Libro III: La propensión a consumir
9.-La propensión a consumir.
II. Los factores subjetivos
«I.- Queda por ver la segunda clase de
factores que afectan el monto del consumo realizado con cierto ingreso o sea
aquellos alicientes subjetivos y sociales que determinan lo que se ha de gastar,
dado el volumen total del ingreso medido en unidades de salarios y dados
también los principales factores objetivos que ya se han examinado. Mas como el
análisis de estos factores no presenta novedad alguna, tal vez sea suficiente
hacer una relación de los más importantes, sin extenderse más allá en
considerarlos.
Hay en general ocho motivos o fines
importantes de carácter subjetivo que impulsan a los individuos a abstenerse de
gastar sus ingresos:
1) formar una reserva para contingencias imprevistas;
2) proveer para una anticipada relación futura entre el
ingreso y las necesidades del individuo y su familia, diferente de la que
existe en la actualidad, como, por ejemplo, por lo que respecta a la vejez, la
educación de la familia o el sostenimiento de quienes dependen de uno;
3) gozar del interés y la apreciación, es decir, porque
un consumo real mayor en fecha futura se prefiera a un consumo inmediato menor;
4) disfrutar de un gasto gradualmente creciente, ya que
complace más al instinto normal la perspectiva de un nivel de vida que mejore
gradualmente que lo contrario; aun cuando la capacidad de satisfacción vaya
disminuyendo;
5) disfrutar de una sensación de independencia y del
poder de hacer cosas, aun sin idea clara o intención definida de acción
específica;
6) asegurarse una masse de manoeuvre para
realizar proyectos especulativos o de negocios;
7) legar una fortuna;
8) satisfacer la pura avaricia, esto es, inhibirse, de
modo irracional pero insistente de actos de gasto como tales.
Podríamos
llamar a estos ocho motivos: precaución, previsión, cálculo, mejoramiento,
independencia, empresa, orgullo y avaricia; e incluso podríamos formular una
lista correspondiente de motivos para consumir, tales como disfrute, imprevisión, generosidad,
error, ostentación y extravagancia.
Además de los ahorros acumulados por
individuos, también hay esa gran proporción de ingreso, variable quizá entre
uno y dos tercios de la acumulación total en una sociedad industrial moderna,
tal como Gran Bretaña o Estados Unidos, que retienen los gobiernos centrales o
locales, las instituciones y sociedades de negocios —por motivos muy semejantes
pero no idénticos a los que impulsan a los individuos, siendo los principales
los cuatro siguientes:
1) el motivo empresa: asegurar recursos para efectuar
mayores inversiones de capital sin tener que incurrir en deuda ni obtener más
capital del mercado;
2) el motivo liquidez: asegurar recursos líquidos para
enfrentarse a las emergencias, las dificultades y las depresiones;
3) el motivo mejoramiento: asegurar un ingreso en
aumento gradual que, incidentalmente, pueda proteger a la gerencia contra la
crítica, ya que el aumento del ingreso debido a la acumulación rara vez se
distingue del crecimiento del mismo debido a la eficacia;
4) el motivo prudencia financiera y el afán de sentirse
seguro haciendo una reserva financiera que exceda del costo de uso y del
suplementario, de manera que se amortice la deuda y se recupere el costo del
activo adelantándose y no atrasándose con relación a la tasa real de desgaste y
obsolescencia, dependiendo la fuerza de este motivo principalmente de la
cantidad y el carácter del equipo productor y la rapidez de los cambios en la
técnica.
Correspondiendo, a estos motivos que
favorecen la retención de parte del ingreso, retirándolo del consumo, también
actúan a veces motivos que provocan un excedente del consumo sobre el ingreso. Algunos
de los motivos de ahorro positivo, clasificados antes como factores que afectan
a los individuos, tienen su contrapartida en el ahorro negativo en fecha
posterior, como ocurre, por ejemplo, con el ahorro hecho para proveer a las
necesidades de la familia o a la vejez. Sería mejor considerar como ahorro
negativo el subsidio a la desocupación financiado por préstamos.
Ahora bien, la fuerza de todos estos motivos variará enormemente, según
las instituciones y la organización de la sociedad económica que supongamos,
según los hábitos formados por la raza, la educación, los convencionalismos, la
religión y las corrientes morales; según las esperanzas y la experiencia, según
la escala y técnica del equipo productor y según la distribución de la riqueza y los niveles de
vida establecidos. En el cuerpo de este libro, sin embargo, no nos ocuparemos
de los resultados de los cambios sociales de largo alcance ni de los efectos
lentos del progreso secular, excepto en digresiones accidentales. Esto quiere
decir que daremos por supuesta la base principal de los motivos subjetivos para
ahorrar y consumir, respectivamente. En la medida en que la distribución de la
riqueza esté determinada de una manera más o menos permanente por la estructura
social de la comunidad, esto puede, igualmente, considerarse como un factor
sujeto nada más a cambios lentos y en largos periodos, lo que podemos dar por
supuesto en el contexto.
