jueves, 25 de octubre de 2018

Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero.- John Maynard Keynes (1883-1946)


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Libro III: La propensión a consumir
9.-La propensión a consumir.
II. Los factores subjetivos

«I.- Queda por ver la segunda clase de factores que afectan el monto del consumo realizado con cierto ingreso o sea aquellos alicientes subjetivos y sociales que determinan lo que se ha de gastar, dado el volumen total del ingreso medido en unidades de salarios y dados también los principales factores objetivos que ya se han examinado. Mas como el análisis de estos factores no presenta novedad alguna, tal vez sea suficiente hacer una relación de los más importantes, sin extenderse más allá en considerarlos.
 Hay en general ocho motivos o fines importantes de carácter subjetivo que impulsan a los individuos a abstenerse de gastar sus ingresos:
 1) formar una reserva para contingencias imprevistas;
 2) proveer para una anticipada relación futura entre el ingreso y las necesidades del individuo y su familia, diferente de la que existe en la actualidad, como, por ejemplo, por lo que respecta a la vejez, la educación de la familia o el sostenimiento de quienes dependen de uno;
 3) gozar del interés y la apreciación, es decir, porque un consumo real mayor en fecha futura se prefiera a un consumo inmediato menor;
 4) disfrutar de un gasto gradualmente creciente, ya que complace más al instinto normal la perspectiva de un nivel de vida que mejore gradualmente que lo contrario; aun cuando la capacidad de satisfacción vaya disminuyendo;
 5) disfrutar de una sensación de independencia y del poder de hacer cosas, aun sin idea clara o intención definida de acción específica;
 6) asegurarse una masse de manoeuvre para realizar proyectos especulativos o de negocios;
 7) legar una fortuna;
 8) satisfacer la pura avaricia, esto es, inhibirse, de modo irracional pero insistente de actos de gasto como tales.
  Podríamos llamar a estos ocho motivos: precaución, previsión, cálculo, mejoramiento, independencia, empresa, orgullo y avaricia; e incluso podríamos formular una lista correspondiente de motivos para consumir, tales como disfrute, imprevisión, generosidad, error, ostentación y extravagancia.
  Además de los ahorros acumulados por individuos, también hay esa gran proporción de ingreso, variable quizá entre uno y dos tercios de la acumulación total en una sociedad industrial moderna, tal como Gran Bretaña o Estados Unidos, que retienen los gobiernos centrales o locales, las instituciones y sociedades de negocios —por motivos muy semejantes pero no idénticos a los que impulsan a los individuos, siendo los principales los cuatro siguientes:
 1) el motivo empresa: asegurar recursos para efectuar mayores inversiones de capital sin tener que incurrir en deuda ni obtener más capital del mercado;
 2) el motivo liquidez: asegurar recursos líquidos para enfrentarse a las emergencias, las dificultades y las depresiones;
 3) el motivo mejoramiento: asegurar un ingreso en aumento gradual que, incidentalmente, pueda proteger a la gerencia contra la crítica, ya que el aumento del ingreso debido a la acumulación rara vez se distingue del crecimiento del mismo debido a la eficacia;
 4) el motivo prudencia financiera y el afán de sentirse seguro haciendo una reserva financiera que exceda del costo de uso y del suplementario, de manera que se amortice la deuda y se recupere el costo del activo adelantándose y no atrasándose con relación a la tasa real de desgaste y obsolescencia, dependiendo la fuerza de este motivo principalmente de la cantidad y el carácter del equipo productor y la rapidez de los cambios en la técnica.
  Correspondiendo, a estos motivos que favorecen la retención de parte del ingreso, retirándolo del consumo, también actúan a veces motivos que provocan un excedente del consumo sobre el ingreso. Algunos de los motivos de ahorro positivo, clasificados antes como factores que afectan a los individuos, tienen su contrapartida en el ahorro negativo en fecha posterior, como ocurre, por ejemplo, con el ahorro hecho para proveer a las necesidades de la familia o a la vejez. Sería mejor considerar como ahorro negativo el subsidio a la desocupación financiado por préstamos.
  Ahora bien, la fuerza de todos estos motivos variará enormemente, según las instituciones y la organización de la sociedad económica que supongamos, según los hábitos formados por la raza, la educación, los convencionalismos, la religión y las corrientes morales; según las esperanzas y la experiencia, según la escala y técnica del equipo productor y según la distribución de la riqueza y los niveles de vida establecidos. En el cuerpo de este libro, sin embargo, no nos ocuparemos de los resultados de los cambios sociales de largo alcance ni de los efectos lentos del progreso secular, excepto en digresiones accidentales. Esto quiere decir que daremos por supuesta la base principal de los motivos subjetivos para ahorrar y consumir, respectivamente. En la medida en que la distribución de la riqueza esté determinada de una manera más o menos permanente por la estructura social de la comunidad, esto puede, igualmente, considerarse como un factor sujeto nada más a cambios lentos y en largos periodos, lo que podemos dar por supuesto en el contexto.
 
