Nemea V (483)
A Píteas de Egina, vencedor en el pancracio juvenil
«No soy escultor como para labrar inmóviles estatuas que sobre su propio pedestal
se mantengan en pie. ¡Ea, pues, dulce canto!, en toda nave de carga y en esquife cualquiera
zarpa desde Egina y en todas partes anuncia
que el hijo de Lampón, Píteas poderoso,
conquistó en Nemea la corona del pancracio,
cuando aún no mostraba en sus mejillas la madurez del estío, madre de la tierna flor del vino,
y a los héroes belicosos, nacidos de Cronos y de Zeus y de las aúreas hijas de Nereo,
a los Éacidas honró, igual que a su ciudad madre, amada tierra de forasteros.
Rica en rectos varones y en naves famosa
la hicieron antaño, ante el altar de su padre Helenio
puestos en pie -y a la vez extendieron sus manos al cielo-
los muy conocidos hijos de Endeida y el poder del soberano Foco,
él, el hijo de una diosa, al que Psamatia parió cabe el estruendo del ponto.
Me avergüenza decir algo violento y que no se ha aventurado con justicia:
cómo abandonaron la isla gloriosa y qué hado a estos esforzados varones
expulsó de Enona. Detenerme quiero. Cierto, no toda verdad es provechosa
cuando muestra su faz auténtica,
y el silencio es con frecuencia el más sabio pensamiento para el hombre.
Pero si place enaltecer la dicha o el vigor de las manos o la guerra armada de hierro, ¡que alguien
lejos de aquí me cave los lugares del salto! Tengo en mis rodillas impulso ligero;
y hasta el otro lado del mar se remontan las águilas.
Complaciente, en honor de aquéllos, cantó también en el Pelión
el bellísimo Coro de las Musas y, en medio de ellas,
su lira de siete voces pulsó Apolo con plectro de oro,
y dirigió sus variadas tonadas. Y primero cantaron, comenzando por Zeus, a Tetis augusta
y a Peleo: cómo la tierna hija de Creteo, Hipólita, con engaño quiso
encadenarlo, y a su amigo, señor de los Magnesios,
esposo suyo, lo persuadió con astutos consejos
de que él -Peleo- intentó gustar de su cama nupcial, en el lecho.
Pero fue lo contrario; pues muchas veces, con toda pasión
le suplicó ella provocante. Mas irritaron el corazón de Peleo sus palabras osadas,
y al punto rechazó a la joven esposa, temiendo la cólera de su padre (Zeus) que vela
por la hospitalidad. Bien lo tuvo éste en cuenta y señales le dio el que mueve desde el cielo las nubes,
Zeus, rey de los Inmortales, de que pronto
conseguiría del mar, como esposa, a una de las hijas de Nereo, las de ruecas de oro,
tras persuadir a Posidón, su cuñado, que desde Egea acude con frecuencia al célebre Istmo Dorio.
Allí le reciben, al dios, grupos alegres al son de la flauta,
y porfían con el osado vigor de sus rodillas.
El Destino innato decide sobre todas
las obras. Dos veces tú en Egina, Eutímenes,
caíste en brazos de la Victoria y mereciste himnos de varios acentos.
En verdad siguió tus pasos tu tío y ahora da gloria al pueblo de la raza de aquél (Peleo), oh Píteas.
Favorable le ha sido Nemea y el mes de esa tierra, mes que ama Apolo.
A jóvenes de su misma edad, acá llegados, en casa los venció
y en el alcor de Niso con su valle hermosamente inclinado. Me alegra
que en nobles cosas contienda toda ciudad.
Sábelo: por la dichosa enseñanza de Menandro, de tus esfuerzos la recompensa dulce
conseguiste. De Atenas ha de ser quien forme para el atlético certamen.
Si ahora vas a Temistio para cantar, no te quedes yerto. ¡Da tu voz,
y tensa a lo alto las velas hasta el yugo del mástil
y proclama que cual púgil y en el pancracio arrebató él en Epidauro doble honor,
triunfando, y a los vestíbulos de Éaco
lleva verdeantes guirnaldas de flores con el favor de las rubias Gracias!»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gredos, 1996, en traducción de Alfonso Ortega. ISBN: 84-249-0928-3.]
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