II.-Por tanto, ya que la base principal de
los alicientes subjetivos y sociales cambia lentamente, mientras que las
influencias a corto plazo de las alteraciones en la tasa de interés y los demás
factores objetivos son con frecuencia de importancia secundaria, llegamos a la
conclusión de que los cambios a la corta en el consumo dependen en gran parte de
las modificaciones del ritmo con que se ganan los ingresos (medidos en unidades
de salarios) y no de los cambios en la propensión a consumir una parte de los
mismos.
Sin embargo,
debemos precavernos contra una confusión. Lo anterior significa que la influencia
de los cambios moderados en la tasa de interés sobre la propensión a
consumir es generalmente pequeña. No quiere esto decir que las modificaciones
en la tasa de interés tengan sólo una influencia exigua sobre las cantidades
que realmente se ahorran y se consumen; todo lo contrario. La influencia
de cambios en la tasa de interés sobre el monto que realmente se ahorra es de
vital importancia, pero se ejerce en dirección opuesta a la que
generalmente se supone; porque aun cuando la atracción de un ingreso futuro
mayor debido a una tasa de interés más alta tenga por consecuencia el menguar
la propensión a consumir, podemos estar seguros, no obstante, de que un alza de
la misma dará por resultado una reducción de la suma realmente ahorrada. Esto
se debe a que el ahorro total está determinado por la inversión total; un alza
en la tasa de interés (a menos que esté contrarrestada por un cambio
correspondiente en la curva de demanda de inversión) hará bajar la inversión;
de aquí que una elevación de la tasa debe tener el efecto de reducir los
ingresos a un nivel tal que los ahorros desciendan en la misma medida que la inversión;
Como los ingresos bajarán en una suma absoluta mayor que la inversión, es
indudable que, cuando la tasa de interés sube, la de consumo desciende; pero no
quiere decir que por ello habrá un margen mayor para el ahorro; al contrario, ambos
(ahorro y gastos) decrecerán.
En consecuencia, aunque un alza en la tasa de
interés fuera motivo de que la sociedad ahorrara más con un ingreso dado,
podemos estar completamente seguros de que dicha elevación de la tasa de
interés (suponiendo que no ocurra ningún cambio favorable en la curva de
demanda de inversión) hará disminuir el monto global real de los ahorros.
Siguiendo el mismo argumento podríamos averiguar en qué proporción hará
descender los ingresos, ceteris paribus, una elevación de la tasa de
interés; porque los ingresos tendrán que decaer (o ser redistribuidos) en el
monto exacto que se requiere, con la propensión a consumir existente, para
hacer bajar los ahorros en la misma cantidad en que el alza en la tasa de
interés hará bajar las inversiones, con la eficacia marginal existente del
capital. Un examen detenido de esta cuestión ocupará el próximo capítulo.
El alza en la tasa de interés podría
inducirnos a ahorrar más, si nuestros ingresos permanecieran
invariables; pero si la tasa elevada de interés retarda la inversión,
nuestros ingresos no permanecerán ni podrán seguir inalterables. Tienen
forzosamente que bajar hasta que la descendente capacidad para ahorrar haya
compensado lo suficiente el estímulo correspondiente ocasionado por la mayor
tasa de interés. Cuanto más virtuosos seamos, cuanto más resueltamente frugales
y más obstinadamente ortodoxos en nuestras finanzas personales y nacionales,
tanto más tendrán que descender nuestros ingresos cuando el interés suba
relativamente a la eficiencia marginal del capital. La obstinación sólo puede
acarrear un castigo y no una recompensa, porque el resultado es inevitable.
Por tanto,
después de todo, las tasas reales de ahorro y gasto totales no dependen de la
precaución, la previsión, el cálculo, el mejoramiento, la independencia, la
empresa, el orgullo o la avaricia. La virtud y el vicio no tienen nada que ver
con ellos; todo depende de hasta qué punto sea favorable a la inversión la tasa
de interés, después de tener en cuenta la eficiencia marginal del capital. No,
esto es una exageración. Si la tasa de
interés estuviera dirigida de tal manera que mantuviera continuamente la
ocupación plena, la virtud recobraría su dominio; el coeficiente de acumulación de capital dependería de la
debilidad de la propensión a consumir. De este modo y una vez más, el tributo
que los economistas clásicos le ofrendan se debe a su encubierto supuesto de
que la tasa de interés está siempre gobernada de ese modo.»
[El texto pertenece a la edición en español de Fondo de Cultura Económica, en traducción de Eduardo Hornedo. ]
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