  II.-Por tanto, ya que la base principal de los alicientes subjetivos y sociales cambia lentamente, mientras que las influencias a corto plazo de las alteraciones en la tasa de interés y los demás factores objetivos son con frecuencia de importancia secundaria, llegamos a la conclusión de que los cambios a la corta en el consumo dependen en gran parte de las modificaciones del ritmo con que se ganan los ingresos (medidos en unidades de salarios) y no de los cambios en la propensión a consumir una parte de los mismos.
  Sin embargo, debemos precavernos contra una confusión. Lo anterior significa que la influencia de los cambios moderados en la tasa de interés sobre la propensión a consumir es generalmente pequeña. No quiere esto decir que las modificaciones en la tasa de interés tengan sólo una influencia exigua sobre las cantidades que realmente se ahorran y se consumen; todo lo contrario. La influencia de cambios en la tasa de interés sobre el monto que realmente se ahorra es de vital importancia, pero se ejerce en dirección opuesta a la que generalmente se supone; porque aun cuando la atracción de un ingreso futuro mayor debido a una tasa de interés más alta tenga por consecuencia el menguar la propensión a consumir, podemos estar seguros, no obstante, de que un alza de la misma dará por resultado una reducción de la suma realmente ahorrada. Esto se debe a que el ahorro total está determinado por la inversión total; un alza en la tasa de interés (a menos que esté contrarrestada por un cambio correspondiente en la curva de demanda de inversión) hará bajar la inversión; de aquí que una elevación de la tasa debe tener el efecto de reducir los ingresos a un nivel tal que los ahorros desciendan en la misma medida que la inversión; Como los ingresos bajarán en una suma absoluta mayor que la inversión, es indudable que, cuando la tasa de interés sube, la de consumo desciende; pero no quiere decir que por ello habrá un margen mayor para el ahorro; al contrario, ambos (ahorro y gastos) decrecerán.
  En consecuencia, aunque un alza en la tasa de interés fuera motivo de que la sociedad ahorrara más con un ingreso dado, podemos estar completamente seguros de que dicha elevación de la tasa de interés (suponiendo que no ocurra ningún cambio favorable en la curva de demanda de inversión) hará disminuir el monto global real de los ahorros. Siguiendo el mismo argumento podríamos averiguar en qué proporción hará descender los ingresos, ceteris paribus, una elevación de la tasa de interés; porque los ingresos tendrán que decaer (o ser redistribuidos) en el monto exacto que se requiere, con la propensión a consumir existente, para hacer bajar los ahorros en la misma cantidad en que el alza en la tasa de interés hará bajar las inversiones, con la eficacia marginal existente del capital. Un examen detenido de esta cuestión ocupará el próximo capítulo.
  El alza en la tasa de interés podría inducirnos a ahorrar más, si nuestros ingresos permanecieran invariables; pero si la tasa elevada de interés retarda la inversión, nuestros ingresos no permanecerán ni podrán seguir inalterables. Tienen forzosamente que bajar hasta que la descendente capacidad para ahorrar haya compensado lo suficiente el estímulo correspondiente ocasionado por la mayor tasa de interés. Cuanto más virtuosos seamos, cuanto más resueltamente frugales y más obstinadamente ortodoxos en nuestras finanzas personales y nacionales, tanto más tendrán que descender nuestros ingresos cuando el interés suba relativamente a la eficiencia marginal del capital. La obstinación sólo puede acarrear un castigo y no una recompensa, porque el resultado es inevitable.
  Por tanto, después de todo, las tasas reales de ahorro y gasto totales no dependen de la precaución, la previsión, el cálculo, el mejoramiento, la independencia, la empresa, el orgullo o la avaricia. La virtud y el vicio no tienen nada que ver con ellos; todo depende de hasta qué punto sea favorable a la inversión la tasa de interés, después de tener en cuenta la eficiencia marginal del capital. No, esto es una exageración. Si la tasa de interés estuviera dirigida de tal manera que mantuviera continuamente la ocupación plena, la virtud recobraría su dominio; el coeficiente de acumulación de capital dependería de la debilidad de la propensión a consumir. De este modo y una vez más, el tributo que los economistas clásicos le ofrendan se debe a su encubierto supuesto de que la tasa de interés está siempre gobernada de ese modo.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Fondo de Cultura Económica, en traducción de Eduardo Hornedo. ]
 

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