sábado, 20 de octubre de 2018

El alquimista.- Paulo Coelho (1947)


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«El inmenso grupo de hombres y animales empezó a caminar más deprisa. Además del silencio que reinaba durante el día, las noches -cuando las personas solían reunirse para conversar en torno a las fogatas- empezaron a quedar también silenciosas. Cierto día el Líder de la Caravana decidió que no podían encenderse fogatas, para no llamar la atención sobre la caravana.
 Los viajeros procedieron a formar una rueda de animales y dormían todos juntos en el centro de la misma, tratando de protegerse del frío nocturno. El Líder procedió a instalar centinelas armados alrededor del grupo.
 Una de aquellas noches el inglés no conseguía dormir. Llamó al muchacho y empezaron a pasear por las dunas alrededor del campamento. Era una noche de luna llena  y el muchacho contó al inglés toda su historia.
 El inglés quedó fascinado con la tienda que había prosperado después de que el muchacho comenzara a trabajar en ella.
 -Este es el principio que mueve todas las cosas -dijo-. En la Alquimia se llama el Alma del Mundo. Cuando deseas algo con todo tu corazón, estás más cerca del Alma del Mundo. Ella es siempre una fuerza positiva.
 Dijo también que esto no era solamente un don de los hombres: todas las cosas sobre la faz de la Tierra tienen también un alma, no importando si era mineral, vegetal, animal o sólo un simple pensamiento.
 -Todo lo que está bajo o sobre la faz de la Tierra se transforma siempre, porque la Tierra está viva y tiene un Alma. Somos parte de esta Alma y raramente sabemos que ella siempre trabaja a nuestro favor. Pero debes comprender que, en la tienda de los cristales, hasta los jarros mismos estaban colaborando para tu éxito.
 El muchacho permaneció en silencio unos instantes, mirando la luna y la arena blanca.
 -He visto la caravana caminando a través del desierto -dijo al fin-. Ella y el desierto hablan la misma lengua y por eso él permite que ella lo atraviese. Va a examinar cada uno de sus pasos para ver si está en perfecta sintonía con él; y si lo está, ella llegará hasta el oasis.
 "Si uno de nosotros llegase aquí con mucho valor, pero sin entender esta lengua, moriría el primer día."
 Continuaron mirando la luna, juntos.
 -Esta es la magia de las señales -prosiguió diciendo el muchacho-. He visto cómo los guías leen las señales del desierto y cómo el al alma de la caravana conversa con el alma del desierto.
 [...]
 Al día siguiente, apareció la primera señal concreta de peligro. Tres guerreros se aproximaron y preguntaron qué estaban haciendo los dos por allí.
 -Vine a cazar con mi halcón -respondió el Alquimista.
 -Necesitamos registrarles para ver si no llevan armas -dijo uno de los guerreros.
 El Alquimista bajó despacio de su caballo. El muchacho hizo lo mismo.
 -¿Para qué tanto dinero? -preguntó el guerrero, cuando vio la bolsa del muchacho.
 -Para llegar a Egipto -dijo él.
 El guardia que estaba registrando al Alquimista encontró un pequeño frasco de cristal lleno de líquido y un huevo de vidrio amarillento, poco mayor que el huevo de una gallina.
 -¿Qué son estas cosas? -preguntó el guardia.
 -Es la Piedra Filosofal y el Elixir de la Larga Vida. Es la gran obra de los Alquimistas. El que tome este elixir nunca más estará enfermo y un trocito de esta piedra transforma cualquier metal en oro.
 Los guardias rieron hasta más no poder y el Alquimista rio con ellos. Habían encontrado muy graciosa la respuesta y les dejaron partir sin mayores contratiempos, con todas sus pertenencias.
 -¿Está usted loco? -preguntó el muchacho al Alquimista, cuando ya se habían alejado bastante-. ¿Por qué lo hizo?
 -Para mostrarte una sencilla ley del mundo -respondió el Alquimista-. Cuando tenemos los grandes tesoros delante de nosotros, nunca nos damos cuenta. Y ¿sabes por qué? Porque los hombres no creen en los tesoros.
 Siguieron andando por el desierto. Cada día que pasaba, el corazón del muchacho iba quedando más silencioso. Ya no quería saber de las cosas pasadas o de las cosas futuras; se contentaba con contemplar también el desierto y beber junto con el muchacho del Alma del Mundo. Él y su corazón se hicieron grandes amigos, el uno pasó a ser incapaz de traicionar al otro.
 Cuando el corazón hablaba, era para dar estímulo y fuerza al muchacho, que a veces encontraba terriblemente aburridos los días de silencio. El corazón le habló por primera vez de sus grandes cualidades: su valor al abandonar las ovejas, al vivir su Historia Personal y su entusiasmo con la tienda de cristales. [...] Y recordó un día en que el muchacho se había encontrado mal en pleno campo, había vomitado y luego se había quedado mucho rato dormido: había dos asaltantes más adelante que estaban planeando robarle las ovejas y asesinarlo. Pero como el muchacho no aparecía, decidieron marcharse, creyendo que había cambiado de ruta.
 -¿Los corazones siempre ayudan a los hombres? -preguntó el muchacho al Alquimista.
 -Sólo los que viven su Historia Personal. Pero ayudan mucho a los niños, a los borrachos y a los viejos.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Obelisco, 1996, en traducción de Juan Godo Costa. ISBN: 84-7720-144-7.]
 

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