sábado, 6 de octubre de 2018

Adiós a Berlín.- Christopher Isherwood (1904-1986)


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Sally Bowles

«-Verás, mi vida, empezaré por el principio, ¿no crees?... Ayer por la mañana me llamó un tipo para preguntar si podía venir a verme. Dijo que era para un negocio muy importante y como sabía mi nombre, y todo, le contesté que sí, que viniera en seguida... Así que vino. Dijo que se llamaba Rakowski, Paul Rakowski, que era agente en Europa de Metro-Goldwin-Mayer y que venía a hacerme una oferta. Me contó que estaban buscando una actriz inglesa que hablara alemán para trabajar en una comedia que iban a empezar a rodar en la Riviera italiana. Todo parecía completamente verdad, porque me dijo quiénes eran el director y el cameraman, y el director artístico y quién había escrito el guión. Claro que era la primera vez que yo oía sus nombres. Pero eso no es tan raro; en realidad, así sonaba mucho más verdadero, porque la mayoría de la gente habría dicho algún nombre de los que salen en los periódicos... Bueno, me dijo que después de verme estaba convencido de que yo era el tipo justo para ese papel y que de hecho me lo daba ya si las pruebas salían bien... Así que yo estaba encantada y le pregunté que cuándo podríamos hacerlas y él me dijo que dentro de un día o dos, porque tenía que ponerse de acuerdo con la gente de Ufa... Entonces empezamos a hablar de Hollywood y me contó muchísimas historias (supongo que podían ser cosas que había leído en revistas de cine, pero estoy segura de que no) y me explicó cómo hacen la sonorización y los efectos especiales. En realidad fue de lo más interesante y tiene que haber estado en muchísimos estudios. Y cuando terminamos con Hollywood empezó a contarme cosas del resto de América, y de la gente que conocía, y de los gángsters y de Nueva York. Me dijo que acababa de llegar de allí y que su equipaje estaba todavía en Hamburgo, en la aduana. La verdad es que yo había estado pensando que era un poco raro que fuese tan mal arreglado pero cuando me dijo eso, claro, me pareció lo más natural... Bueno, me tienes que prometer que no te vas a reír, Chris, porque, si no, no podré contarte lo que viene ahora. Verás, luego empezó a hacerme el amor de un modo apasionadísimo. Al principio, me incomodé con él por mezclar los negocios con la vida privada. Pero al cabo de un rato ya no me importó: era bastante atractivo, un poco al estilo eslavo... Acabó a invitarme a cenar con él, así que fuimos a Horcher donde nos dieron maravillosamente de cenar (ese es el único consuelo). Y cuando nos traen la cuenta va y dice: "Por cierto, amor mío, ¿podrías dejarme trescientos marcos hasta mañana? Sólo llevo dólares y tengo que cambiarlos en el banco". Y claro, se los dejé: para colmo de mala pata yo llevaba aquella noche mucho dinero... Y entonces dijo: "Vamos a pedir una botella de champaña para celebrar tu contrato". Dije que bueno y me figuro que en aquel momento ya debía de estar bastante colocada porque cuando me pidió que pasara la noche con él le dije que sí. Fuimos a uno de los hotelitos de la Augsburgerstrasse..., he olvidado el nombre, pero es muy fácil saber cuál era... Un sitio de lo más sórdido... De todos modos, casi no recuerdo lo que pasó después. Fue esta mañana temprano cuando empecé a darme cuenta de las cosas, mientras él seguía durmiendo, y a pensar si todo aquello no era un poco raro... No me había fijado antes en su ropa interior, pero era de lo más chocante. Una se figura que un hombre de cine importante lleva calzoncillos de seda, ¿no te parece? Bueno, los suyos eran la cosa más extraordinaria, como de pelo de camello o así; podían haber sido los de san Juan Bautista. Y llevaba un alfiler de corbata de esos de Woolworth*. No es que sus cosas fuesen viejas: se veía que de nuevas tampoco habían valido mucho... Estaba pensando en saltar de la cama y echarle un vistazo a los bolsillos pero se despertó y ya no pude. Pedimos el desayuno... No sé si se creía que yo estaba locamente enamorada de él después de aquella noche o si ya no tenía ganas de molestarse en disimular, pero por la mañana era una persona completamente distinta, un golfo de lo más vulgar. Tomaba la mermelada con cuchillo y naturalmente la mayor parte se le fue a las sábanas. Y al sorber lo huevos hacía un ruido tan terrorífico que me eché a reír y él se enfadó... Luego dijo que quería cerveza. Bueno, le dije yo, llama abajo y pídela. La verdad es que empezaba a estar un poco asustada porque se había puesto a dar unos berridos completamente primitivos. Estaba segura de que era un loco. Así que pensé que lo mejor era seguirle la corriente... El caso es que le pareció una buena idea y descolgó el teléfono y estuvo hablando no sé cuánto tiempo y se puso hecho una fiera y me dijo que se negaban a subir cerveza a las habitaciones. Ahora me doy cuenta que seguramente todo aquello era teatro y que tenía bajada la palanca. Pero lo hizo muy bien, y además yo estaba demasiado asustada para darme mucha cuenta. Estaba viendo que igual me asesinaba si no le daban su cerveza. Por fin se calmó y dijo que iba a vestirse para bajar a buscarla. Le dije que muy bien... Así que estuve esperando, esperando, pero no volvía. Hasta que al final llamé al timbre y pregunté a la camarera si le había visto salir. "Oh, sí, el señor pagó la cuenta y se marchó hace una hora... Dijo que no la molestáramos." Me cogió tan de sorpresa que no pude decir más que muy bien, que muchas gracias... Lo más gracioso es que estaba tan convencida ya de que estaba loco que no se me había vuelto a pasar por la cabeza que se trataba de un timo. A lo mejor eso es lo que él quería... En fin, de loco no tenía un pelo porque miré en el bolso y me encontré que se había llevado todos los billetes y además el cambio de los trescientos marcos que le presté la noche anterior... Lo que pone más furiosa de toda la historia es que él haya pensado que no le denunciaría, por vergüenza. Le voy a demostrar que se equivoca.
 -Oye, Sally, ¿qué aspecto tenía ese tipo?
 -Más o menos tu estatura. Pálido. Moreno. Se veía que no había nacido en América porque hablaba con acento extranjero.
 -¿Te acuerdas si te habló de un tal Schraube, que vive en Chicago?
 -Espera... ¡Sí, claro que me habló! Me contó una porción de cosas... Pero, ¿cómo demonios lo sabes?
 -Verás, es que... Mira, Sally, tengo que confesarte algo horrible... No sé si podrás perdonarme...»

*Unos antiguos almacenes populares.
 
  [El fragmento pertenece a la edición en español de Editorial Seix Barral, 1986, en traducción de Jaime Gil de Biedma. ISBN: 84-322-2451-0.]

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