1.-Niebla
2016
«Los patios enormes, anejos a las vías y las huertas, perfectos para el trapicheo. La verja penitenciaria, las canchas oscuras en la tarde nocturna de invierno. Nadie por ningún sitio. En la puerta principal todo me parece pequeño. El instituto, como algunos adultos a los que pierdes la pista y reencuentras en tu adultez, ha encogido. ¿Cómo entraba por esas puertas? Reconozco más o menos el interior. El zaguán está lleno de murales con los típicos motivos de exaltación democrática y solidaria de cualquier instituto público, sólo ha cambiado la factura. Nosotros los hacíamos con cartulina y tijeras y ahora todo está impreso y diseñado con programas. Pasa, Sergio, me dice el director, un hombre nervioso y amable, en los cincuenta y pico, con el pelo un poco largo e indumentaria hippie matizada por el funcionariado. Tenemos alguna sorpresa para ti, pero luego te la damos. Vamos a buscarte en las orlas, ¿en qué año terminaste? Hice la selectividad en el noventa y siete. Ajá, tendrías que estar aquí. No estaré, no te molestes. Hombre, que sí, ¿cómo no vas a estar? ¿Por la de o por la eme? Por cualquiera. A ver... Pues va a ser verdad que no estás. ¿Seguro que era el año noventa y siete? Segurísimo, éstos son mis compañeros, los reconozco, pero faltan también algunos de mis amigos. Joder, ¿y por qué no estás? No me digas que nos falta el ex alumno ilustre. Tampoco veo a Asteres, ni a Andrea, ni a los que me importan. Pero, vamos a ver, ¿qué pasó?, me dice. Pues supongo que boicoteamos la orla, digo, que la idea nos pareció cursi, americana, burguesa, de derechas. Seguro que fue eso, nos pareció de derechas y con diecisiete años no hacíamos nada que pareciese de derechas. No como ahora, pienso, que llevo un gabán de derechas y un jersey de derechas y unas zapatillas que parecen informales pero podrían ser de derechas. Voy mucho más de derechas que el director del instituto, pero eso es normal. Cualquiera parece de derechas junto al director de un instituto público, porque la izquierda-izquierda de España se compone de directores de institutos públicos. Por eso saca tan pocos votos, la izquierda-izquierda, porque no hay tantos directores de institutos públicos. De derechas, ¿no?, dice el director, y por un instante creo que se refiere a mí. La orla, dice, y yo respondo sí, claro, la orla era de derechas. Se ríe. Tenemos una cosa donde sí saliste con foto, luego te la enseñamos.
Subimos al salón de actos y todo parece igual que hace veinte años. Mejor, de hecho. No hay nada roto. Antes todo estaba destrozado, porque lo rompíamos constantemente. Sí, erais mucho más vándalos y violentos, pero eso se acabó hace años, me dice un profesor, y me extraña, porque el apocalipsis diario de la prensa insiste en que los institutos públicos son zonas de guerra donde reinan unos condottieri que abusan de todo el mundo. Qué va, me dice el profesor, vosotros erais muchísimo más bestias y más duros. Ya nadie rompe un extintor ni una cristalera ni una mesa. En mis tiempos, digo, y digo mis tiempos, en plural, como el viejo de derechas que soy, arrancábamos las puertas de sus marcos, desatornillábamos las patas de las sillas, rajábamos con navajas las paredes, pintábamos en la pizarra con típex y sacábamos los listones de la tarima. Una vez nos obligaron a pagar el cristal de una manguera contraincendios que hicimos añicos y nos pusimos de acuerdo para llevar el importe en monedas de una peseta. Eran veinte mil, se llenó una bolsa de basura. No había presupuesto ni tiempo para arreglar todo lo que destrozábamos. Y el acoso era atroz. El profesor asiente: y más grave que el de ahora. Sí, entonces no salía en los periódicos y no se debatía en los consejos escolares y quizá por eso era peor, porque ningún ojo lo controlaba. [...] Eso sucedía a diario y casi nunca llamaba la atención de los profesores, que andaban oportunamente encerrados en el claustro, tomando café y subiendo el volumen de la tele para no oír nuestro alboroto. Sois mayores, decían. Apañaos. Ya no son tan salvajes como vosotros, me dice el profesor. En general, son muy buenos chicos. Los problemas son otros. De integración, de pobreza. En fin, ya sabes, pero el vandalismo no existe como en tus tiempos.
Me siento en el escenario del salón, junto al director. [...] Se levanta y me quedo solo en el escenario. ¿Qué voy a hacer? ¿En serio voy a hablar de mi libro a estos alumnos que parecen tan educados? Pienso en lo que me ha dicho el director en el despacho: es muy importante para nosotros que venga gente como tú. Ya ves cómo es esto, los problemas que tenemos, la cantidad de alumnos inmigrantes. Qué te voy a contar sobre el barrio. Que vean a un escritor que ha salido de aquí, que ha sido como ellos, es importantísimo. Si lo es, me pregunto, no puedo pasarme la hora siguiente hablando de un libro que les da igual. [...] Pienso en hablar de Antonio. Fijaos, les diría, en este mismo lugar sucedió lo de los falsos nazis. ¿No habéis oído hablar del festival que reventaron los falsos nazis de Antonio Aramayona? ¿Cómo no aparece en los anales del instituto? Yo estaba allí, y señalaría a mi izquierda, donde sigue estando el control de sonido y de las luces. Fue hace más de veinte años. Joder, me digo y me repito: fue hace más de veinte años, y ese joder suena fuerte en mi cabeza, un joder definitivo y viejo.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Penguin Random House, 2017. ISBN: 978-84-264-397-3326-3.]
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