3.-El gran cambio
«Aunque Atenas y Esparta eran los principales antagonistas en esta guerra, en escasas condiciones se encontraron en el campo de batalla y la única ocasión importante en la que sucedió fue en Tanagra, donde venció Esparta. Aun entonces los espartanos fracasaron o se negaron a atacar a Atenas. No obstante, la guerra era esencialmente entre Atenas y Esparta, y en último término se debatía el control de Grecia. Se iba comprendiendo que no había cabida para ambas dentro de Grecia o, más bien que si Atenas intentaba extender su dominio, Esparta tenía que impedírselo. Ninguna de las dos tenía una idea clara de cómo lograr una victoria definitiva o, caso de ganarse, de cómo explotarla. Ambos bandos carecían de tropas suficientes para conservar las posesiones del otro si llegaban a apoderarse de ellas y carecían de una experiencia comparable a la de los sátrapas persas, en el gobierno de amplios territorios poblados por sujetos extranjeros. En esta etapa, tanto el deseo de una solución final como las ideas acerca de su acertada utilización deben de haber sido vagas. Puede que los atenienses pensasen que habían hecho un gran progreso al conquistar Egina; puede que los espartanos pensasen algo semejante después de Tanagra. Sin embargo, Atenas no sacó todo el provecho posible de Egina como tampoco Esparta de Tanagra. En los años siguientes, el deseo de una solución definitiva se hizo más insistente, estando siempre presente en algunas mentes, incluso si no tenía un perfil firme.
Militarmente, las diferencias entre ambos estados eran enormes. Esparta se vanagloriaba de educar a sus ciudadanos para la guerra. Eran soldados profesionales, severamente adiestrados, disciplinados y dispuestos a cualquier sacrificio. En esto los atenienses, voluntarios o aficionados, nunca podían competir en condiciones. Es posible que Temístocles forzase la verdad con vistas a conseguir una flota cuando dijo que el ejército ateniense nada tenía que hacer ni siquiera contra los beocios, pero puede haber cierta parte de razón en la opinión del Viejo Oligarca de que "la infantería ateniense tenía fama de ser muy débil". Además el ejército ateniense era desigual. Mientras que en Esparta los reyes guiaban el ejército a la batalla, en Atenas lo hacían generales elegidos por la Asamblea. Los reyes espartanos tenían la ventaja de haber sido entrenados para la guerra desde su infancia. El precio de esto era que, en ocasiones, reaccionaban contra la disciplina, causando temor y ansiedad en el país. Los generales atenienses se elegían por votación libre, y en conjunto, fueron bien elegidos. Los votantes eran a menudo soldados o ex soldados que sabían muy bien lo que requería un general. Las elecciones populares de Temístocles para Salamina y después de Cimón estaban suficientemente justificadas. Pero incluso los generales atenienses con experiencia resultaban aficionados comparados con los correspondientes espartanos. En líneas generales podemos decir que los espartanos confiaban a la disciplina y al entrenamiento lo que los atenienses hacían por improvisación y alta moral. Ambos estilos militares tenían sus defectos. Los espartanos, probablemente, eran excesivamente cautelosos y toscos en sus métodos; los atenienses, demasiado precipitados y propensos a hacer planes insuficientes. Los espartanos eran superiores en tierra pero los atenienses dominaban ahora, como antes lo había hecho Egina, el mar y su control les daba acceso a cualquier lugar que quisiesen. Sólo con muy mala suerte, otra flota, como la de Corinto, podía derrotarles y esto raras veces sucedía. Con todo, una flota sólo podía asegurar el imperio por mar pero de poco podía servirle por tierra. Los atenienses podían ser, con mucho, los mejores marineros de la época, pero no los mejores soldados. Cuando en 446-445 Atenas hizo la paz con Esparta, no se había resuelto nada. Ambos bandos se concedían una tregua para restablecer sus recursos y entrenar a sus hombres para una próxima guerra.
En su proceso de expansión imperial desarrolló una nueva manera de fortalecerse en el exterior. Al llegar al poder, Pericles decidió que para tener seguros ciertos lugares de capital importancia para Atenas era necesario que los ocupasen ciudadanos atenienses. De este modo promovió estos establecimientos en el extranjero. Ayudaban, sin duda, a solucionar el problema del exceso de población de Atenas, pero esto era secundario. Lo esencial era que estos hombres, enviados a diferentes lugares, servían de guarnición entre los aliados sometidos. En 447, bajo la supervisión personal de Pericles, se estableció una de estas cleruquías, como se les llamaba, en el Quersoneso tracio -la costa oeste de los Dardanelos-. Se adquirieron tierras de los indígenas y se adjudicaron haciendas a mil ciudadanos atenienses, en su mayoría pobres y desempleados, asignándolos a las diversas ciudades. Pagaron las tierras mediante una reducción tributaria en los lugares afectados. El país era peligroso, por lo que se construyó una muralla en el istmo para mantener alejados a los bárbaros tracios.
Otros movimientos análogos se sucedieron, aunque no siempre con el mismo propósito. En el establecimiento de las cleruquías en las islas norteñas de Lemnos e Imbros podía aducirse el pretexto de que ayudaban también a proteger las rutas comerciales que atravesaban los Dardanelos. Pero el pretexto ya no era válido para las cleruquías establecidas poco después en Eubea, Histiea y en las islas cíclades de Naxos y Andros. Se seguía en ellos un procedimiento muy semejante al utilizado en el Quersoneso, pero el número de colonos en cada lugar no sobrepasaba los quinientos.»
[El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 1974, en traducción de Alicia Yllera. ISBN: 84-206-1514-5.]
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