martes, 18 de diciembre de 2018

El buen soldado.- Ford Madox Ford (1873-1939)


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Tercera parte

«Edward no se encontraba bien en aquella época, la causa, en su opinión, era un exceso de trabajo en los asuntos de su regimiento..., por entonces llevaba el comedor para oficiales. Y Leonora tampoco estaba bien: empezaba a temer que su matrimonio resultara estéril. Y a continuación el coronel Powys vino de Glasmoyle a pasar una temporada con ellos.
 Eran tiempos difíciles para Irlanda, según tengo entendido. En cualquier caso el coronel estaba obsesionado con los colonos: los suyos habían disparado contra él en varias ocasiones. Y, al conversar con el administrador de Branshaw, se le metió en la cabeza que Edward trataba  a los arrendatarios con una generosidad absurda. También tengo entendido que aquellos años, la década de los noventa, fueron muy malos para la agricultura. El trigo se pagaba tan sólo a unos pocos chelines las cien libras; el precio de la carne era tan bajo que el ganado apenas amortizaba lo que costaba criarlo, en Inglaterra se arruinaron condados enteros. Y Edward concedía a sus arrendatarios reducciones muy importantes.
 Para hacerles justicia a los dos es preciso decir que Leonora ha reconocido más tarde que estaba equivocada y que Edward seguía un plan mucho más previsor al proteger a sus mejores colonos durante una época difícil. No era como si todos sus ingresos procedieran de la tierra; una buena parte procedía de los ferrocarriles. Pero el viejo coronel Powys tenía la mosca detrás de la oreja y, aunque nunca abordó directamente a Edward para tratar de aquel tema, se dedicaba a adoctrinar a Leonora siempre que se le presentaba una oportunidad. Su idea favorita era que su yerno despidiera a todos sus arrendatarios e importara un grupo de agricultores escoceses. Eso era lo que estaban haciendo en Essex. Su opinión era que Edward se dirigía a pasos agigantados hacia la ruina.
 Esto preocupó mucho a Leonora..., le preocupó horriblemente; no conciliaba el sueño por las noches; tenía un rictus de ansiedad en la boca. Y esto, a su vez, preocupaba a Edward. No quiero decir que Leonora llegara a hablar con su marido de los colonos, pero él se enteró de que alguien, probablemente su suegro, había estado hablando con ella sobre el tema. Llegó a saberlo porque era costumbre del administrador hacerles una visita todas las mañanas hacia la hora del desayuno para informarle de cualquier contingencia. Y había un colono llamado Mumford que sólo había pagado la mitad de la renta en los tres últimos años. Una mañana el administrador explicó que no iba a estar en condiciones de pagar la renta en todo el año. Edward reflexionó un momento y luego dijo algo así como:
 -Bueno, es un hombre mayor y su familia lleva más de dos siglos arrendando nuestras tierras. Que no pague nada.
 Y entonces Leonora -recuerde usted que por entonces tenía razones para estar muy nerviosa y sentirse desgraciada- dejó escapar un sonido que se parecía mucho a un gemido. Aquello sobresaltó a Edward, que tenía algo más que sospechas sobre lo que estaba pasando por la mente de su mujer..., le sobresaltó y logró enojarle. Dijo con tono cortante:
 -No querrás que me deshaga de personas que han ganado dinero para nosotros durante siglos, personas que son responsabilidad nuestra, y ponga en su lugar a una pandilla de colonos escoceses, ¿no es cierto?
 Su marido le lanzó, según me explicó Leonora, lo que era prácticamente una mirada de odio y luego se levantó de la mesa a toda prisa. Leonora se dio cuenta de que probablemente el hecho de que su marido hubiese dado rienda suelta a su indignación delante de terceros sólo servía para empeorar las cosas. El administrador, un hombre moderado y bien equilibrado, cuya familia también llevaba más de un siglo con los Ashburnham, se encargó de explicar que, en su opinión, Edward estaba llevando una política perfectamente válida con sus arrendatarios. Quizá se pasaba un poco del lado de la generosidad, pero los malos tiempos eran los malos tiempos, y todo el mundo tenía que apretarse el cinturón, tanto el terrateniente como los colonos. Lo fundamental era no permitir qua la tierra se cultivara mal. Los granjeros escoceses se limitaban a agotar los campos y hacían que cada vez fuesen menos fértiles. Pero Edward tenía un grupo excelente de arrendatarios que trabajaban lo mejor posible para él y para ellos mismos. Por aquel entonces estos argumentos tuvieron muy poco efecto sobre Leonora. Pero de todas formas lo que más le preocupó fue el estallido de indignación de su marido.
 Lo cierto es que Leonora había estado haciendo economías en su departamento. Despidió a dos de las doncellas sin sustituirlas; también gastó mucho menos en ropa durante aquel año. Los menús que preparó para las cenas que daban en su casa fueron mucho menos abundantes y mucho menos costosos que en años anteriores y Edward empezó a advertir la dureza y la determinación del carácter de su mujer. La parecía ver una red que se iba estrechando a su alrededor: una red en la que se verían obligados a vivir como si fueran una de las familias acomodadas (comparativamente pobres) de la zona. Y, de la misteriosa manera en que dos personas que viven juntas llegan a saber lo que piensa el otro sin intercambiar una sola palabra, Edward se había enterado, incluso antes de su estallido, de que a Leonora le preocupaba su manera de administrar las propiedades. Eso le pareció intolerable. Y además se despreciaba intensamente a sí mismo por haberle hablado con aspereza delante del administrador. Leonora imaginó que su marido estaba empezando a acobardarse, y con toda seguridad muy pocos hombres podrían ser tan desgraciados como Edward en aquel período.
 Comprenda usted que en realidad era un hombre muy ingenuo..., extraordinariamente ingenuo. Creía que nadie puede llevar a cabo satisfactoriamente su tarea en la vida sin la cooperación leal y sincera de la mujer con la que vive. Y empezaba a advertir oscuramente que, mientras sus propias tradiciones eran enteramente comunitarias, su mujer era una individualista en estado puro. Su propia teoría, la teoría feudal de un señor que hace todo lo que está en su mano por los que de él dependen, y éstos a su vez le pagan en la misma moneda, era algo completamente ajeno al modo de ser de Leonora. Su mujer procedía de una familia de pequeños propietarios irlandeses: una guarnición hostil en un país saqueado. Y además Leonora pensaba incesantemente en los hijos que quería tener.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1995, en traducción de José Luis López Muñoz. ISBN: 84-376-1358-2.]

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