jueves, 4 de octubre de 2018

La riqueza de las naciones.- Adam Smith (1723-1790)


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Libro segundo: De la naturaleza, acumulación y empleo del capital
De la acumulación del capital o del trabajo productivo e improductivo

«Existe un tipo de trabajo que aumenta el valor al objeto al cual se aplica y hay otro tipo que no tiene ese efecto. El primero, en tanto que produce valor, puede denominarse trabajo productivo; y el segundo, trabajo improductivo. De este modo, el trabajo de un obrero industrial añade generalmente al valor de los materiales con los que trabaja el de su propia manutención y el del beneficio de su superior. En cambio, la labor de un sirviente no añade valor  a nada. Aunque el superior haya adelantado al obrero industrial su salario, nada viene a costarle en realidad, porque el valor de ese salario se recupera normalmente junto con el beneficio en mayor valor del objeto sobre el que emplea su trabajo. Por otro lado, la manutención de un sirviente nunca se recupera. Un hombre se hace rico si contrata a muchos obreros, pero empobrece si mantiene a una multitud de sirvientes. El trabajo de estos últimos tiene valor y merece una remuneración tanto como el de los primeros. Pero el trabajo de un obrero industrial se fija en un objeto concreto o producto vendible, que perdura a lo largo de algún tiempo una vez finalizado el trabajo. Representa, por así decirlo, cierta cantidad de trabajo acumulada y almacenada para ser empleada, si es necesario, en otra ocasión. El objeto, o lo que es lo mismo, el precio del objeto puede más adelante, si es necesario, poner en movimiento una cantidad de trabajo igual a la que originalmente lo produjo. Pero el trabajo de un sirviente, por el contrario, no se fija ni incorpora en ningún objeto concreto ni producto vendible. Sus servicios perecen normalmente en el mismo momento de ser prestados y es raro que dejen valor alguno a cambio del cual pueda conseguirse después una cantidad de servicios igual.
 Algunos de los trabajos más respetables de la sociedad son como el de los sirvientes: no producen valor alguno que se fije o incorpore en un objeto permanente o producto vendible, que perdure una vez realizado el trabajo, y a cambio del cual se pueda procurar después una misma cantidad de trabajo. El soberano, por ejemplo, y todos los altos cargos que lo sirven, tanto de justicia como militares, el ejército y la marina completos, son trabajadores improductivos. Son servidores públicos y son mantenidos con una fracción del producto anual del trabajo de otras personas. Sus servicios, por muy honorables, útiles y necesarios que sean, no producen nada a cambio de lo cual pueda conseguirse después igual cantidad de servicios. La protección, seguridad y defensa de la comunidad, que son el efecto de su trabajo de un año, no comprará la protección, seguridad y defensa del próximo año. En la misma categoría hay que situar algunas de las profesiones más serias e importantes y también algunas de las más liberales: sacerdotes, abogados, médicos, hombres de letras, actores, payasos, músicos, cantantes de ópera, bailarines, etc. El trabajo del más modesto de todos ellos tiene un valor determinado, según los mismos principios que regulan el de cualquier otro tipo de trabajo; y el del más noble y útil no produce nada que pueda después comprar o procurar una cantidad igual de trabajo. Como el guión del actor, la dialéctica del orador y la melodía del músico, la labor de todos ellos perece en el mismo instante de su producción.
 Los trabajadores tanto productivos como improductivos y aquellos que no trabajan en absoluto, son todos ellos mantenidos con el producto anual de la tierra y el trabajo del país. Este producto puede ser muy grande, pero jamás infinito, ya que siempre tendrá unos límites. Por ello, en función de que la proporción destinada cada  año a mantener trabajadores improductivos sea menor o mayor, quedará más para los productivos en algunos casos que en otros, y el producto anual del año siguiente será, en consecuencia, mayor o menor.
 La proporción entre trabajadores productivos e improductivos en cada país depende, en gran medida, de la relación entre esa parte del producto anual que, tan pronto como surge de la tierra o de las manos de los trabajadores productivos, se destina a reponer el capital y la que adopta la forma de ingreso, ya sea como renta o beneficio. Esta relación no es acorde entre los países ricos y los pobres. [...]
 La proporción entre capital e ingresos parece determinar en todas partes la relación entre trabajo y ocio. Cuando predomina el capital, prevalece el trabajo; cuando lo hace el ingreso, predomina la pereza. Cada incremento o disminución del capital, por tanto, tiende naturalmente a incrementar o disminuir la cantidad real de trabajo, el número de trabajadores productivos y el además el valor del cambio del producto anual de la tierra y el trabajo del país, la riqueza real y el ingreso de todos sus habitantes.
 Los capitales crecen con la frugalidad y disminuyen con la prodigalidad y la mala gestión.
 Todo lo que una persona ahorra de sus ingresos lo añade a su capital y lo invierte en emplear un número adicional de trabajadores productivos o permite que lo haga otra persona, prestándoselo a cambio de un interés, es decir, una participación en los beneficios. Así como el capital de un individuo puede alargarse gracias a los ahorros de sus ingresos o ganancias anuales, lo mismo sucede con el capital de una sociedad, que es lo mismo que el capital de todos los individuos que la componen y sólo puede crecer de este modo.
 La frugalidad, y no el trabajo, es la causa inmediata del aumento del capital. El trabajo suministra, con toda seguridad, el objeto que la frugalidad acumula. Pero por mucho que el trabajo consiga, si no ahorra en sobriedad, el capital jamás podrá crecer.
 La frugalidad, al incrementar el fondo destinado a mantener la mano de obra productiva, tiende a incrementar el número de dicha mano de obra, cuyo trabajo aumenta el valor del objeto. De este modo tiende a aumentar el valor de cambio del producto anual de la tierra y el trabajo del país; pone en marcha una cantidad adicional de trabajo, lo que otorga un valor adicional al producto anual.
 Lo que cada año se ahorra se consume regularmente, por un conjunto diferente de personas, en el mismo período y casi al mismo tiempo. La parte de ingresos que un hombre rico gasta anualmente es, en la mayoría de los casos, consumida por invitados ociosos y sirvientes que no dejan nada a cambio de su consumo. La fracción que ahorra anualmente, y que al buscar una rentabilidad la invertirá enseguida como capital, resulta consumida del mismo modo y casi en el mismo momento, pero por otro tipo de personas: trabajadores, operarios y artesanos que aportan un beneficio al valor anual de su consumo. [...]
 El único uso que se debe dar al dinero es la circulación de bienes de consumo. A través de él, las provisiones, los materiales y los productos terminados, se compran, venden y distribuyen entre sus respectivos consumidores.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ciro Ediciones, 2011, en traducción de Carlos González. Depósito legal: M-7407-2011.]

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