viernes, 12 de octubre de 2018

Historias de la Historia (I).- Carlos Fisas (1919-2010)


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¿Qué es un abogado?

«Todos sabemos que para triunfar es necesario encontrar placer en los sinsabores del oficio escogido. Lo más difícil de explicar es en qué consiste el oficio abogacial. Habla así Ossorio y Gallardo:
 "Urge reivindicar el concepto de abogado. Tal cual hoy se entiende, los que en verdad lo somos, participamos de honores que no nos corresponden y de vergüenzas que no nos afectan.
 En España 'todo el mundo es abogado, mientras no se pruebe lo contrario'. Así queda expresado el teorema que Pío Baroja, por boca de uno de sus personajes, condena en estos otros términos: 'Ya que no vives para nada útil, estudia para abogado'.
 Hay que acabar con el equívoco al cual la calidad de abogado ha venido a ser algo tan difuso, tan ambiguo, tan incoercible, como la de 'nuestro compañero en la prensa' o 'el distinguido deportista'.
 La abogacía no es una consagración académica, sino una concreción profesional. Nuestro título universitario no es de 'abogado' sino de 'licenciado en derecho para poder ejercer la profesión de abogado'. Basta, pues, leerle para saber que quien no dedique su vida a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los tribunales, será todo lo licenciado que quiera, pero abogado no."
 Para ser abogado se necesita un temperamento especial. Giorgio Arcoleo decía de sí mismo:
 -Dejé de ejercer de abogado porque en mí se desarrollaba un desdoblamiento: mientras hablaba para conmover, el otro yo surgía para reír.
 Claro está que con un temperamento así más vale dejarlo correr y dedicarse a otra cosa.
 He aquí cómo Arístides Briand cuenta por qué renunció al ejercicio de la toga:
 -Debía defender a un indecente individuo acusado de haber asesinado a una pobre vieja para robarla. Existían todos los agravantes: nocturnidad, alevosía, desprecio de sexo, etc. Las apariencias eran acusadoras, pero el hombre me había convencido de su inocencia y me preparé para defenderle a toda costa. Era joven... Desfilan los testigos. Uno de ellos afirma que, pasando a medianoche cerca de la casita en que vivía la vieja, había oído un grito. Y he aquí que el acusado me dice en voz baja y con amarga indignación: "¡Qué mentiroso!... La vieja no dijo ni ¡uf!"
 Sentí un escalofrío -decía Briand-. No quiero recordar ni si fue absuelto mi cliente, lo único que sé es que tuve bastante con aquello y dejé la carrera.
 Don Alfonso María de Ligorio, cuando ejercía la abogacía, una vez defendió brillantemente una causa. Pero el abogado adversario le hizo notar que una partícula negativa, un simple "no" contenido en un documento, anulaba todas sus tesis. Entonces, temiendo que se pudiese pensar que había querido engañar a los jueces, exclamó ante toda la gente que había acudido a oír su peroración:
 -Perdonad, me había engañado.
 Y abandonando aula y profesión, se dedicó a la vida religiosa, en la que llegó a cumbres que con toda probabilidad no hubiese escalado de seguir su primera vocación.
 El número de conocimientos necesarios para ejercer la profesión de abogado se hace cada día más considerable. Basta recordar los que pedían nuestros antepasados, muy exigentes en la materia.
 El abogado Camus (Armand-Gaston), nacido en 1740, hijo de un procurador en el Parlamento y que tuvo durante su vida una reputación extraordinaria de integridad, de honor y de conciencia, nos ha dejado, en sus cartas sobre la profesión de abogado, la relación de los estudios considerados por él como imprescindibles para formar un abogado digno de este nombre.
 Es preciso adquirir, nos dice, omnium rerum magnarum atque artium scientiam, la ciencia de todas las grandes cosas y de todas las artes.
 Para precisar este programa algo extenso, y que solamente un Pico della Mirandola hubiese podido vanagloriarse de poseer, Camus enumera los conocimientos más necesarios a su entender; éstos son: "las humanidades, la literatura, la historia, el derecho y la política".
 En derecho es necesario conocer a fondo el derecho natural, el derecho público, el romano, el canónico, el mercantil, el penal, el eclesiástico, el civil y, por último, las ordenanzas reales, las costumbres y la jurisprudencia.
 Es preciso, naturalmente, haber leído y estudiado hasta familiarizarse con ellos a los autores siguientes: Platón, Cicerón, Grocio, Puffendorf, Cumberland, etc. (Siguen varios nombres más que omito en gracia a la brevedad.)
 Un abogado no debe ignorar tampoco los secretos de la economía social ni de la política.
 En fin: cuando se ha iniciado de una manera completa en las bellezas misteriosas del procedimiento práctico, puede pensar en pedir su admisión como pasante, y tomar parte en las conferencias de la biblioteca del colegio. Eso lo dice un autor del siglo pasado.»
 
  [El fragmento pertenece a la edición en español de Editorial Planeta-DeAgostini, 1996 . ISBN: 84-395-4566-5.]

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