide de la riqueza, porque las reglas y las leyes de la sociedad no fomentan ni los proyectos ni los negocios que favorecerían el bien común. Los empresarios no crean negocios de manera oficial (es demasiado difícil) y así no pagan impuestos; los funcionarios demandan proyectos ridículos en beneficio de su propio prestigio o de su enriquecimiento personal; los alumnos de primaria no se preocupan por conseguir una cualificación que devendrá irrelevante.
 No es una novedad escuchar que la corrupción y los perversos incentivos son un factor importante, pero tal vez sí sea novedoso descubrir que el problema de las retorcidas leyes e instituciones explica no sólo una pequeña parte de la brecha entre Camerún y los países ricos, sino casi la totalidad de la misma. Los países como Camerún están muy por debajo de su propio potencial, aun si se tiene en cuenta la deficiente infraestructura, la baja inversión y la mínima educación. No obstante, mucho peor que eso es la red de corrupción que frustra todo intento de desarrollar la infraestructura, atraer la inversión y mejorar la calidad de la educación.
 El sistema educativo de Camerún sería de mayor calidad si las personas tuvieran un incentivo para obtener una mejor educación, es decir, si la meritocracia reinara y fueran las buenas calificaciones y la verdadera cualificación -en vez de los contactos personales- las que determinaran la obtención de los puestos de trabajo. Camerún tendría una mejor tecnología y más fábricas abiertas si el clima de inversión fuera el correcto, tanto para los inversores extranjeros como para los nacionales, y si las ganancias no fueran devoradas por los sobornos y los trámites burocráticos.
 La pequeña dosis de educación, tecnología e infraestructura que posee Camerún  podría aprovecharse mucho mejor si la sociedad estuviera organizada para premiar las ideas buenas y productivas. Pero no es así.
  Aun cuando todavía no contamos con una buena palabra que describa lo que en realidad falta en Camerún (y en los países pobres de todo el mundo), estamos empezando a entender de qué se trata. Algunos lo llaman "capital social" o tal vez "confianza". Otros lo denominan "imperio de la ley" o "instituciones", pero éstos no son más que etiquetas. El problema es que Camerún, al igual que otros países pobres, es un mundo patas arriba, en el cual la mayoría de sus habitantes está interesada en hacer algo que directa o indirectamente daña a los demás. Los incentivos para generar riqueza de cualquier modo que sea posible están tan completamente prendidos en sus cabezas como, seguramente, lo está el techo de la biblioteca de la escuela.
 La podredumbre comienza con el Gobierno, pero afecta a la sociedad entera. No tiene sentido invertir en un negocio porque el Gobierno no lo protegerá contra los ladrones (así que bien podrías convertirte en ladrón). No tiene sentido pagar la factura del teléfono porque nadie puede llevarte ante la justicia (así que tampoco tiene sentido ser una empresa telefónica). No tiene sentido educarte porque los trabajos no son distribuidos en función de los méritos (y, aunque así fuera, no puedes pedir prestado dinero para pagar la educación privada, pues los bancos no conceden créditos y el Gobierno no posee buenas escuelas). No tiene sentido establecer un negocio importante porque los funcionarios aduaneros serán los únicos que se beneficien (y, por ello, existe tan poco intercambio comercial lo que, a su vez, hace que la oficina aduanera no consiga los fondos suficientes y, entonces, busque con más ahínco oportunidades para sobornar).
 Ahora que comenzamos a entender la gran importancia que tiene todo este asunto, podemos empezar a arreglarlo. Sin embargo, como la naturaleza misma del problema es oponer resistencia a las soluciones, será un proceso lento y difícil.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Temas de Hoy, 2007, en traducción de Redactores en Red. ISBN: 978-84-8460-617-8.]

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